domingo, 1 de febrero de 2015

EL DOLOR Y YO

Recuerdo cada momento del pasado con dolor más o menos intenso, pero el dolor como unidad de medida. Los momentos más felices han sido aquellos en los que ha faltado el dolor por unos segundos o minutos o incluso horas... pero estaba allí, vivo, amenazante, esperando el momento de volver a instalarse en mí. Y yo de reojo mirándolo, sabiendo que él me miraba de frente porque sabe que soy suya.

Conozco tanto el dolor, lo he analizado tanto desde  hace tanto tiempo que por épocas he llegado a organizarlo y subdividirlo en diferentes categorías, dolor de niño, dolor de muelas, dolor del sentimiento, dolor de amor, dolor de desamor, de traición, de parto, de miedo, dolor de cesárea, dolor de aguantar, dolor de humillación (uno de los que mas odio) y más, muchos más. 


La verdad, ha sido un esfuerzo inútil, pues se pueden subdividir hasta el infinito según los matices y sólo se consigue una lista aburridísima. Por otro lado, desde que supe que alguien se atrevió a resumir  los famosos  diez mandamientos aquellos de Moisés, en dos, se  abrió en cierto modo, la veda del resumen y yo también estoy cada vez más esquemática. Sirva este punto para aclarar que siempre pensé en mi infancia que faltaban  mandamientos, pues aunque queda claro que hay que amar a Dios y respetar a tus padres, no desear a la esposa del vecino, ni robar, ni follar, no dice nada de como tratar a los niños, ni una palabra del respeto a los hijos, del sexo anal, ni de como debemos comportarnos con los animales. No dice ni pío sobre la inseminación artificial, sobre matar para comer,  o sobre el racismo, los viajes espaciales o los homosexuales y otros temas que yo creo  que son  importantísimos y que  Dios debería de haber explicado mejor. Digamos, que ya que se había dado el trabajo de tallar las tablas de la ley, y redactar los mandamientos, podía haber sido menos repetitivo y abarcar mas temas. Pero otro día hablaré de Dios y de su manía de ser poco específico. 

Volviendo al dolor, lo he dividido en dos tipos, los físicos y los otros, los físicos engloban desde que te pisen un juanete a que te duela el oído, o una muela o tengas una infección de garganta y están claras  sus causas y claros sus efectos. Los otros son todos los demás, y son más complicados, los del miedo, los del corazón partido, los del alma, para quien crea en el alma, el dolor de la impotencia y el de sentir las ganas de ser capaz de matar. Es decir todos los otros, y yo, que no soy filósofa, ni científica, ni por lo visto demasiado inteligente no llego a preguntarme cosas demasiado profundas, simplemente me interesan tres puntos, uno  ¿Porqué se sufre? dos ¿De dónde viene el dolor que no es físico? y tres ¿Qué carajo es lo que duele? 

Mi conclusión personal es que debe ser el alma porque hay algo dentro de mí que sufre mucho y no es ningún órgano de mi cuerpo, es más, creo que  ya la tengo localizada, mi alma está instalada dentro de la barriga, con ramificaciones tipo  patitas de medusa que se mueven entre el corazón y los pulmones, por la garganta o por la vagina, por las sienes o por el cuello, y pulsa  cuando se mueve, puntos sensibles a los que sólo se tiene acceso desde dentro. 

Dependiendo de los estímulos que le llegan al alma, así ella se contrae, se expande, se estira o nos  aprieta y nos duele más o menos. Por eso nos emocionamos con una canción que nos moja  los ojos, o lloramos después de un gran polvo y lo que nos llora, en realidad, es nuestra alma agradecida. Otras veces sentimos la levedad del ser cuando en excepcionales momentos el alma nos flota en la piscina interna de las lágrimas de reserva. Así que la tercera pregunta está respondida: lo que nos duele es el alma. Aunque sea por eliminación, si no me duelen los órganos y sin embargo hay algo dentro de mí sufriendo, debe ser algo que no es el cuerpo, y me parece bien llamarla alma y así la llamo, porque no tengo tiempo de complicarme más. No me refiero al tiempo que estoy gastando al escribir, sino al que gasto viviendo.

La segunda es mas difícil. Para responder de dónde coño viene el dolor del alma tenemos que ver si es algo que se produce fuera y hace el efecto dentro o es algo de adentro mismo. 
Creo que las dos cosas. Viene de cualquier sitio.

La primera está clara, nos pasan cosas, vivimos experiencias que nos frustran, deseamos cosas que no conseguimos, esperamos algo que nunca llega y  todo  eso nos hace sufrir.  Por eso los psicólogos y psiquiatras ganan tanto dinero ayudando a la gente a  asumir sus frustraciones como parte de la vida, enseñándolos a gestionar las derrotas diarias, aceptar que tu padre nunca te quiso o que no sabes elegir maridos y siempre te casas con el más inadecuado. No sé si estar contenta por nunca haber tenido dinero para gastármelo en psiquiatras o triste porque me he perdido ese placer de contarle mis mierdas a alguien interesado en escucharme aunque solo sea por dinero y que además, parece estar lleno de consejos secretos, razonables y tranquilizadores. Ni idea. 

No lo sé. Nunca he tenido el dinero para planteármelo y la gente  que conozco que sí lo han tenido, desde mi punto de vista, han acabado mas egoístas que antes de ir al psiquiatra, mucho más cretinos, pero aparentemente más felices, con lo cual no sé si el egoísmo  te deja mas contento o te narcotiza la mala sangre. A mí me vendría fenomenal un poco de neutrox, recetado por un especialista a ver si se me pasa un poco el arrebato interno que me vuelve loca algunas veces. O no, me estoy acostumbrando y,  ya,  casi me gusta.

Esto es como todo, al principio duele y te da miedo, pero después que entra la puntita,  el resto hasta te agrada. Lo bueno es que siendo mujer, siempre puedo decir que estoy en pleno ataque de tensión pre-menstrual. No sé si cuela pero lo mantendré cueste lo que cueste hasta el juicio final, dónde veremos quien tenía razón. El que compra gel cuando le dicen que le van a dar bien fuerte o el que grita y llora y escupe en la cara de los que son fuente inagotable de dolor. A mí se me terminan los insultos y las lágrimas algunas veces. Pero las letras no. Las letras siempre se pueden combinar de mil maneras para expresar las mismas cosas con palabras nuevas. Son menos de treinta pero con ellas podemos contar la historia de todos los dolores y ponerle nombre a todas las estrellas.

Será por eso que escribir alivia.
Alivia el alma.
Alivia el dolor.

El mío, por lo menos. 
Y el tuyo, que me lees.

Isabel Salas