jueves, 3 de octubre de 2019

GATO


Al gato blanco intentamos ponerle Drako, en honor a Drako Malfoy, pero mi madre fue incapaz de recordar ese nombre inglés y lo empezó a llamar el "blanco" para diferenciarlo de su hermano, al que llamaba "el otro".

Los dos llegaron a nuestra casa en estado de calamidad, con tiña, muchas pulgas y más hambre que miedo. Ignoraban (entre otras miles de cosas), que habían llegado a nuestra vida con una noble misión, la de hacer que mi hija pequeña se olvidase un poco de las horas terribles que siguieron al atropellamiento de nuestro Cosqui, un tigrecito maravilloso y juguetón al que todos en casa, incluida nuestra perra Kika, amábamos. 




Aunque sé perfectamente que ningún animal sustituye a otro, no pude resistir intentar amenizar  la tragedia. Comprendo que cada mascota tiene su propia personalidad y su manera única de querernos, sin embargo, la muerte de Cosqui nos dejó a todas muy tristes, y pensé que una forma de paliar el disgusto sería adoptar otro gatito callejero que necesitase una familia. Cuando a unos niños se les muere una abuela u otro familiar no podemos salir a la calle a adoptar otro pariente, pero cuando pierden una mascota, sí se puede traer otra a casa que les haga sentir una alegría nueva. Esa sensación de novedad sirve para diluir un poco el desastre que nos llena el corazón ante la pérdida de un animal querido y en realidad sirve tanto para los niños cuanto para los adultos. 


Nuestros dos gatitos pasaron su periodo de adaptación. Y aunque la Kika nunca los quiso ni jugó con ellos como hacía con Cosqui, los dos nuevos miembros de la familia se integraron y se fueron recuperando de sus heridas y enfermedades. Se convirtieron en dos preciosos gatos, uno Blanco y fofo de ojos dorados y el Otro, rayado de ojos verdes, aunque éste, infelizmente, nunca respiró bien y a los dos años terminó muriendo de una complicación en la clínica del veterinario de la esquina.



Desde que su hermano murió y hasta la llegada de la gatita Pandora años después, el gato Blanco pasó a ser llamado de Gato y a ese nombre respondía cuando lo llamábamos, y digo respondía porque él hablaba con nosotras de muchas maneras. Para solicitar educadamente que le abriesen una puerta o para pedir agua fresca emitía diferentes ruidos y gorgoritos, así como para saludar cuando volvíamos de la calle, despertarnos, avisar que quería cariños o protestar por los abrazos apretados de Hélène. Dominaba distintos maullidos que usaba con mucha habilidad y poseía una personalidad ingeniosa y didáctica gracias a la cual, nos entrenó pacientemente hasta que todos en casa aprendimos a entenderlo.


Esencialmente era un gato inteligente y bueno que conforme el tiempo pasaba iba creando más leyes y normas a las que nos adaptábamos los demás con la urgencia de agradarlo y hacerlo sentir mimado. 



A cambio de tanto cariño él nos regalaba, a veces,  una sesión de ronroneo en nuestro pecho o de fotos para ayudar a vender mis libros como modelo, otras nos ofrecía un canto gatuno que recordaba el arrullo de un pájaro y en algunos momentos extraordinarios una sonrisa. Sí, una sonrisa de delfín con la que nos hacía sentir especiales y dignos. Una sonrisa de felicidad, de que bien lo haces, de que a gusto estamos, que iluminaba la casa y secretamente me emocionaba como si alguien me acabara de premiar con el galardón galáctico del reconocimiento al amor felino.


El Gato tuvo problemas renales después que mi madre regresó a España y esporádicamente, experimentó algunos episodios de mucho dolor  cuando expulsaba sus piedrecitas. Después se recuperaba y volvía a brillar, hasta que la última vez, hace unos meses, no pudo, fue incapaz de recuperarse y murió.


Ha dejado un agujero en el alma de nuestro hogar, que no conseguimos cerrar. Kika y Pandora tienen cada una su papel único e irrepetible, pero no pasa un día en que no echemos de menos a nuestro Gato, a sus maullidos de amor y al cariño que nos regalaba a chorros. Estamos convencidas de que si hay un cielo para los gatos, él estará cómodamente instalado en una nube mullida mirando el paisaje y amando cada rayito de sol.

La nube, por supuesto, la adivino contentísima de tener un invitado tan ilustre.

Isabel Salas