miércoles, 3 de septiembre de 2025

PARÉNTESIS




Él estuvo todo el día dudando entre llamarla y no llamarla. Esa duda eterna del día después, de horas después, cuando hemos compartido la intimidad con alguien pero no sabemos si podemos invadir el resto de su vida con una llamada sin que eso se interprete mal.


Pensó mucho. No quería que ella creyese que habían comenzado un romance, ni una relación, ni nada. Las mujeres ya se sabe que si las llamas al día siguiente comienzan a pensar en boda. Pensó en ella durante el desayuno, mientras se bebía un café. En su piel, en su manera de acariciarle el rostro y como había sonreído cuando él le hizo una broma. Pensó en ella durante el almuerzo, en su olor, en su pelo. 



Su ternura.


Por la tarde se puso a leer y entre las letras se le aparecían sus ojos mirándolo, así que cerró el libro y decidió pasar el resto de la tarde del domingo entrenando un poco. En la calle poca gente y él corriendo. Dominando su cuerpo, pidiéndole ese esfuerzo extra al que tanto estaba acostumbrado para mantenerse en forma. Pasó por un escaparate donde de refilón vió unas ropas de mujer.

La blusa se parecía a la que ella llevaba.

Volvió a casa, cenó y durante la cena estuvo acariciando el teléfono una vez más. Tal vez decir buenas noches y preguntar como había pasado el domingo no fuese tan grave. Parecería una mera cortesía que no complicaría las cosas. Decidió que la llamaría después... en la cama, así podría hablar con ella antes de cerrar los ojos. Quien sabe soñar un poquito con ella.

Nada grave, sólo para apimentar esos sueños cada vez más sosos. recordar las jugadas más interesantes...comentar los orgasmos. Llamó. Colocó su voz maś sexy, esa que tanto les gusta a las mujeres y que los hombres saben cuando y como usar. Cuando ella contestó, de fondo se oían ruidos. Ruido de niños.

¿Ella tenía niños?

Era posible...

Las mujeres de los sábados por la noche algunas veces tienen niños los domingos por la mañana. Un mundo, una vida. Un pasado, un vacío. Un presente complicado.

Son las peores.
Las mejores.

Las que te miran a la hora de hacer el amor aunque tengan los ojos cerrados, las que te miran aunque ya no estén. Las que se entregan con más firmeza y se repliegan con más eficacia. Las que se van antes de amanecer y no llaman más. Las que cuando las llamas ni se acuerdan quien eres porque eres un paréntesis.

Así que cuando ella dijo hola. él no dijo nada.

Ella repitió varias veces el saludo mientras con un ojo miraba los niños, y con el otro el brazo que volvía la tortilla. En vista de que nadie contestaba apretó el botón rojo. ¿Quién podría ser? El número no le era familiar. Algún error seguramente. 

A ella nunca la llamaba nadie un domingo. Pensó que al terminar la cena y acostar a los niños tendría un ratito para ella. Planeaba dormirse pensando en la noche del sábado. Había conocido a un hombre, había aceptado su invitación y había dormido con él. Habían hecho el amor con muchas ganas los dos. Le había gustado mucho. 

Todo. Su pelo, su manera de agarrarla, sus ojos, sus bromas, su olor... sus manos calentitas. Su sonrisa cuando ella encontró gracioso algo que él dijo y se rió.

Cuando cerró los ojos se preguntó si él habría pensado en ella ni que fuese un minuto. Deseó que sí, que aunque fuese un momento durante el ajetreo de su domingo, él hubiese pensado en ella un segundo. Desde su corazón le deseó buenas noches y buena suerte. Imaginó por un instante como habría sido bueno que él la llamase aunque fuera sólo para decir hola. Le habría gustado mucho.

Apartó ese pensamiento triste de su cabeza. Los hombres de los sábados no llaman los domingos. Seguramente él ni se habría acordado de ella, ya habría olvidado su nombre y dentro de pocos días borraría su teléfono de la agenda. Ella ni había anotado el suyo. ¿Para qué?

Sabía muy bien que para él ella no era nada. Nada importante. Nada suyo.

Apenas un paréntesis.

Isabel  Salas

Del libro, EL CANARIO Y LA MÁQUINA DE COSER







viernes, 29 de agosto de 2025

LETRAS DE PUNTA

 
Pelos de punta, piel de punta. De punta los ojos y el corazón. Las uñas y las lágrimas de punta cuando apunto la puntita de mi lápiz  y escribo palabras que apuntan a ti.
Apunto a dar.
Y doy.
De frente, de lleno, de hondo, de puñal verbal que se clava abriendo la carne del alma con  letras bandidas que llegan mansitas como ola de río, apenas lamiendo los márgenes como de pasada, mientras suavemente se deslizan camino del mar.
Olas de reojo que nadan mirando a otro lado y pasando arrancan sin mala intención pedacitos de orilla de piedras, de arena, de lodo y de carne de río.
Todo lo que el río tiene lo tocan sus olas y todo lo que tienes tú lo toco yo con mis palabras. Frases habladas, a veces escritas, sonreídas, besadas, envueltas en papeles de regalo y con olor de juguete nuevo que acarician tu piel y estremecen tu carne de ti.

Isabel Salas









jueves, 7 de agosto de 2025

MUY, (JODIDAMENTE), LEJANA



…Y a lo mejor no es que estoy jodida porque estoy lejos,  y va a resultar que estoy lejos porque soy muy jodida.

Será porque nunca me gustaron las cosas que se suponía que me tenían que gustar ni creí en el Dios que me intentaron meter entre pecho y espalda, como cualquier bocadillo de mortadela barata. No me sale del alma aceptar las cosas que otros dan por hechas y raramente estoy de acuerdo con la mayoría.

A mis más de cincuenta, sigo queriendo hacer (pacíficamente) lo que me dé la gana, como cuando tenía catorce. No lo que se espera de mí, o lo que pretenden que acate por decisión popular o divina, sino simplemente lo que quiero yo, por mis razones (que tengo pereza de explicar) y no por mis cojones (que ni tengo ni quiero tener).

Y eso, amigo mío, tiene un gran costo.

Cuando digo costo, quiero decir que hay que abonar un precio muy alto, que se paga con dinero (por supuesto) y con otras muchas cosas que te desangran: tiempo de discusiones, paciencia para aguantar gilipollas sin fronteras, noches de no dormir o de dormir a saltos, lágrimas de rabia, de  desconsuelo, de soledades o de impotencia, temporadas de colapso mental involuntario y épocas de sangre fría donde escoges vacaciones cerebrales y te dedicas a ver todas las temporadas de la serie que le gusta a tus hijas, (en tres días), para poder saber qué es black mirror o cómo coño se come eso de que el naranja sea el nuevo negro y las cárceles femeninas se hayan convertido, por obra y gracia del octavo arte, en lugares interesantísimos llenos de pasión y aventuras mil.

Es como una multa que el mundo te pone por no quedarte en tu país, ni permanecer casada, ni con el peso ideal, ni perfectamente depilada,  ni en pareja, ni obedeciendo leyes, ni creyendo en alguno de los dioses que el mundo te ofrece para que puedas decir Amén (con fe) cuando te obligan a poner el culo y sabes que  no será sólo la puntita, sino el padre de todos los obeliscos.

Tienes que prepararte para irte muy lejos si quieres vivir así, pero no lejos geográficamente, que puede ayudar (o no, como diría el hombre de los labios suaves) sino lejos lejos, de forma que aún estando en medio de todo y de todos, mantengas siempre una distancia prudencial con lo que te rodea. Así conseguirás que pocas cosas te lleguen a tocar y pocas personas te puedan joder de verdad.

Simplificas.

Digamos que seleccionas con gran sabiduría qué o quiénes te importan y el resto ya no te resulta tan dañino. Has pagado el precio y cuando terminas de pagarlo tienes sólo una maleta con las pocas cosas que te interesan y unos cuantos amigos por los que darías con gusto lo poco que te sobró.

Ese lejos, donde estamos las personas jodidas que no comulgamos con ruedas de molino ni con hostias sagradas, se puede llamar de muchas maneras, algunos lo llaman paz, otros, libertad, otros, nirvana, algunos, Brasil.

Yo aún no sé cómo llamarlo pero sé que cada día me gusta más.

Sé que en ese lugar lejano no reina la felicidad como estado permanente y soberano, porque la felicidad no se rige por las leyes de la ubicación, es, (como decía Carlos Arniches en "La señorita de Trevelez")), un pájaro azul que se posa en un minuto de nuestras vidas y cuando levanta el vuelo, nadie sabe en que otro minuto se volverá a posar. El mío, anda siempre revoloteando por sabrá Dios dónde, pero sé que hasta que vuelva el puñetero y caprichoso pajarito, al menos, aquí lejos,  hay poca gente tocando los huevos.

Hay una relativa, y científica, tranquilidad, que es, sin duda, lo más parecido a una felicidad comprada en los chinos que conozco.

Isabel Salas



viernes, 1 de agosto de 2025

ARENA FRÍA


La arena de la playa quema. Durante el día el sol se mete en ella  y cada grano esconde una llamita.  Son fuegos que juegan a incendiar los pies.  Calor atrincherado en piedras diminutas, que pide piel a gritos para quemar.

Pero de noche cuando el sol se va,  a la arena se le escurre el sol. Se le escapa el calor y en pocas horas  demuestra lo que es: pedacitos fríos de piedras muertas, heladas, machacadas... rotas.

Donde había calor no queda nada.
Como un animal muerto, la arena fría, deja de respirar. Ya no sonríe con los pies que vuelan por encima ni con los novios que llevan a las novias a mirar las olas.
Ya no. 

La arena helada se pone triste y llora.
Así me pasa a mí cuando te vas y te llevas las llamas que habitan mis granitos. También me quedo helada, sin sonreír y respirando poco. La arena tiene suerte. Sabe que en pocas horas se termina su muerte. El día llega y con él, su sol.
 
Yo no. Yo no tengo medida para medir mi noche. Sólo sé que te vas y que al irte me matas. Sé que la muerte es fría y dura lo que dura.
Horas, días o años para medir los daños de la falta de sol.

Isabel Salas



FOTO: Juliako Bernal                                  www.juliako.es




sábado, 26 de julio de 2025

DENTRO DEL COCHE

Ella sentía correr las lágrimas mientras caminaba hacia el coche, le daba vergüenza llorar por la calle y por eso no hacía ademán de limpiárselas, como si ignorándolas y evitando los gestos de manotazos que las apartarían, se hiciesen invisibles a los ojos curiosos de quienes se cruzaban con ella.
Miradas indiscretas.
Molestas.
De adivinos.

Entró dentro del auto y arrancó para alejarse de la escena ridícula. El chorro de aire acondicionado. La radio. Mirarse al espejo. Calmarse.

Que tonta había sido. 
Tantos años después y va él y la llama. 
Y ella tan imbécil va y atiende.
Años después de sólo comunicarse a través de abogados, de gestores de horarios para visitas y vacaciones de hijos, de mediadores y graduados sociales, él va y la llama y le dice hola.

No levanta la voz. 
No grita.
Le habla bonito con la voz suave de antes de los problemas y las peleas. Habla de cosas buenas que están pasando con los hijos, pregunta como está ella y la deja responder sin interrumpir, le cuenta del trabajo, del coche que se cala, del primo cura que parece que es gay y se sale de cura. Ya se ha curado dice...y se ríe.

Ella hace tanto tiempo que no escucha su voz sin discutir que está atontada, le extraña y casi espera que sea un truco para pedirle algo referente a los niños, cambiar el orden de algún festejo para organizar un viaje...algo así, pero no.
Él sigue hablando y conversando. Ríe de  nuevo y ella se sorprende bajando la guardia y entrando en el clima de cordialidad.

Él habla más que ella , pero de pronto en medio de una frase, ambos se ríen. El sonido de sus dos risas juntas es para ella  como un puñetazo.

Lo quiso tanto. Le dolió tanto todo.
La crisis, la otra crisis, los engaños, verlo salir de casa para ver a la otra, verlo volver, escuchar sus mentiras. Las peleas, los gritos, los reproches.

Y ahora la risa de ambos  se sale de las bocas, se mete por las ondas de la tecnología y hace que se revivan sin previo aviso todas las emociones contenidas,  supuestamente superadas y olvidadas.
La excusa boba, debo dejarte, la batería. Adiós.

Dentro del coche, una mujer llora.

Al otro lado de la ciudad,  en otro coche, un hombre serio mira la pantallita del teléfono. Llamadas realizadas, el nombre de ella. ¿Qué impulso raro lo inspiró a llamarla?Han hablado tan bien... han conversado como hacía años, todo estaba perfecto hasta que las risas se juntaron y él  se vio transportado al centro de otras risas de  hacía mucho tiempo.
Quiso parar pero no hizo falta que inventase una excusa. Por suerte la batería de ella se estaba terminando y ella se despidió.

Y de pronto lo invade una ola de lágrimas y llora como lloran los hombres.
Con fuerza.
Con sorpresa.
Deja el teléfono y arranca.
El chorro de aire acondicionado. La radio. Mirarse al espejo.
Recomponerse.

Dentro del coche, un hombre llora.

Isabel Salas



lunes, 21 de julio de 2025

BOLA DE RULETA


A veces
 te quieres enamorar,
 y escoges entre todos los que ves,
de quién te enamoras.
De propósito,
porque es la hora,
porque tu alma pide hijos,
exige besos,
necesita cosas,
quiere dormir con alguien,
abrazadita,
y llora.


quieres de pronto ser de alguien, 
 o tener alguien
a quien llamar tuyo,
y te enamoras
con premeditación y alevosía.
Con decisión.

Lo haces
 del que está allí,
del primero que pasa,
de otro barco a la deriva 
como tú,
que está como tú,
queriendo lo mismo
buscando un amor que flote
al que agarrarse.

Y puede salir bien,
eso dicen,
 aunque a mí, la verdad,
siempre me salió mal.
Son amores aburridos, tristes,
grises.
Vomitivos, repugnantes,
sin sonido.
Submarinismo en un mar de barro.
Huelen a muerte
antes de nacer y son nocivos
para todos los tipos de salud,
peor que fumar,
o dejar de coger,
o parar de soñar.

A mí, 
lo que me sale bien 
es enamorarme sin querer.
Enamorarme 
prestando resistencia.
Gota a gota,
como un suero maldito directo en la vena.

Con miedo.
Con ganas de matar,
de golpear.

Me sale bien
sentir a ratos rabia 
de quien me despierta cosas dormidas,
de quién derrite
sentimientos congelados,
y resucita
sensaciones muertas.

Con esos amores
siempre me sale bien,
respiro colores,
exhalo perfumes y risas.
Hay sensación de vértigo
pero no vomito.
La vida me respira y yo a ella,
ósmosis vital.
Mares limpios para nadar,
buceo a pulmón libre
atravesando peces.

Son amores de veras.
Verdades de intensidad variable,
 terremotos educados 
que te lo derrumban todo
con una sonrisa de magnitud diez
con derecho a tsunami.
Con vete al carajo
y vuelve rápido
que sin ti no es lo mismo.

Amores impremeditados,
con atenuantes,
con pimienta en la llaga,
risas raras,
miradas estiradas como hilos de cobre
ruido de bolita
saltando en la ruleta.

Felicidad,
fantasía, sueños,
sonrisas
y el susto constante,
permanente,
de morirte o borrarte
cuando se cumpla el plazo
de caducidad.

Isabel Salas

domingo, 13 de julio de 2025

CALIBRE NUEVE


Cuando me defiendo, 
me defiendo de todo con la misma fuerza.
Me defiendo de mí,
de ti,
de lo que se mueve,
de lo que siento malo con razón o sin ella, 
y de lo bueno,
de lo bueno raro que parece palo,
aunque no lo sea.

Sin orden ni pudor, 
sin concierto esquivador de golpes.
Sin razón.
Ataco lo que imagino 
y lo que existe.

Todo me sabe a malo y todo es peligroso.
Mi cabeza no piensa 
porque estar así es como estar dormido,
o tonto,
o peor, mucho peor,
dormido, 
triste y tonto.

Y cuando me defiendo de todo lo gris,
yo también me quedo gris
y es difícil quererme.
Lo sé.

Nunca he pedido que me quieran así.
Querer en blanco y negro no es algo que se pida.
Es algo que no pasa,
y si pasa,
el gris se pasa y vuelven los colores
 y todas las sonrisas.
 Pero eso es raro,
¿Quién va a querer amar de esa manera?
O mejor, 
¿Quién va a querer amarme así?

La manera existe, 
lo que no existe es quién la aplique en mí.
Nunca pasó,
y si pasó,
pasó tan lejos que no la sentí.

Así que normalmente,
 mi locura gris la limpio sola,
escribiendo
 hasta parar todo lo que se mueve,
o llorando 
lágrimas especiales 
calibre nueve.

Letras saladas y lágrimas sin tildes,
las dos formas,
solas o combinadas,
que dejan mi sonrisa nueva 
y devuelven la vida 
los colores muertos.

Mis dos maneras de abrillantar los ojos,
y mirar lo que pasa,
lo que existe 
y lo que yo quisiera que existiera.

Mi manera mía de mirarlo todo,
con mis ojos míos.
 
Mi mirada mía llena de palabras brillantes
escritas con tinta calibre nueve, 
que por no pensar,
a todo 
se atreve.

Isabel Salas




miércoles, 2 de julio de 2025

LA SERPIENTE SIN CASCABEL




¿Quién le pone el cascabel al gato?
No sé.
Yo se lo pongo al coronel,
y al caballito 
del carrusel.
Le pongo un cascabel 
a la barquita
sin timonel.


Al gato no, que araña,

que me regaña por ser tacaña 
y  darle el cascabel
a la serpiente,
que vive en la cabaña del capitel.
Cerca de la montaña
del desnivel,
y estaba triste
sin cascabel.



Isabel Salas