viernes, 29 de agosto de 2025

LETRAS DE PUNTA

 
Pelos de punta, piel de punta. De punta los ojos y el corazón. Las uñas y las lágrimas de punta cuando apunto la puntita de mi lápiz  y escribo palabras que apuntan a ti.
Apunto a dar.
Y doy.
De frente, de lleno, de hondo, de puñal verbal que se clava abriendo la carne del alma con  letras bandidas que llegan mansitas como ola de río, apenas lamiendo los márgenes como de pasada, mientras suavemente se deslizan camino del mar.
Olas de reojo que nadan mirando a otro lado y pasando arrancan sin mala intención pedacitos de orilla de piedras, de arena, de lodo y de carne de río.
Todo lo que el río tiene lo tocan sus olas y todo lo que tienes tú lo toco yo con mis palabras. Frases habladas, a veces escritas, sonreídas, besadas, envueltas en papeles de regalo y con olor de juguete nuevo que acarician tu piel y estremecen tu carne de ti.

Isabel Salas









jueves, 7 de agosto de 2025

MUY, (JODIDAMENTE), LEJANA



…Y a lo mejor no es que estoy jodida porque estoy lejos,  y va a resultar que estoy lejos porque soy muy jodida.

Será porque nunca me gustaron las cosas que se suponía que me tenían que gustar ni creí en el Dios que me intentaron meter entre pecho y espalda, como cualquier bocadillo de mortadela barata. No me sale del alma aceptar las cosas que otros dan por hechas y raramente estoy de acuerdo con la mayoría.

A mis más de cincuenta, sigo queriendo hacer (pacíficamente) lo que me dé la gana, como cuando tenía catorce. No lo que se espera de mí, o lo que pretenden que acate por decisión popular o divina, sino simplemente lo que quiero yo, por mis razones (que tengo pereza de explicar) y no por mis cojones (que ni tengo ni quiero tener).

Y eso, amigo mío, tiene un gran costo.

Cuando digo costo, quiero decir que hay que abonar un precio muy alto, que se paga con dinero (por supuesto) y con otras muchas cosas que te desangran: tiempo de discusiones, paciencia para aguantar gilipollas sin fronteras, noches de no dormir o de dormir a saltos, lágrimas de rabia, de  desconsuelo, de soledades o de impotencia, temporadas de colapso mental involuntario y épocas de sangre fría donde escoges vacaciones cerebrales y te dedicas a ver todas las temporadas de la serie que le gusta a tus hijas, (en tres días), para poder saber qué es black mirror o cómo coño se come eso de que el naranja sea el nuevo negro y las cárceles femeninas se hayan convertido, por obra y gracia del octavo arte, en lugares interesantísimos llenos de pasión y aventuras mil.

Es como una multa que el mundo te pone por no quedarte en tu país, ni permanecer casada, ni con el peso ideal, ni perfectamente depilada,  ni en pareja, ni obedeciendo leyes, ni creyendo en alguno de los dioses que el mundo te ofrece para que puedas decir Amén (con fe) cuando te obligan a poner el culo y sabes que  no será sólo la puntita, sino el padre de todos los obeliscos.

Tienes que prepararte para irte muy lejos si quieres vivir así, pero no lejos geográficamente, que puede ayudar (o no, como diría el hombre de los labios suaves) sino lejos lejos, de forma que aún estando en medio de todo y de todos, mantengas siempre una distancia prudencial con lo que te rodea. Así conseguirás que pocas cosas te lleguen a tocar y pocas personas te puedan joder de verdad.

Simplificas.

Digamos que seleccionas con gran sabiduría qué o quiénes te importan y el resto ya no te resulta tan dañino. Has pagado el precio y cuando terminas de pagarlo tienes sólo una maleta con las pocas cosas que te interesan y unos cuantos amigos por los que darías con gusto lo poco que te sobró.

Ese lejos, donde estamos las personas jodidas que no comulgamos con ruedas de molino ni con hostias sagradas, se puede llamar de muchas maneras, algunos lo llaman paz, otros, libertad, otros, nirvana, algunos, Brasil.

Yo aún no sé cómo llamarlo pero sé que cada día me gusta más.

Sé que en ese lugar lejano no reina la felicidad como estado permanente y soberano, porque la felicidad no se rige por las leyes de la ubicación, es, (como decía Carlos Arniches en "La señorita de Trevelez")), un pájaro azul que se posa en un minuto de nuestras vidas y cuando levanta el vuelo, nadie sabe en que otro minuto se volverá a posar. El mío, anda siempre revoloteando por sabrá Dios dónde, pero sé que hasta que vuelva el puñetero y caprichoso pajarito, al menos, aquí lejos,  hay poca gente tocando los huevos.

Hay una relativa, y científica, tranquilidad, que es, sin duda, lo más parecido a una felicidad comprada en los chinos que conozco.

Isabel Salas



viernes, 1 de agosto de 2025

ARENA FRÍA


La arena de la playa quema. Durante el día el sol se mete en ella  y cada grano esconde una llamita.  Son fuegos que juegan a incendiar los pies.  Calor atrincherado en piedras diminutas, que pide piel a gritos para quemar.

Pero de noche cuando el sol se va,  a la arena se le escurre el sol. Se le escapa el calor y en pocas horas  demuestra lo que es: pedacitos fríos de piedras muertas, heladas, machacadas... rotas.

Donde había calor no queda nada.
Como un animal muerto, la arena fría, deja de respirar. Ya no sonríe con los pies que vuelan por encima ni con los novios que llevan a las novias a mirar las olas.
Ya no. 

La arena helada se pone triste y llora.
Así me pasa a mí cuando te vas y te llevas las llamas que habitan mis granitos. También me quedo helada, sin sonreír y respirando poco. La arena tiene suerte. Sabe que en pocas horas se termina su muerte. El día llega y con él, su sol.
 
Yo no. Yo no tengo medida para medir mi noche. Sólo sé que te vas y que al irte me matas. Sé que la muerte es fría y dura lo que dura.
Horas, días o años para medir los daños de la falta de sol.

Isabel Salas



FOTO: Juliako Bernal                                  www.juliako.es