jueves, 28 de diciembre de 2017

CUARTO 310





Escribo a veces para todos, para cualquiera, para nadie en particular, y cada palabra es una piedra lanzada al lago sin apuntar a ningún pez, sin instintos asesinos ni destinatario.

Otras te escribo a ti.

Escribirte convierte cada palabra en un misil lleno de lagos, de peces, de intenciones y de flores, todas apuntan hacia ti y todas quieren ser letales porque a veces, hay demasiadas cosas vivas a mi alrededor, y ninguna eres tú y no me sirven.

Intento no hacerlo, quiero ser buena como me enseñaron de niña y hablarle al mundo de las margaritas psicólogas y del arrullo del mar cuando juega a ser paloma, pero las margaritas desdentadas no me interesan y el mar sólo sonaba bien contigo dentro. 

En aquella cajita de madera tallada que me regalaste aún guardo el ruido de las olas junto a la llave que robaste en el Hotel París aquella Navidad. Me dio miedo y sentí vergüenza, pero dijiste que la devolveríamos el día que me la cambiaras por la de nuestra propia casa, que diríamos que en un descuido la habíamos guardado en la maleta y pediríamos disculpas.

Me convenciste, como me convencías de todo.

Nunca te conté que con el tiempo, y pasado el susto,  mi plan secreto era devolver la llave y conservar el llavero para nuestra casa. Tampoco sabes que el Hotel cerró y ahora en su lugar hay un aparcamiento adyacente a un centro comercial. 

Hace unos meses pasé por allí y mi corazón casi se para al mirar el aire vacío de hotel, de ti, de mi y nuestro cuarto. Saber que estaba allí me hacía pensar que guardar la llave era una manera de garantizar tu regreso.

Ayer volví al mar, a contarle mis cosas y a lanzar nuestra llave. La lancé como esas palabras que no son para nadie y disparo a veces dentro de los poemas que no tienen destino, pero no fui capaz de deshacerme del llavero.

Aquí sigue conmigo, esperando la llave que me prometiste.

Isabel Salas