miércoles, 25 de diciembre de 2024

AMOR MUERTO






El amor muere.
Como todo lo que nace, 
tiene su tiempo 
y muere.

Por suerte colapsa, se estropea
y le llega la muerte.
Fenece de pronto 
lo mismo que nació,
agotado, roto, 
sin preguntar, 
sin esperarlo nadie.

Sin  alardes, tranquilo,
sin avisar.

El amor expira
como todo lo que debe morir,
para dejar espacio,
y que otras cosas nuevas,
odios o amores
puedan vivir.

Cuando se acaba la fuerza vital 
que lo dejaba vivo, 
el amor se termina
y es tan triste esa muerte
que se atragantan
 lagrimas y versos por igual, 
en los entierros
de los amores 
muertos.

Isabel Salas
DEL LIBRO
TE CONTENGO



domingo, 15 de diciembre de 2024

SOBRE HIJOS Y MADRES

 

Siempre escuché, desde niña, que las madres tienen prioridad en la custodia de los hijos, pero al crecer, la vida se encargó  de mostrarme que esa creencia es un espejismo construido sobre un periodo de tiempo ridículamente corto en comparación con la historia. Durante siglos, la custodia no fue un derecho materno ni algo que pudiera negociarse: los hijos eran propiedad del padre y, como tal, su destino dependía de él. Esto no era una excepción ni una peculiaridad de ciertas culturas; era la norma en prácticamente todo el mundo.

En la Antigua Roma, por ejemplo, el padre tenía un poder absoluto sobre su familia, un concepto llamado patria potestas, que no solo le permitía tomar decisiones sobre la educación o el futuro de sus hijos, sino que también le daba la autoridad de venderlos, castigarlos o incluso deshacerse de ellos si lo consideraba necesario. La madre, por más que los criara y los amara, no tenía derechos legales sobre ellos. En caso de divorcio, los hijos se quedaban con el padre y la madre simplemente desaparecía de la ecuación.

A lo largo de la Edad Media, con el cristianismo dominando las leyes familiares, la situación no mejoró. El matrimonio se convirtió en un vínculo sagrado e indisoluble, lo que significaba que el divorcio prácticamente dejó de existir. Cuando, por circunstancias extremas, una pareja se separaba, la custodia de los hijos recaía sin discusión en el padre o en su familia. No importaba si la madre era la principal cuidadora, si los había parido o si eran pequeños y necesitaban su protección. La lógica era simple: el hombre tenía la responsabilidad económica, el linaje y el apellido, por lo tanto, tenía derecho a quedarse con los hijos.

Algo similar ocurría en la China imperial, donde las mujeres podían ser repudiadas por su marido por razones que hoy nos parecerían surrealistas, como no haber dado a luz un hijo varón o ser demasiado celosas. Cuando esto pasaba, la mujer debía abandonar la casa y dejar atrás a sus hijos, porque la custodia pertenecía exclusivamente al padre o a sus parientes. Incluso en las clases populares, donde la economía familiar dependía del esfuerzo conjunto, la ley seguía favoreciendo al hombre.

En el mundo islámico medieval, el sistema era un poco diferente, pero no mucho más favorable para las madres. Durante los primeros años de vida, ellas se quedaban con la custodia de los hijos porque se reconocía que eran quienes mejor podían criarlos en la infancia. Sin embargo, ese derecho tenía fecha de caducidad: cuando los niños llegaban a determinada edad, pasaban automáticamente a la tutela del padre o de su familia. La madre podía seguir viéndolos, pero ya no tenía control sobre su destino.

A lo largo de la historia, el único resquicio de luz para las mujeres en términos de custodia se encontró en algunas sociedades africanas precoloniales, donde la descendencia se trazaba a través de la línea materna. En comunidades como la de los Ashanti en África Occidental, los hijos pertenecían al clan de la madre, y en caso de separación no había debate: los niños se quedaban con ella. Pero este tipo de estructuras matrilineales fueron la excepción, y con la llegada del colonialismo europeo, fueron rápidamente desmanteladas para imponer el modelo patriarcal europeo, donde la custodia volvía a recaer en el padre.

El gran punto de inflexión no llegó hasta el siglo XIX, con la Revolución Industrial. Fue entonces cuando, por primera vez, algunos países comenzaron a considerar la idea de que los niños pequeños deberían quedarse con sus madres tras un divorcio. La primera ley que reconoció esto fue la Custody of Infants Act de 1839 en Reino Unido, que permitió a las madres obtener la custodia de sus hijos menores de siete años. Siete años. Ni siquiera la custodia completa, sino un derecho limitado que apenas se aplicaba en casos excepcionales.

Si ponemos esto en perspectiva, significa que las madres han tenido prioridad en la custodia durante aproximadamente 185 años, lo que es una fracción minúscula en comparación con los siglos de dominio absoluto de los padres. Y aún hoy, esa supuesta ventaja materna es más un espejismo que una realidad. Las leyes de custodia compartida, que en teoría buscan la igualdad, muchas veces funcionan como una herramienta para debilitar la conexión entre la madre y sus hijos, repitiendo un patrón que se ha mantenido durante siglos.

La historia de la custodia infantil no es solo una historia de leyes, sino una historia de poder. Los hijos siempre han sido un instrumento de control sobre las mujeres, y aunque las palabras en los códigos legales han cambiado, la esencia del sistema sigue siendo la misma. La justicia familiar moderna no es un mundo nuevo y equitativo, sino un reflejo de la misma desigualdad histórica con un nuevo envoltorio. Y si algo nos enseña la historia es que los cambios superficiales no significan justicia real.

Cómo curiosidad y detalle no menor, quiero añadir que el poco tiempo en que las madres se quedaron con sus hijos pequeños se debió a que se comenzó a aplicar en los juzgados la doctrina de los tiernos años a mediados del siglo XIX, con el Custody of Infants Act de 1839 en Reino Unido, al que antes me referí, marcando el primer reconocimiento legal de que los niños pequeños, especialmente los menores de siete años, debían permanecer con sus madres tras un divorcio. Esta idea, impulsada por la percepción de que las madres eran las principales cuidadoras durante los primeros años de vida, se fue extendiendo gradualmente a otros países y consolidándose en la jurisprudencia de las cortes de familia a lo largo del siglo XX. Sin embargo, esta doctrina nunca llegó a representar un verdadero derecho materno, sino más bien una concesión temporal dentro de un sistema que seguía favoreciendo la autoridad paterna.

Con el tiempo, esta doctrina fue reemplazada por la doctrina del pretendido bien superior del menor, que empezó a utilizarse a mediados del siglo XX y que, en teoría, pretendía garantizar que las decisiones sobre custodia se tomaran en función del bienestar del niño y no de los derechos de los padres. Sin embargo, en la práctica, esta doctrina abrió la puerta a una manipulación legal y psicológica, donde la subjetividad de los jueces y la intervención de los llamados "expertos" comenzó a jugar un papel decisivo en los juzgados de familia. Fue en este contexto que los psicólogos entraron en escena, imponiendo su presencia en los procesos judiciales con evaluaciones que no solo carecen de objetividad científica, sino que han servido para justificar decisiones profundamente dañinas para madres e hijos.

La incorporación de la psicología en los juzgados de familia ha sido una de las herramientas más perversas en la legitimación de la violencia institucional contra las madres. Bajo la excusa del "interés superior del menor", se ha convertido en una práctica común separar a los niños de sus madres con argumentos pseudocientíficos, diagnósticos arbitrarios y evaluaciones subjetivas que responden más a prejuicios que a evidencias. Las opiniones de los psicólogos forenses han terminado por suplantar la realidad de los hechos, permitiendo que se despoje a las madres de la custodia bajo acusaciones infundadas de alienación parental, inestabilidad emocional o cualquier otro término que encaje en la narrativa que se necesita para justificar decisiones previamente tomadas.

Lo que se presentó como un intento de proteger a los niños en sus primeros años de vida ha terminado en un mecanismo de deshumanización, donde las madres ya no son vistas como el pilar fundamental en la vida de sus hijos, sino como un obstáculo que puede ser removido si el diagnóstico psicológico de turno lo permite. Así, la doctrina del pretendido bien superior del menor no ha sido más que una herramienta de control, que ha servido para borrar el derecho natural y biológico de los hijos a ser criados por sus madres y de someter a madres e hijos a un sistema judicial que, bajo la apariencia de equidad, perpetúa la misma desigualdad histórica de siempre.

Isabel Salas

miércoles, 11 de diciembre de 2024

VETE




Por un momento
tu camino fue el mío
 y el mío tuyo.

Durante un tiempo,
soplaba en nuestros rostros
 el mismo viento,
en el mismo sendero
del que ahora huyo.

Lo que inundaba el sol y hacía nacer flores, 
se ha llenado de noche.

Algo ha cambiado,
ya no brilla el charol, se fueron los colores.
Todo apesta a reproche.

Me salgo de tu ruta,
salte tú de la mía
y regresa a tu gruta.

Sal de mí,
de mis ojos,
de mis canciones
y de mis labios rojos.
Salte de mis palabras
y de mis intenciones.

Vete.

Márchate de mi vida,
del asfalto,
 de las piedras, del árbol,
de mi alma, 
que vive en sobresalto.

Sigue tu senda,
llévate tus promesas
de caminar unidos.

No hay solución, se abrió la fenda.

Demasiadas mentiras,
miles de burlas formaron mi prisión.

Vete.

Libérame,
vuelve a tu mundo
y olvídame.

Isabel Salas















martes, 3 de diciembre de 2024

INVISIBLE


Un día, 
cuando encuentre la manera 
de sacarte de mí, 
y por fin,
 vuelva a ser yo, 
renacida,
en otra primavera,
lo sabrás.

No me verás, 
dejarás de escucharme
nada de mí te llegará,
ni mi voz
ni mi aroma,
ni mi sabor.

Seré invisible,
remota, inalcanzable,
y entonces tú,
entenderás al fin,
que tal vez era yo...
la inolvidable,
y tú,
sustituible.


Isabel Salas

sábado, 30 de noviembre de 2024

JUAN LUCIANO



Juan Luciano es un personaje fascinante por su complejidad y su trágica autopercepción. Es alguien que vive atrapado en la ilusión de lo que "pudo haber sido", una figura que encarna el remordimiento y la soberbia al mismo tiempo. Su convicción de que podría haber sido el mejor en todo, si solo el mundo a su alrededor lo hubiera merecido, revela una profunda falta de autoconocimiento y una incapacidad para aceptar la realidad de sus propias limitaciones.

Lo que hace a Juan Luciano tan interesante es cómo su arrogancia lo aísla progresivamente. A lo largo de su vida, su incapacidad para reconocer y valorar a las personas que lo rodean lo lleva a una soledad amarga. Su desdén por quienes no cumplen sus expectativas y su constante justificación de por qué no vale la pena esforzarse, lo convierten en un personaje que se auto-sabotea. Es una especie de anti-héroe, cuya grandeza solo existe en su propia mente.

El momento en que su esposa lo deja llevándose a su hijo es especialmente revelador. No solo muestra la culminación de sus fracasos personales, sino también la cruda realidad de que sus sueños de grandeza nunca se materializarán. La ironía final, donde él mismo se reconoce como "el mayor gilipollas de todos los tiempos", encapsula su tragedia personal: un hombre que podría haber tenido todo, pero que lo pierde todo por no saber apreciar lo que tenía.

En resumen, Juan Luciano es un retrato de la autodestrucción que proviene de la soberbia y el orgullo mal enfocado. Su historia es un recordatorio de cómo la vida puede pasar de largo mientras uno se aferra a ideales que nunca se alcanzan, y de la importancia de la humildad y la aceptación en la búsqueda de la verdadera felicidad. Es un personaje que provoca tanto lástima como reflexión, y su destino es una advertencia sobre los peligros de vivir en el pasado y en las fantasías de lo que nunca fue.

  ¿Cómo interpretas la ironía final de que Juan Luciano se reconozca a sí mismo como "el mayor gilipollas de todos los tiempos"? ¿Crees que este reconocimiento trae algún tipo de redención para él, o solo profundiza su tragedia?

 

Isabel Salas

viernes, 29 de noviembre de 2024

DESNUDA


No estoy en ti.
En nada tuyo estoy
 como tú estás en mí,
viviendo en todo  lo que hago,
desde siempre,
 hasta hoy.

Estás en mis palabras,
y cuando escribo cosas,
eres la espina 
de mis mariposas,
la misma perra espina de mis vocales
 y de mis rosas.

Siempre tú,
maldito botón 
de todos los ojales.

Flotas en mi mirada
y antes de ver el mundo
tengo que sacudirte 
de mis ojos de niña enamorada.
Si no lo hago... 
todo lo confundo
los  verdes se hacen rojos
y en medio tú,
negro profundo.

Vives en mis sonrisas,
en las lágrimas tristes que a veces lloro.
Estás en los suspiros
y en la llave de oro
que abre las risas.

Eres el oso parado en el hielo
y eres los aviones
que vuelan por mi cielo.

Estás en todo lo que cuento
pero cuando te miro
en nada tuyo
yo me encuentro.

Mi corazón es tu casa,
sin poder evitarlo muda su canto
a ti se acompasa.


Encharcado de agua rasa,
el tuyo,
 es el espanto que me arrasa,
 cuando a ti vuelvo
desnuda
y sin orgullo.

Isabel Salas


sábado, 23 de noviembre de 2024

MI VAGINA NO ES UN ORIFICIO




Últimamente se ha puesto de moda, en ciertos círculos, llamar orificios a las vaginas y deseo manifestar mi completo desacuerdo con semejante práctica. Digamos, de paso, que tampoco  me gusta demasiado la palabra vagina  y tengo mis razones. Por lo visto vagina es una palabra de uso muy reciente, además de ser total y completamente machirula. Según he leído aparece en 1641 cuando un botánico y anatomista alemán llamado Johann Vesling, profesor en la Universidad de Padua, tuvo la peregrina idea de llamar así al conducto maravilloso que une el mundo exterior con nuestro útero. 

Podía haberla llamado recinto de la vida, camino del placer, cueva fabulosa o cualquier otra cosa bella, pero le puso el nombre vagina porque le pareció que esa parte de nosotras era semejante a la vaina que cubre a la espada, una especie de funda o envoltorio. O sea, se olvidó de su suavidad, su utilidad y su misterio, para definirla como "la parte de la hembra" que rodea o cubre  al pene durante el coito.

Es decir, tras preguntarse este buen muchacho como podría referirse a ese conducto casi mágico, elástico, calentito y autolubricado por nombrar algunas de sus preciosas particularidades, se le ocurrió ponerle un nombre simplón que remite al puntual uso que de ella hacen los varones. Nosotras no contábamos para nada, y así seguimos. Fue así como el órgano sexual femenino fue bautizado en honor al pene. Realmente es una burla. Una burla histórica, tal vez sin mala intención, pero sin lugar a dudas una ofensa en varios sentidos. 

Busqué como se referían a nuestra querida vagina antes de que el bueno de Johann se animara a bautizarla y poca información he encontrado. Los romanos llamaban vulva a todo el contexto, y no se sorprendan al saber que vulva también significa envoltura y englobaba todo el paquete genital femenino, desde los labios  menores y  mayores, hasta la propia vagina y  el clítoris. 

En lo que se refiere al  nombramiento de nuestros organos sexuales, las hembras occidentales les debemos a los griegos la belleza de la palabra clítoris, pues viene de  "kleitoris" y significa pequeña montaña. Ellos sólo conocian la parte externa del clítoris y no podían sospechar su verdadero tamaño y ubicación pero al menos le dieron un nombre poético sin referirse a lo que un varón podría o no hacer con nuestro querido amigo. Por cierto la palabra climax tambien es de la misma familia y además según mi experiencia tiene toda la lógica pues con pene o sin pene es el clítoris que nos da los mayores  contentamientos en lo que a orgasmos se refiere.

Quero termimar diciendo que la alegría de recibir a un hombre dentro de mí jamás la he vivido como la aburrida entrada de un pene en mi vagina. Es mucho más que eso, es el hombre completo con sus risas, sus caricias, sus palabras, su olor y todos sus gestos. Y no entra solamente a mi vagina, ese hombre está allí porque de alguna manera ya tiene mi amistad, mi deseo, mi corazón o tal vez hasta mi amor y cuando sucede la penetración, entra tambien en mi corazón y  en mi cerebro. Puede incluso tocar mi alma cuando el amor es grande y mutuo y hasta nuestras aureas se abrazan cuando nuestros cuerpos se encajan en esa magnífica coreografía donde hombre y hembra se encuentran. 

La vagina no es por tanto la funda de un pene, es mucho más, es el comité de bienvenida a todo el resto y menos aún es un orificio. La vagina podría tener nombre de flor, que para eso el tal Johann era botánico, o nombre de cualquier cosa que evocara lo que es, una parte esencial de nuestra identidad sexual por supuesto, pero tambien una entrada al mundo del placer o la salida triunfal para nuestra sangre menstrual y nuestros hijos.

Si la palabra vagina en su origen fue inapropiada, ésta nueva tentativa de borrar la vagina convirtiendola en un simple orificio me parece un agravio aún mayor. Nuestro órganos sexuales son mucho más que nombres. Debido a ellos, a su maravillosa capacidad de dar placer y de engendrar vida es que hemos sido amadas o repudiadas, ensalzadas o perseguidas, sacralizadas o estigmatizadas dependiendo del contexto histórico. Pero definitivamente, en pleno siglo XXI corresponde que defendamos nuestro cuerpo y cada porción de él como lo que son, partes indivisibles de un todo maravilloso que es la hembra humana y como parte de esa defensa nos atribuyamos el poder de nombrarnos como mejor nos sintamos.

No permitamos que conviertan nuestra vagina en un orificio.

Somos hembras, preciosa palabra que viene de fémina, cuya raiz significa mamar o amantar. Otras palabras de la familia son felix, fecundo o  filius,  que remiten a fecundidad, felicidad e hijos. Por tanto fémina es la que amamanta o da de mamar, una palabra poderos.

Sin embargo tal vez muchas no sepais que "mujer" viene de mulier que significa aguado o blandengue. Otra palabra de la misma raiz  es molusco, por eso desde que me enteré prefiero decir de mí misma que soy una hembra y no una mujer. 

Me hubiera gustado que Johann hubiera elegido  el nombre de alguna orquidea para nombrar nuestra vagina, pero ya es tarde para arreglar esa mala elección. Sin embargo hoy puedo escoger y escojo usar hembra y vagina antes que mujer con orificios.

Las hembras somos casi la mitad de la población mundial pero todos nosotros, hombres y mujeres hemos llegado al mundo gracias a una vagina, sea en el momento de la concepción o a la hora del parto allí está ella, el canal de la alegría que es la puerta de la vida. 

Isabel Salas


martes, 5 de noviembre de 2024

VOLVER A VOLVER


Volver a empezar tras caer,
y de nuevo,
   tratar de seguir,
y empezar,
otra vez,
después de levantar.

Y convertir las lágrimas
en tripas,
 otra vez,
y las tripas en carne 
y la carne en reloj
de contar los latidos
y hacer que los gemidos
se hagan corazón,
y que sea valiente
y vuelva a funcionar, 
capaz,
palpitando de nuevo,
y de nuevo tenaz.

Y haga ruido de vida,
de nuevo, de pulso, 
de coraje, 
de impulso,
de empujar sangre y garras
fuerza, aire
y aliento,
olvidando la piel
que quedó en el cemento.

Y volver otra vez
a tapar las heridas,
y de nuevo
espantar a los males,
con un canto hechicero, 
que convierta,
otra vez,
en nuevo corazón,
la ceniza muerta
que llena el cenicero.

Y de nuevo volver,
otra vez,
a volver a empezar
tras caer.

Levantar y seguir, 
sin saber si llorar es vivir
y vivir es volver 
a doler
y de nuevo otra vez
empezar,
mientras llega el morir, 
que es, por fin,
desistir.


Isabel Salas


viernes, 1 de noviembre de 2024

FILAMENTOS GATUNOS


 

La Real Academia Española define al "gato" como un mamífero doméstico de la familia de los félidos, cuyo carácter y elegancia se han ganado nuestro corazón y nuestras casas. Y de nuevo tiene razón. También dice que "pelo" es un filamento delgado y flexible que cubre el cuerpo de algunos animales Imagínate, filamento, cuerpo en forma de hilo, que palabra tan bonita pero que cortita se queda cuando hablamos de pelos de gatos, pues además debería decir que esos filamentos nacieron para distribuirse por toda la casa  de la forma más caprichosa y aleatoria.

Quien tiene la dicha de convivir con gatos sabe que estos diminutos hilos encuentran la forma de instalarse en cada rincón de nuestro hogar y en cada prenda de nuestra ropa. Pero sabe, además, que tienen la capacidad mágica de no molestar estén donde estén, por más que llenen nuestras camas, sofás y cualquier superficie imaginable, nos llenan de una sensación mucho más valiosa que cualquier otra: la alegría (definida como un "sentimiento grato y vivo que suele manifestarse con signos exteriores")

¿Y acaso no es esta la esencia de tener un gato en casa? Desde el ronroneo suave que se escucha cuando nos despiertan (cada noche varias veces) hasta las tonterías que nos arrancan carcajadas inesperadas. La presencia de un gato hace de nuestro hogar un refugio lleno de amor, donde no hace falta más que su mirada para recordarnos la simplicidad de la felicidad.

Y no lo digo yo, lo dice nuestra querida academia que define "Casa" y "hogar" como refugio y espacio de convivencia. Se le olvida, que con un gato, estos términos se enriquecen con significados más profundos. Los gatos convierten un simple lugar en un hogar por el simple hecho de compartir sus rutinas con nosotros. Desde observarnos preparar café hasta dormir la siesta con nosotros o afilarse las uñas en nuestros zapatos, cada gesto de nuestros queridos gatitos es una invitación a ver el mundo con calma y a apreciar cada pequeño instante de compañía.

Es cierto que encontraremos sus pelos por todas partes, y hay que aceptar que por mucho que aspiremos o limpiemos,  siempre habrá un par de hilos felinos que nos acompañen y adornen nuestras ropas. Sin embargo, cada uno de ellos es testimonio de su presencia y su amor. Tener un gato es aceptar esos pelos como parte de la decoración, e incluso como parte de nuestro propio estilo, lo que ahora llaman outfit, (conjunto de prendas, calzado y accesorios que alguien elige para vestir en un momento o evento específico). Aunque en español tenemos términos como "conjunto" o "atuendo," outfit se ha popularizado bastante, especialmente en redes sociales y en contextos de moda, para describir el estilo o la combinación de ropa de una persona. Esto sería un anglicismo de toda la vida.

Vida que con el amor de nuestros gatos, se convierte en una suma de continuos gestos y momentos de ternura, de esa "alegría" tan grata y viva que solo quienes tenemos un gato conocemos: sus cabezazos de cariño, sus giros elegantes al caminar, su indiferencia (a veces fingida) cuando requerimos su  atención y, sobre todo, esa felicidad profunda que sentimos cuando vienen a dormir en nuestro hombro o se acomodan en nuestro pecho para ofrecernos un concierto de ruiditos a cual más entrañable. Ellos nos miran y dulcemente entornan sus párpados, obligándonos a parar todo lo demás para disfrutar de ese momento, sin movernos (por supuesto) para se queden el mayor tiempo posible, aprendiendo que el amor es un regalo, el que ellos nos dan o cualquier otro amor, el regalo más valioso, y que como dice la canción, el cariño verdadero ni se compra ni se vende, "no hay en el mundo dinero para comprar los quereres" y ellos lo saben.


Isabel Salas

domingo, 27 de octubre de 2024

JORGE GARAVENTA, UN HOMBRE COMPROMETIDO

 

Pocas veces nos encontramos con personas que, sin pretenderlo, dejan una huella realmente profunda en nosotros, y menos aún conocemos gente cuyas palabras se transforman en guías para el compromiso profesional y humano. Así fue Jorge Garaventa, un psicólogo argentino que, como diría Sabina, "me mostró el camino" con su trabajo y su forma de ser. Y aunque no faltaron las bromas entre él y yo, por su nacionalidad y la mía, gallega de Málaga, afirmo, muy en serio, que su presencia y su enfoque lograron marcar el camino de muchas personas, y espero que de generaciones de jóvenes psicólogos también.

Con motivo de su 35 aniversario en la psicología, Jorge escribió una carta dirigida a sus "jóvenes colegas," un texto cargado de humildad y generosidad. En ella, compartía reflexiones profundas sobre el valor de la psicología y su dedicación, invitando a quienes se inician en esta disciplina a no solo formarse en conocimientos técnicos, sino a abrazar la profesión con vocación, ética y empatía. A través de su propia experiencia, habló de sacrificios, de momentos difíciles y del verdadero significado del ejercicio de la psicología, describiéndolo como "una de las aventuras más bellas" cuando se vive desde la vocación.

Conocí a Jorge en una ocasión en la que necesitaba su apoyo en un tema que él entendía bien: los efectos devastadores de los abusos que sufren los niños y las complejidades que enfrentan cuando su testimonio es puesto en duda en el sistema judicial. Acudí a él con la esperanza de obtener un documento claro y estructurado, que ayudara a comprender lo importante que es dar credibilidad a la palabra de un niño que denuncia un abuso, ya fuera físico, psicológico o verbal. Me había invitado a su consulta para hablar del asunto y puedo decir que conseguí mucho más de lo que esperaba. Esa tarde conocí a un hombre cuya calidez y generosidad desbordaban su rol profesional.

Recuerdo con claridad aquel momento. Jorge me escuchó atentamente, sin dejar de hacer contacto visual ni un solo segundo, y comprendió a la perfección la importancia de ese documento. Podría haberme ofrecido un aporte sencillo al resto de la documentación que estaba recopilando, pero, al entender la relevancia del tema, aceptó crear un texto más formal, de dos o tres páginas, con su firma y su voz, reflejando su experiencia y postura de experto. Él fue receptivo, educado y amable, y al despedirme me sentía profundamente conmovida y agradecida. Me quedó grabada la imagen de su consultorio: sus plantas en agua, el sillón cómodo, su sonrisa tan amable y sus gestos tan cordiales. Nos despedimos entre risas, cuando le hice ver que para mí, a partir de ese día, él encarnaba el "psicólogo perfecto." A pesar de mis reservas hacia la psicología, en persona, conquistada por su simpatía, solo pude agradecer y despedirme con cariño de alguien que, por encima de nuestras diferencias puntuales, acababa de recibirme como un gran hombre y un ser humano extraordinario.

Después de aquel encuentro en Buenos Aires, Jorge continuó interesándose por las causas de las que le había hablado en nuestro encuentro, preguntándome ocasionalmente cómo estaban las personas de las que le había contado. Se emocionaba con cada buena noticia y se entristecía con cada revés; su preocupación y empatía eran verdaderas, y su solidaridad, inquebrantable. Este psicólogo fue una gran inspiración no solo para mí, sino también para los niños y madres a quienes transmití su mensaje y apoyo. Él encarnaba en cada gesto las cualidades que compartió en su carta abierta: ética, responsabilidad, empatía y un compromiso profundo con la causa de los niños.

En su carta, Jorge alentaba a los nuevos psicólogos a superar los retos iniciales, a perseverar en los momentos difíciles y a recordar siempre la importancia de su rol en la vida de otros. Subrayaba la necesidad de una formación constante y de cuidarse a uno mismo, mencionando el trípode de terapia personal, supervisión y formación continua como herramientas fundamentales para enfrentar las complejidades de la profesión. Con sencillez, relató cómo él mismo había tenido que asumir trabajos adicionales al inicio de su carrera, demostrando así que ser psicólogo va mucho más allá de la teoría; es un ejercicio de vida, de pasión y de dedicación absoluta.

Este hombre era, en sus palabras y en sus acciones, el prototipo del buen psicólogo, un ser humano completo cuyas continuas atenciones hicieron que, en un periodo difícil de mi vida, todo fuera un poco más cálido, un poco más amable. Me siento bien al escribir este texto ahora que murió, porque le dije las mismas cosas cuando estaba vivo. Su vida y su obra nos dejan una lección invaluable: ser psicólogo es, como bien demostraba él, más allá del título y de la técnica, una vocación que exige un compromiso profundo con el bienestar y la dignidad de quienes buscan ayuda. Jorge era la prueba de que la verdadera riqueza de esta profesión está en la humanidad que entregamos, en la empatía que brindamos y en la compasión que compartimos.

Hoy, recordarlo es también un llamado a quienes inician su camino en la psicología. Recordar a Jorge Garaventa es recordar que, a pesar de las dificultades, la psicología es una profesión generosa y noble cuando se abraza con el corazón y la ética como bandera. Así como él compartió su experiencia en su carta, comparto este recuerdo en homenaje a un hombre que, sin buscarlo, me reconcilió con una disciplina con la que siempre he sido muy crítica.

Gracias, Jorge, por el ejemplo y por el legado. Y gracias, Yanina, por darme su contacto y hacer posible ese inolvidable encuentro.


 Isabel Salas

miércoles, 23 de octubre de 2024

CONTAR NUESTRA HISTORIA

Rara vez nos detenemos a pensar en las raíces profundas que nos sostienen y en los caminos que recorrieron nuestros familiares más cercanos o más lejanos para que llegáramos hasta aquí. Nos encontramos atrapados en un ritmo acelerado, en el cual las historias familiares —esas que conforman el tejido de nuestra identidad— quedan relegadas a un segundo plano. Sin embargo, ¿qué pasaría si dedicáramos tiempo a explorar y a escribir nuestra historia familiar, o, más bien, la historia de nuestra familia dentro de la Historia con mayúscula?

Un taller de narrativa familiar es un espacio que permite esta exploración profunda, transformando recuerdos y relatos en un legado tangible y enriquecedor. Un taller de este tipo no solo ofrece la oportunidad de preservar recuerdos; es también un proceso emocional que nos permite reconciliarnos con el pasado, fortalecer los lazos familiares y, en última instancia, disfrutar de la alegría de contar nuestra historia. En este artículo exploraremos las grandes alegrías y los beneficios de participar en un taller de narrativa familiar como este, desde el legado emocional hasta el poder sanador de la reconciliación con el pasado y la conexión con las nuevas generaciones que encontrarán en nuestras palabras su propia voz.

Participar en un taller de narrativa familiar nos invita a redescubrir la riqueza de nuestras raíces. Nos recuerda que, más allá de los nombres y fechas en los árboles genealógicos, existen historias llenas de vivencias, desafíos y triunfos personales. Reconectar con nuestras raíces nos permite ver que somos parte de una cadena histórica mucho más grande que nosotros mismos, una cadena formada por quienes nos precedieron y cuyos esfuerzos y sacrificios han dado forma a la vida que tenemos hoy.

Al investigar y escribir sobre nuestros antepasados, descubrimos los valores y las costumbres que fueron importantes para ellos. ¿Qué tradiciones celebraban? ¿Qué valores los guiaban? Estos aspectos culturales y familiares que reconstruimos en el taller permiten que nos reconozcamos en sus experiencias y que comprendamos mejor quiénes somos. Reconectar con nuestras raíces nos da una mayor comprensión de nuestras decisiones, miedos y deseos, y nos ayuda a entender por qué ciertos valores siguen siendo importantes en nuestra familia. Esta exploración no solo fortalece nuestra identidad, sino que también nos hace sentir una conexión especial con quienes vinieron antes, creando un puente entre el pasado y el presente.

Uno de los aspectos más significativos de nuestro taller es la oportunidad de crear un legado duradero. Escribir la historia de nuestra familia es una forma de dejar un rastro tangible para las generaciones futuras. En muchos casos, las historias familiares son transmitidas oralmente, y aunque este método tiene su encanto, también está sujeto al olvido o la pérdida de detalles con el paso del tiempo.

Al crear un legado escrito, estamos preservando para nuestros hijos, nietos y generaciones futuras los recuerdos y enseñanzas que han sido importantes en nuestra familia. Un taller como este da la estructura y el espacio para organizar y plasmar estas historias, de modo que no se pierdan. No importa si el relato es un breve cuento o un extenso testimonio, el legado que estamos construyendo será un punto de referencia para futuras generaciones, quienes podrán entender y conectar con su historia familiar.

Este legado escrito también tiene el potencial de convertirse en una fuente de inspiración para quienes lo lean. Saber que nuestros antepasados enfrentaron desafíos, resistieron y lograron construir una vida puede infundir fuerza y esperanza en momentos difíciles. A través de este taller, cada historia personal se convierte en una lección para el futuro, en una inspiración para que nuestros descendientes sigan adelante, independientemente de los obstáculos que enfrenten.

Explorar nuestra historia familiar no siempre es sencillo; es común encontrarnos con relatos dolorosos o difíciles de procesar. Sin embargo, uno de los beneficios más profundos de un taller de narrativa familiar es la oportunidad de reconciliarnos con el pasado. A veces, las historias familiares están llenas de pérdidas, fracasos o decisiones incomprendidas que han dejado heridas emocionales. Al escribir sobre estos eventos, tenemos la oportunidad de comprender mejor las circunstancias que rodearon esos momentos.

El proceso de escribir sobre el pasado nos permite ver a nuestros familiares con ojos más comprensivos, reconociendo sus vulnerabilidades y sus limitaciones. Entender las razones detrás de sus decisiones, incluso aquellas que pueden habernos afectado negativamente, nos da la posibilidad de perdonar y sanar. Este proceso de reconciliación es terapéutico, ya que nos permite dejar ir resentimientos acumulados, entendiendo que nuestros antepasados hicieron lo mejor que pudieron con lo que tenían en ese momento.

Además, al reconciliarnos con el pasado, también estamos construyendo una relación más saludable con nosotros mismos. Sanar heridas familiares nos libera de patrones negativos que podemos haber heredado y nos da la libertad de vivir nuestras vidas con una mayor paz y entendimiento. Nuestro taller brinda la oportunidad de ubicar nuestra historia en un contexto más amplio, conectándola con eventos históricos que han moldeado el mundo. La migración, la guerra, los cambios sociales y políticos son fuerzas que han impactado la vida de muchas familias, y entender cómo estos eventos afectaron a nuestros antepasados enriquece enormemente nuestra percepción de su historia.

Los participantes reciben la guía para investigar el contexto histórico en el que sus familiares vivieron y emigraron, considerando aspectos como quién era el presidente en ese momento, qué reformas o leyes de inmigración estaban en vigor y qué circunstancias sociales y económicas influenciaron sus decisiones. Esta contextualización agrega profundidad a la narrativa familiar y ayuda a los participantes a comprender que las decisiones y experiencias de sus antepasados estuvieron influenciadas por fuerzas mucho mayores, lo que agrega un nivel de complejidad y realismo a sus historias.

Esta perspectiva nos hace ver a nuestros familiares no solo como individuos, sino como parte de un proceso histórico que afectó a millones de personas. Nos ayuda a desarrollar empatía y aprecio por las decisiones que tomaron, incluso aquellas que pudieron parecer difíciles o dolorosas. Al comprender nuestra historia en este contexto, nuestras historias familiares dejan de ser solo relatos personales y se convierten en piezas de una historia más amplia, dándonos un sentido de pertenencia a la historia global.

Participar en nuestro taller puede ser una experiencia profundamente enriquecedora para las relaciones familiares actuales. A medida que investigamos y escribimos sobre nuestras historias, nos encontramos con un deseo natural de compartir estos descubrimientos con nuestros familiares, lo que nos permite establecer conexiones y conversaciones significativas. Algunas familias incluso deciden participar juntas en estos talleres, compartiendo recuerdos y colaborando en la creación de su historia familiar. Esta experiencia compartida puede fortalecer los lazos familiares, promoviendo el entendimiento y la comunicación. Hablar sobre nuestras historias y recordar juntos nos permite ver a nuestros familiares bajo una nueva luz y comprender mejor los desafíos y sacrificios que cada uno ha enfrentado.

Además, compartir las historias familiares ayuda a que las generaciones más jóvenes se sientan más conectadas con sus raíces y comprendan el sacrificio y la resiliencia de sus ancestros. La experiencia se convierte en un puente entre generaciones, transmitiendo valores y lecciones que pueden fortalecer a las familias y crear una identidad compartida.

Finalmente, un taller como éste también es una oportunidad para disfrutar de la creatividad y la expresión personal. Escribir sobre nuestras familias nos permite explorar el lenguaje, experimentar con la narrativa y descubrir nuestra propia voz como escritores. La narrativa familiar es única, ya que nos permite escribir desde el corazón, con autenticidad y honestidad.

El proceso creativo de escribir sobre nuestra historia es en sí mismo una experiencia gratificante. Nos permite expresar nuestras emociones y revivir recuerdos, dándoles vida en palabras. La alegría de crear algo que podemos compartir y que puede perdurar en el tiempo es un regalo en sí mismo, y cada participante en el taller puede experimentar la satisfacción de ver su historia cobrar forma en el papel.

Para quienes han querido explorar la escritura pero no se han atrevido, un taller de narrativa familiar es una excelente oportunidad para comenzar, ya que la historia de la familia es un tema cercano y profundamente significativo. No importa si eres un escritor experimentado o un principiante; o sólo te interesa este desafío como parte del legado que sueñas dejar a tus nietos, contar la historia de tu familia es un proceso enriquecedor y creativo, que te permitirá expresarte y descubrirte.

Un taller de narrativa familiar ofrece una experiencia transformadora en la que podemos redescubrir nuestras raíces, construir un legado duradero, reconciliarnos con el pasado y expresar nuestra creatividad. Es una oportunidad para hacer de nuestra historia una parte de la Historia, al tiempo que sanamos y fortalecemos nuestros lazos familiares. Al final, las alegrías y los beneficios de un taller de este tipo van mucho más allá de las palabras escritas. Yo misma he tenido la oportunidad de emigrar y sé lo que es recomenzar en otro país, con otro idioma, otra moneda y todos esos productos del mercado mirándome como si no me conocieran.

Si te animas, será un placer acompañarte en ese proceso.
Un abrazo

Isabel Salas.

sábado, 19 de octubre de 2024

NATALIDAD Y MADRES


Hoy en día, el debate sobre la natalidad y la maternidad parece estar atrapado entre dos extremos: por un lado la familia tradicional, históricamente defensora de la pareja heterosexual y autoproclamados pro-vida y por otro, las otras formas de familia que también buscan moldear la conversación sobre el derecho a la vida, al aborto, a los vientres subrogados y a la crianza. 

Sin embargo, al observar más de cerca al primer grupo, resulta evidente que los llamados "pro-vida" son en realidad pro-parto. Su cacareado y vehemente interés  en defender "la vida" parece centrarse únicamente en garantizar que los embarazos lleguen a término, sin preocuparse realmente por el posterior bienestar de los niños tras el nacimiento ni por las condiciones en las que serán criados. Su defensa se limita al nacimiento, dejando a las madres, muchas veces en situaciones de extrema vulnerabilidad, solas para enfrentar el enorme reto de la crianza e incentivándolas de formas a veces sutiles y otras brutales a que llevan sus embarazos a término y den a sus hijos en adopción. No hay una preocupación genuina por asegurar que estos niños crezcan en entornos adecuados, con acceso a una educación digna, salud o estabilidad emocional junto a sus madres. En lugar de garantizar una vida plena para el niño y su mamá, la agenda pro-vida a menudo se desvincula completamente de las responsabilidades que conlleva la crianza y pasa a ser así parte de los que parecen desear que haya muchos niños disponibles para abastecer el mercado de los que dicen desear hijos

Por otro lado, las "otras formas de familia," como las homosexuales o aquellas que no pueden concebir por medios naturales, por problemas de esterilidad o de salud o de estética o incluso por falta de tiempo,  también juegan un rol en este entramado de explotación de las madres, ya que dependen de que alguna mujer, por las razones que sean, renuncie a su hijo o se vea desposeída de él a la fuerza, para que otros puedan formar la familia que desean. En estos casos, el vínculo materno-filial es roto sin mayor consideración, por jueces, servicios sociales, trabajadores sociales, agencias de madres de alquiler etc priorizando los sueños de quienes buscan tener un hijo a cualquier costo. 

Así, mientras el sistema se presenta como defensor de la vida y el derecho a formar una familia, la realidad es que estos niños a menudo son usados tras nacer y ser separados de sus madres,  para satisfacer los deseos de otros, sin que se tenga en cuenta el impacto de separar a los bebés de sus madres. 

En ambos casos, lo que subyace es una instrumentalización de los niños, tratándolos como objetos para cumplir expectativas sociales o personales, sin respetar la necesidad de las madres y sus hijos a mantener el vínculo más fuerte de todos y sin ofrecer un apoyo real para quienes deciden llevar a cabo el embarazo.

Sin embargo, lo que está completamente ausente de esta discusión es la posibilidad más lógica y justa según la propia naturaleza: que las mujeres sean quienes decidan, de manera libre y autónoma, cuándo y cómo desean ser madres.

El control de la natalidad ha sido históricamente un medio de control sobre las mujeres. Desde tiempos inmemoriales, el sistema ha tratado de regular la natalidad no por respeto a la vida, sino por el control sobre la población, y lo ha hecho a través de los cuerpos de las mujeres. Se nos ha impuesto la maternidad como un deber social, una obligación biológica y hasta sagrada, y se nos ha negado, en muchos casos, la capacidad de decidir cuándo y bajo qué circunstancias queremos ser madres.

Pero ¿qué pasaría si las mujeres por primera vez en la historia consiguiéramos adquirir ese control? ¿Qué pasaría si solo concibiéramos hijos cuando lo decidimos? ¿Qué pasaría si solo se gestaran los hijos deseados por sus madres? la respuesta es simple y poderosa: si solo nacieran los hijos que realmente son deseados por sus madres, nadie más podría disponer de ellos.

Y el tan renombrado sistema patriarcal temblaría en su base.

Hoy, los hijos, tanto los  no deseados como los deseados, están en el centro de un sistema de poder que los utiliza como herramientas. Los hijos son usados como objetos de debate entre ideologías, como piezas que garantizan la perpetuación de estructuras sociales o como oportunidades para aquellos que, por diversas razones, no pueden tener hijos y buscan “disponer” de los de otras personas. Este sistema de control que intenta dictar cómo deben vivir las mujeres, que las amenaza con perder a sus hijos si denuncian a los progenitores por haberlas golpeado a ellas o a sus hijos y qué decisiones pueden tomar sobre sus cuerpos al plantearse llevar a término una gestación o no, no es nada más que una prolongación del control patriarcal sobre la vida misma.

El debate público actual está estructurado a mi parecer con mucha perversión, para invisibilizar esta opción. Se nos coloca entre dos opciones: el modelo de la familia tradicional, que busca imponer la maternidad como un deber inalienable dentro de una pareja heterosexual, o el modelo propuesto por las "otras familias" que también usa a las madres para legitimar sus propios intereses. Pero nadie parece dispuesto a defender la  opción menos complicada y dañina: que las mujeres tengan la libertad plena de decidir ser madres cuando lo deseen, sin presiones sociales, religiosas, ni económicas y tengan la garantía de que nadie les quitará a sus hijos.

Esta opción, la de ser madre solo cuando se desea  serlo, debería ser vista no como una lucha por supuestos derechos individuales, sino como la única forma de libertad natural y ética de  realmente respetar  la vida y la dignidad de los seres humanos, tanto la de las madres como la de sus hijos y sus hijas, que al final, somos todos, pues tal  vez algunos nunca seamos  progenitores o progenitoras, pero  todos fuimos y somos hijos o hijas.

Cuando una mujer decide ser madre y lo hace libremente, en condiciones de amor, deseo y voluntad plena, la cosa cambia para la sociedad de la cual esa mujer forma parte. Si cada mujer decidiera cuándo y cómo tener hijos, tendríamos una sociedad donde cada hijo es un hijo deseado, concebido por decisión libre y consciente. Y en ese momento, desaparecería la necesidad de las batallas ideológicas que buscan apropiarse de los hijos y separarlos de sus madres. La maternidad dejaría de ser una obligación impuesta, dentro o fuera de los matrimonios y se convertiría en una experiencia genuinamente liberadora para las mujeres, con hijos que llegan al mundo desde el amor, no desde el control.

Algunos seguramente temen que esto afecte a quienes desean adoptar o a quienes no pueden concebir. Y es cierto, este cambio implicaría que las personas tendrían que lidiar con la realidad de que los hijos no son productos a disposición de quienes no pueden tenerlos biológicamente. Pero ¿no es acaso mayor que el falso  derecho de ser madre, la libertad de las mujeres de decidir cuando y cómo ser madres? repito, Si solo los hijos deseados por sus madres fueran concebidos, la sociedad tendría que adaptarse a un nuevo modelo en el que las mujeres controlarían su maternidad de manera plena y con ello la natalidad que siempre ha estado en manos masculinas.

La maternidad, como concepto, ha sido históricamente ensalzada, pero al mismo tiempo las madres han sido vilipendiadas. Esto es una triste realidad que vivimos a diario. Mientras se glorifica la idea de la maternidad como algo puro y sagrado, las madres reales, que cargan con el peso de la crianza y las expectativas sociales, son marginadas, juzgadas y controladas. Sus cuerpos criticados, sus ojeras motivo de burla, sus gritos cuando las obligan a separarse de sus bebés recién nacidos en los hospitales, silenciados por la complicidad de quienes negocian con ellos. Esto no debe continuar. Es  hora de replantearnos todos cómo vemos la maternidad, no debemos permitir que  siga siendo un sacrificio ni una imposición, sino  una elección consciente y libre de cada mujer.

El sistema debe dejar de dictar cómo y cuándo debemos ser madres. Si las mujeres pudiéramos conquistar completamente el poder sobre nuestra capacidad de procreación, podríamos liberarnos de las cadenas que nos atan a un sistema que  controla nuestras vidas a través de la natalidad. Basta recordar cuantas niñas son obligadas a casarse cada día o cuantas madres soportan malos tratos porque saben que si deciden romper el vínculo con el progenitor de sus hijos los puede perder para siempre. Cuantas mujeres se someten a situaciones insostenibles para no ser alejadas de sus hijos o ponen su cuerpo para protegerlos de los mayores abusos.

La maternidad debe ser una opción libre, decidida y deseada por las mujeres, no impuesta ni manipulada. Y cuando eso ocurra, si algún día ocurre, cuando las mujeres sean las únicas en decidir sobre su maternidad o no, desaparecerán muchas de las injusticias que hoy enfrentamos. Porque solo entonces, en un mundo donde los hijos sean deseados, respetaremos realmente la vida y el bienestar de todos y todas, hijos e hijas al fin, antes que nada en la vida.

Es hora de poner esta opción sobre la mesa, de hacerla parte del debate público y de luchar para que sea reconocida como la alternativa más humana para todas las mujeres y para la sociedad en su conjunto. Conocemos los miles de estudios que hablan del apego, de la necesidad que tenemos cuando bebés de estar al lado de madres felices y tranquilas para un perfecto desarrollo, pero no se tienen para nada en cuenta en la practica.

Sé que estamos muy lejos de tomar en serio una propuesta así y que muchos dirán que es un disparate o una locura, no importa, es una opción a considerar que abre posibilidades muy interesantes que habrían de propiciar grandes cambios muy beneficiosos para todos los niños y niñas por nacer.

Por tanto, ahí la dejo, y ojalá realmente provoque una nueva discusión sobre la verdadera labor más antigua  del mundo: ser madre. Un trabajo que se inicia en el momento de la concepción y que solo termina con la muerte. Ya que mientras viva una mujer que ha parido, ella será la madre de sus hijos, vivan estos o no, los tenga cerca o lejos. Se los dejen criar en paz o se los arranquen para beneficio de otros.


Isabel Salas

martes, 8 de octubre de 2024

ORGASMOS CLIMÁTICOS

 
Cualquier cosa explicada por el diccionario adquiere un tono festivo que siempre me hace mucha gracia, veamos el caso del orgasmo  que también se puede llamar clímax. Resulta que viene del griego y significa  «escalera» o «subida» y no tiene nada que ver con el tiempo lluvioso o las tormentas tropicales. Aunque clima se parezca mucho a climax es pura casualidad y no hay que perder el tiempo intentando hallar paralelismos como pasa entre otras palabras que suenan parecido y terminan siendo de misma familia como tender, atender y entender,  ni tampoco aunque todos sepamos que en los días de lluvia y  frescos entran más ganas de subir escaleras. No tiene nada que ver. Una simple coincidencia.
 
El caso es que está definido como la descarga repentina de la tensión sexual acumulada, durante el ciclo de la respuesta sexual. Esto está bien. No es que vayamos acumulando tensión sexual a lo loco y de pronto nos de una descarga, eso no. Tiene que ser acumulada durante el ciclo de respuesta sexual, que supongo que será cuando te dejas toquetear voluntariamente y entonces sí se acumula la tensión sexual hasta que repentinamente descarga. Algunas veces es tan repentino que no te da tiempo a acumular tu parte y te cabreas bastante pero eso es otro punto diferente. De todo ese proceso de acumulación de tensiones, resultan unas contracciones musculares rítmicas en la región pélvica que caracterizan el placer sexual.
 
Francamente, si un día llegan los extraterrestres a la tierra y se leen un diccionario, no les van a entrar muchas ganas que digamos de sufrir esos trastornos.¿Cómo van a entender ellos que esas contracciones rítmicas dan tanto gustito si no se detalla  mejor? No está bien explicado. Sinceramente. Más abajo dice que todo este fenómeno es igualmente experimentado por machos y hembras, y que todo el proceso es controlado por el sistema nervioso involuntario o autónomo. Eso sí. Cuantas veces alguien dice a lo largo del proceso o incluso días después que fue sin querer... totalmente involuntario, que se escapó, que estaba borracho o que  no entendió bien y cuando quiso darse cuenta ya estaba siendo sacudido por sus  contracciones musculares rítmicas en la región pélvica sin comerlo ni beberlo. Muchísimas veces.

Estas contracciones además, a menudo, vienen asociadas a otras acciones involuntarias que incluyen espasmos musculares en múltiples áreas del cuerpo, por ejemplo se te pone una pierna dura como una lanza y ni te duele ni sabes  como es posible que eso pase pues es como si la pierna fuera de un atleta olímpico. Otras veces aparece una sensación de euforia generalizada y, frecuentemente, se exteriorizan movimientos del cuerpo y  vocalizaciones.
 
Sí. Eso dice la definición, yo también me quedé pensativa en esa parte de las vocalizaciones. No explica muy bien si son la emisión de las vocales o decir cosas sin ton ni son o rezar, que hay gente que reza en esa hora que lo sé yo, o recitar un artículo de la constitución que te aprendiste para unas oposiciones. No lo especifica. Se queda una duda. Los extraterrestres a estas alturas ya estarían  alucinados y con miedo de que los pretendiésemos escalar, pero entonces llega la parte buena, explica que seguido de todo este festival llega el período de después del orgasmo (conocido como periodo refractario) y que suele ser una experiencia relajante, gracias a la liberación de unas neurohormonas llamadas oxitocina y prolactina, que tampoco tienen nada que ver con lactancia ni con tocino, ni mucho menos con velocidad o los productos lácteos, ni  tampoco con la Vía Láctea.
 
Nada, pura casualidad, si alguien mientras está refractando dice que ve estrellas, es cosa de la prolactina que te deja zen, que por cierto es una escuela de budismo. Y es así que se pronuncia en japonés la palabra china Chan, que a su vez deriva del sánscrito y significa meditación.
 
Por eso hay que meditar mucho y pensárselo muy bien antes de ponerse  a tener orgasmos y a vocalizar. Está super claro y otro día vamos a analizar la palabra eyacular que también es graciosísima.

Isabel Salas