martes, 11 de diciembre de 2018

LECCIONES


Dice mi amigo Federico, que hace muchos años, leyó en un libro una reflexión sobre la vida que lo marcó y nunca la olvidó. En aquellas páginas se afirmaba que la vida era la mejor maestra, y tan buena maestra es, que nunca desiste, al contrario, ella siempre insiste. Nos obliga, implacable,  a repetir algunas situaciones hasta que extraemos de ellas el aprendizaje que necesitamos, y sólo entonces, más  sabios y humildes, con nuestra correspondiente lección aprendida, estaremos autorizados a pasar de fase y cambiar de circunstancias. La vida entonces, nos regala unos instantes de vacaciones y enseguida nos obliga a tratar de vencer otros desafíos, porque ese es su trabajo y para eso estamos aquí, para aprender.

Tengo otro amigo querido, Tonatiuh, que tiene su propia definición sobre la vida, como la tiene sobre casi todo. En uno de los vídeos de su canal,  afirma con su voz más teatral que la vida no es más que la posibilidad de errar. La primera vez que lo escuché me curé simultáneamente de doscientos traumas y me perdoné mil errores de golpe. 

Errar como sinónimo de vivir jamás se me había ocurrido, y por una extraña asociación de pensamientos, me encantó la idea. Tal vez por saberme llena de errores o por la preciosa posibilidad que sugiere tal concepto,  ya que solo puede equivocarse quien está vivo para hacerlo y decide besar, amar, viajar, trabajar, pelear, enamorarse, abandonar un país o un amor, y en fin, arriesgarse a acertar y a equivocarse con cada decisión tomada.

Al final es equivocándonos y aprendiendo a convivir con las consecuencias de nuestros errores y aciertos que mejor aprendemos. Lo que sería vivir dos veces puestos a agradar a griegos y a troyanos.😄

Este año, que está terminando, ha sido un año de intensos aprendizajes y de excelentes oportunidades de crecer como madre y como mujer. He contado con el apoyo y el cariño de diferentes personas, algunas hace muchos años que están en mi vida y otras son recién llegadas, unas que habían desaparecido y han regresado inesperadamente para jugar un papel protagonista en los últimos  partidos de mi campeonato y otras han actuado por breves e intensos momentos fundamentales. A todas les doy las gracias con inmensa gratitud porque sin ellas no habría sido tan bueno este 2018.

Me preguntaba a mí misma hace unas horas si habría aprendido las lecciones que este año que se termina, tenía para mí y, honestamente, no sé si las aprendí todas pero hay dos que definitivamente puedo afirmar que sí. Una ha sido la manera de relacionarme con el dinero que ha mejorado notablemente y otra la forma como detecto y corto de raíz cualquier tentativa de mi corazón de iniciar cualquier relación tóxica.

Lo del dinero es muy importante y necesitaba otra perspectiva para entenderlo y manejarlo, considero que ha sido año muy interesante y que he aprendido mucho, no sé si todo lo que necesito aprender pero definitivamente ha sido muy intenso.

Lo de la toxicidad en las relaciones amorosas  es algo que venía arrastrando hace años y sólo ahora, después que escogí pasar un tiempo sola y recapitular sobre algunas vivencias muy complejas de mi pasado más o menos reciente, es que me siento definitivamente curada de esa inclinación suicida a escoger el "perrito cojo" que durante algunos años me ha invadido. 

Lo sé porque he sido tentada y aún así, no me ha sido difícil cortar el enamoramiento en cuanto he sentido las más leves señales de toxicidad. Hombres complicados, ocupados, promiscuos o indecisos han dejado de interesarme completamente y eso es un gran alivio en muchos sentidos y una gran victoria personal. Ya no quiero salvar a nadie ni creo que gracias a mi amor incondicional determinado caballero puede parar de comportarse de cierta manera para portarse como el compañero que deseo tener caso surja la posibilidad de vivir en pareja.

Ha sido un proceso de varios años, pero durante éste último ha llegado a su etapa final y eso me deja muy satisfecha. Ha sido una conquista y no un regalo caído del cielo, una construcción laboriosa que me ha costado mucho esfuerzo y bastantes lágrimas, pero que como todo lo que me cuesta, siento que ha merecido la pena. 

Se acerca 2019, un año muy importante que llega cargado de promesas pero también de realidades. Mis hijas están bien, aprendiendo cada una sus propias lecciones y creciendo como personas y mujeres cada día más completas, también ambas me enseñan a superarme y las dos me inspiran para ser mejor persona y madre.

Despido este año con un abrazo y recibo el próximo con besos y flores. Aprovecho este momento de recapitulación anual para desear a todos los que frecuentan el Blog o la página de los libros en Facebook una Feliz Navidad, un excelente Año Nuevo, mucha sabiduría para aprender las respectivas lecciones que la vida les tiene reservadas y. como no,  mucho valor y esa pizca de osadía que necesitamos para aprovechar la maravillosa oportunidad de errar que es la vida.

Isabel Salas



jueves, 6 de diciembre de 2018

INMORTAL



Me contaron lo oscura
que era la noche oscura
y como el alma 
después de muerta,
resucita más pura.

Y me contaron
como el corazón llora
cuando el amor se va,
estirando la noche
y espantando la aurora.

Me contaron mentiras,
me cantaron canciones,
a veces las dos cosas,
y me engañaron
con falsas emociones.

Pero nadie me dijo,
que intentar olvidarte
cuando llegó el final
era un intento necio
de posponer mi muerte
con poesía letal.

En cada verso
tú te fortalecías
 y mientras yo moría,
para desgracia mía,
te hacías inmortal.

Isabel Salas




martes, 4 de diciembre de 2018

PUERTA MEDIO LLENA



Tal vez fui yo, que con la emoción del momento, no conseguí comprender lo que me decía aquel hombre, ni descifrar con qué intención me besó contra su puerta justo cuando me iba.

O tal vez fue la vida, que se divierte algunas veces, distorsionando los mensajes, y yo, no entendí bien lo me explicaba mientras metía su mano dentro de mis pantalones. O pueden ser las nubes, esponjosas y blancas, que sin premeditarlo, hicieron sombra sobre mis ojos y no dejaron brillar el amor, impidiendo que él viera en ellos cuanto lo amaba yo.

O la luna que no estaba lo bastante llena, ni tan vacía como las botellas que él y yo nos acabábamos de beber. O fue todo eso junto y muchas más cosas que tampoco entendí y al final, la verdad, es que simplemente, hay puertas que son callejones sin salida donde me comen a besos a pesar de no amarme ni un poquito.

A pesar de eso, fue doloroso aceptar que su corazón no nació para quererme y aún así, quiso besarme. Más duro fue saborear esos besos indescifrables y asimilar que, a la mañana siguiente, se habían convertido en portazos destemplados, como adioses a empujones, o a patadas.


Aquel hombre nunca más quiso mirarme a los ojos, y a pesar de que a su puerta aún le cabían muchos besos, me la cerró para siempre y todavía no sé por qué lo hizo ni a qué saben sus besos cuando no bebe antes de repartirlos.

Isabel Salas



domingo, 18 de noviembre de 2018

400.000 VISITAS


Estoy muy contenta de que el Blog haya alcanzado ese número de visitas, emocionada y agradecida.
Un beso a todos de todo corazón 💜

viernes, 9 de noviembre de 2018

PRIMAVERO INCLUSIVE


La primavera y el primavero han llegado, llegada, llegade.

Hoy tempranito, tempranita, tempranite, miré por mi ventana, ventano, ventane y allí estaban todas las pétalas, pétalos y pételes, de todos los colores y coloras diciendome holo y hole.

Me puse muy contente, contenta. Ni un nubo en la ciela, la vienta tan suava, llena de aromos de floras y floros recién nacides. El luz y la luza recordaban esas cuadras de Soroyo, con les niñes en el playo, mojadites por los olos, sus pielas brillantas y eses sonrises de capullas, capullos y capulles tan jóvenos.

Siempre me gustó, gustá, gusté esta estaciona repleta de trinas de pájaras, ese asomar asomor de las pielas y pielos que vuelven tras la invierna a disfrutor del sol.

El sangro y la sangra alterades, los bocos queriendo besas, las manas y los manos buscando carna bajo las ropes y ese urgencio por amor, amar y amer, reír, rear y juntar las labias con los labios dentro de esas caricies que nos dejan tan felizas y felizos.

Isabel Salas



viernes, 2 de noviembre de 2018

NIÑAS MALAS


Las princesas y las niñas buenas a veces tienen hadas madrinas.

Mujeres que aparecen a la hora cierta con su varita llena de magia y que transforman calabazas en carrozas para ir al baile a perder zapatos o que nos convierten la nariz en metro para medir mentiras.Tienen un sentido del humor muy raro esas hadas, muy tradicional, casi integrista... y casi siempre tratan de que el cuento termine con el conocido final feliz que transforma los sueños en realidad.

Las niñas malas no.

Las niñas malas nos vestimos de novia virgen cada día para amar sin miedo. Jugamos a las bodas cada día en cuerpos diferentes, y nuestros abrazos nupciales duran lo que duran las pasiones efímeras. Para que las pesadillas no se transformen en realidad, huimos con los dos zapatos antes de clarear el día en nuestra araña mágica, acompañamos al novio hasta su casa galantemente y después, sin llorar demasiado abrimos los ojos a la realidad.

Lo bueno de esto, es que las narices sirven para moquear y las mentiras se quedan en los otros cuentos.

Isabel Salas

sábado, 20 de octubre de 2018

GOLONDRINAS Y MALETAS



En las maletas viajeras quedan siempre unos huecos, sabiamente previstos por la persona que se va,  que son ideales para guardar un joyerito dentro de un calcetín (por si se abre), unas gafas de reserva o ese regalo de última hora, entregado por alguien que fue incapaz de entregarse, o de darte otras cosas, mientras hubo tiempo y, que generalmente, abrimos meses después cuando los besos que no se dieron, dejan de gritar en el alma.

Pero además, hay espacios estratégicos, casi mágicos, donde metemos otros objetos inservibles que por alguna razón adquirieron un significado místico. Siempre decidimos llevarlos cuando la maleta está cerrada y siempre nos obligamos a abrirla a tientas, con cuidado extremo, para no deshacer el equipaje, buscando dónde acomodarlos entre camisetas y ropa de lana.

Puede ser algo tan inesperado como ese bote de colonia casi terminado que relacionamos con el lugar que estamos dejando. De pronto nos asalta el temor de que no lo volveremos a poder comprar y se nos hace insoportable la idea de no poder salir de nuevo a la calle usando ese aroma. Puede ser un folleto de cualquier cosa, alguna propaganda de farmacia o de un curso de alemán.

Pero el caso es, que entre todas esas cosas, las que planeábamos llevarnos y las que guardamos en el impulso del último segundo, se cuelan otras intangibles e invisibles  con las que no contábamos y que sólo descubrimos con el tiempo. Entran solas en las maletas, y allí se instalan, se vienen con nosotros sin pedir permiso ni perdón, y son, a fin de cuentas, el único verdadero equipaje que realmente nos acompaña.

Nos llevamos la muletilla con la que un amigo terminaba sus frases, (o no), nos llevamos el olor de algunos guisos preparados entre bromas y debates, nos llevamos caricias inesperadas y miradas misteriosas, ecos de risas, gargantas calientes que se tragaron lágrimas que tal vez debieron salir y esa  rima XXX de Becquer que regresa una y otra vez a anidar en mis maletas, como una golondrina testaruda, a preguntar que habría pasado si las palabras se hubieran dicho, el orgullo se hubiera callado, los besos se hubieran dado y las lágrimas hubieran rodado hasta el suelo como perlitas de collar roto.

Al final, como siempre, es la poesía la única que sobrevive dentro de mis maletas, la que me consuela y me enseña a distinguir lo descartable de lo valioso, lo vivo de lo muerto.

Lo eterno de lo efímero, lo pasado de lo por venir.

Y una vez más, le agradezco por ser parte de mí.


Isabel Salas





lunes, 15 de octubre de 2018

DÍA DE LAS ESCRITORAS





Escribir poemas, contar historias, abrazar o besar me parece casi lo mismo, será por eso que escribo sobre besos cuando los tengo y sobre su ausencia cuando nadie me los da. 

Será por eso que cuando estoy viviendo mucho casi no tengo tiempo de escribir y cuando mi historia se para, me invento otras. Será por eso que leo poesía para comprobar que hay muchos caminos que llevan a mi alma, como si ella fuera la Roma de los versos, y cuando  esa misma alma mía se siente desolada, enamorada, vacía o espantada, me siento a beber café y escribir poemas.

Será por eso que me llenan de orgullo mis libros y los de todas las mujeres que consiguen escribir entre idas al mercado, el cuidado de los hijos, las ropas por tender, los días de ir al banco a pagar cuentas, los amores, las reuniones de padres en el cole que siempre terminan siendo reuniones de madres, los desamores, el precio de los tomates y todas esas cosas que nos sirven de inspiración y de motor para correr atrás del sueño de ver nuestros libros publicados.

Un beso a todas

Isabel Salas

viernes, 5 de octubre de 2018

REINA REPUBLICANA


Y a pesar de todo amanece.

Cada mañana llega y permanece aunque por un segundo, a veces, parece que le va a faltar potencia al día para terminar de abrirse y empezar. Me incorporo a medias para encarar el clarear del día que no termina de prender y recuerdo esas flores muertas en el nido. Promesas cortadas antes de abrirse que deciden, en vez explotar como volcanes, morirse a cámara lenta cerrando los ojos con sus lágrimas dentro y esa decepción (inmensa) por no haber podido besar a las abejas.

Tú eres mi abeja.
Todas las abejas de Einstein y sus madres.

Temo que el cansancio de mi alma sea contagioso y le pueda quitar volumen al amanecer, al mío y al de todas las personas y seré, así, la culpable del fin del mundo por pensar en ti en vez de dormir, por impregnar al sol con los virus de mi desgana, dejarlo sin fuerzas y hacer que, de una maldita vez, desista de mover la noria de los días y de joder, y de querer que salgamos de las camas a preparar café.

Pienso esas cosas raras por la falta de sueño.
Por la falta de ti.
Por la falta que me haces cuando amanezco.

... y observo, con esa frialdad cósmica de las sábanas que no saben abrazar, lo difícil que le es al sol respirar, amanecer, ser, brillar o estar cuando le faltas tú y la abeja reina es republicana y detesta el café con lágrimas.

Como yo.

Isabel Salas



jueves, 4 de octubre de 2018

PUNTO DE VISTA


Dicen que la verdad nos hace libres, pero cuando la vemos asomar por los ojos de quien nos ama, nos encadena.

Isabel Salas

miércoles, 26 de septiembre de 2018

VIVIR CON ARTE


El arte lo transforma todo. Transforma las almas, las paredes, los colores de la vida o de las ropas. Modifica nuestra manera de sentir y nos regala nuevas maneras de decir que amamos.

Isabel Salas

martes, 11 de septiembre de 2018

SABER MIRAR


Saber mirar 
es envolver y transformar.
Acariciar,
leer y 
amar.

Saber amarme
es dejar que te mire.
Es dejarme mirar
y es,
sobre todo,
dejarme ser.

Isabel Salas

domingo, 2 de septiembre de 2018

RAZONES



Pasarme varias horas al día analizando la personalidad de alguien y buscándole virtudes para seguir amándolo es, sin lugar a dudas, una señal clara de que ya no lo quiero.

No sé cómo funcionan la mente y el corazón de los demás, pero los míos tienen una tendencia innata a seguir amando y conservar las relaciones incluso cuando ya no están tan brillantes como al iniciarlas. Intento hacerme creer a mí misma que es normal que se apague la intensidad de los primeros tiempos y que lo que quedó templado y sin volumen, es amor del bueno, como lo fue y como lo seguirá siendo hasta el final de los siglos, amén.

No es que funcione muy bien esa tentativa, pero no desisto de nadie antes de haber agotado todas las posibilidades. Debe ser un poco por culpa de mi tendencia suicida a la fidelidad y otro poco porque sé lo difícil que me será volver a enamorarme de otra persona y me encanta eso de estar enamorada, aunque sea así, un tanto maderita en la ola, dejándome llevar por la inercia, la corriente, la costumbre o el ya que estamos.

Tardo mucho en olvidar caricias y besos, me lleva demasiado tiempo conseguir que mi piel ya no huela como olía junto a esa persona con la que compartí abrazos y promesas de amor, y todo ese tiempo pesa tanto como cualquiera de esas cosas pesadas que el big bang distribuyó generosa y aleatoriamente  por todos lados para aplastarnos cuando al universo se le hinchan los cojones.

No quiero decir con eso que mis pesos pesen más que los fardos que cargan otras personas, pero la columna vertebral de mi alma no tiene esa información, desconoce los datos estadísticos para establecer comparaciones (odiosas o amorosas) y por tanto, no se siente afortunada por saber que otros sufren más, en realidad se queda muy triste.

Muy triste y muy aplastada.

El caso es que racionalizar el amor no sirve de nada, y cuando empiezo a tratar de convencerme de de que determinado hombre  es educado, simpático, buen padre o buen hijo, conduce muy bien, no bebe como otros hasta convertirse en un imbécil, lee los mismos libros que yo, o prepara la paella como nadie en la galaxia, me queda claro que ya no lo amo y estoy tratando de convencerme a mí misma de lo contrario, cuando de sobra sé que puedo querer  a alguien lleno de defectos, que no lea y que no cocine, si mi corazón así lo manda, y quedarme tan pancha.

Lo mismo pasa al revés. Me he pillado a veces haciendo una interminable lista de todos los defectos y razones por las que no debo enamorarme de alguien y tampoco sirve de nada. Eso sólo demuestra que ya es tarde y me he enamorado de quién no me conviene, porque si me conviniera ya estaría dándome besos en la boca y dejándome con poco tiempo libre para pensar tonterías.

No me gusta esa gente que cuando alguien por quien siente interés, no le corresponde, se lanza a buscarle defectos para que le duela menos el desprecio. Yo soy más retorcida, le sigo viendo las virtudes que me hicieron enamorarme, pero me paso el día y parte de la noche analizando su personalidad para, racionalmente, explicarme a mí misma lo afortunada que soy porque ese hombre a quien yo le daría todos los besos del mundo, no me quiere, ya que seríamos muy desdichados debido a las tres mil sandeces que se me ocurren cada minuto para conformarme.

Puede ser la manera insoportable que tiene de sujetar las gafas mientras habla, su tono al pronunciar la ese cuando dice la palabra sabiduría o la forma como se pasa protector solar los domingos. Es decir, cosas sin sentido que no me consuelan en absoluto pero me quitan las ganas de llorar por haberme enamorado, una vez más, de quien ni sabe que existo.

Son cosas que pasan, dice mi amiga Yolanda, ya se te pasará, dice mi prima Mercedes, eso nos pasa a todas alguna vez, dice mi vecina Sonia y yo a todas les digo que  sí, que se me pasará como siempre se pasa, como el río pasa debajo del puente, pero igual duele y me quedo gris.

Lo que más triste me deja es que a veces, la incapacidad de amarme, no es consecuencia de mis defectos, que son muchos y seguramente me hacen insoportable para ciertas personas, sino de alguna mala experiencia previa que tuvo el caballero que me interesa. Cuando eso sucede, y lo puedo constatar por sus comentarios, me doy cuenta de que la mayor victoria de los que no nos quisieron en su momento, es que nos dejan inservibles para el amor, escépticos, cínicos, descreídos e irónicos.

Y eso sí me hace desistir del amor de esa persona en concreto.

Saber que haga lo que haga y diga lo que diga, de nada servirá porque alguien dañó su capacidad de creer en el amor. Ese hombre que a pesar de no ser perfecto en nada, me parecía ideal para amarlo a todo color, se queda en blanco y negro y ya no despierta mis mariposas sino mis ruedas y mis ganas de alejarme lo más rápido posible

Mi fe en el amor sigue intacta aunque yo esté un poquito más lastimada que la primera vez que amé. Aún creo que el corazón roto puede amar lo mismo que el ileso y que las sonrisas rotas regalan besos perfectos.

Así empieza el repliegue de mis velas ante la falta de viento en el mar de ese hombre que afirma no creer en el amor porque le dio el poder a alguien de su pasado de matarle las ganas de ser feliz amando. Y aunque duela un poquito, va doliendo menos conforme pasan los días. 

El sol viene de nuevo a regalarme algunas horas de primavera en medio del invierno y juega a ser anestesia de almas machacadas.

Isabel Salas









lunes, 20 de agosto de 2018

ANOCHE


Anoche 
tu voz se vistió de fiesta
 para decirme ven.
 Y yo ,
me puse mi ropa de baile
y fui.

Tu mano
 cruzó todas las fronteras
abriendo pliegues 
y atravesando ríos.
Mi piel
izó despacio sus banderas.

Mi sangre aprendió palabras nuevas
que lunan y navegan
con fuego y desvaríos.

Y yo,
te amé.

Tal vez por una noche 
o por un universo,
pero anoche
tus besos y los míos
superaron, en mucho, 
cualquier verso.

Anoche
olvidé  la poesía.

Mis suspiros cantaban
y mis caricias
brillaban de alegría.

Las estrellas
que encendieron mis ojos
cuando me amabas,
alegres, 
se retiraron al nacer el día
mientras me besabas.

Isabel Salas



domingo, 12 de agosto de 2018

CARMEN


Los ojos de mi hija, me forzaron a mirar el mundo de nuevo y a reaprenderlo. Nunca podré agradecerles ese regalo.

Para explicarles los árboles y como las hojas tiemblan aunque el viento que las zarandea sea cálido, volví a fijarme en detalles del mundo que ya no me llamaban la atención. Gracias a ellos y al placer que sentía  al hacerlos brillar con bromas y juegos, me esforcé en ser mejor persona y aprender nuevas canciones.

Por ellos y a través de ellos cambié muchas cosas que me gustaban por otras que le gustaban a ellos y comprendí que las risas y las sonrisas también pueden salir de nuestra alma atravesando la mirada de nuestros hijos.

Ellos me enseñaron a ser más generosa, mejor cocinera, menos dormilona y más valiente. Me dieron el valor para volver a ser madre y el deseo de ver esas mismas estrellas en los ojos de su hermana. Me fortalecen cuando las cosas no vienen tan bien como me gustaría y me llenan de amor incluso a la distancia.

Me gustan, los admiro y los amo, como amo todo el resto que vino con mi hija, su piel, su postura para dormir imitando un vampiro, su mal genio, sus momentos de dudas, su sentido de la justicia, su valentía, su deseo de ser feliz y hasta los tatuajes,  que nunca me entusiasmaron en otras personas me gustan más desde que mi hija decidió hacerse algunos.

Los ojos de Carmen siempre han expresado la alegría o el disgusto, la rabia o la paz de una manera especial, definitiva y poderosa. Recuerdo su "mirada de reprobación" como algo intenso y frío que podía hacer que hasta adultos bien templados se quedaran consternados. Inolvidables fueron sus miradas de furor adolescente cuando descubrió el amor y el placer de desafiar mi autoridad.

Pero sobre todo recuerdo el día en que descubrí, gracias a ellos la gran diferencia que existe entre las personas que tienen brillo en los ojos y las que tienen además, como ella, estrellas en la mirada.

Isabel Salas


viernes, 10 de agosto de 2018

LUZ


Muchas veces hay que ser capaz de criar patitas, aprender a andar, llegar hasta la solución, atreverse a buscar alternativas y arriesgarse a llevar un susto, o dos, o muchos y aún así ser osados y optar por intentarlo, antes de morir sin haberlo hecho.

Algunas veces, incluso a pesar de todo ese esfuerzo, el resultado vale tanto la pena que nos olvidamos del dolor del camino y sólo queremos festejar a la luz que nos alegra tras tanto sufrimiento.

Es de las mejores sensaciones que conozco y como todas las cosas buenas, me hace sentir gratitud por las personas especiales que me apoyaron en cada paso con su cariño, su solidaridad, su dinero, su sonrisa o esas palabras de ánimo que siempre llegan a la hora cierta cuando crees que no vas a poder más.

En eso estoy.

En la fase de aprender a caminar con unas nuevas patitas que nacieron hace unos meses.

La luz que presiento, se adivina maravillosa.

Isabel Salas

domingo, 5 de agosto de 2018

EL RUIDO DEL AGUA



El ruidito del agua del río, te obliga a parar. Te hace dejar de correr por unos momentos y te pones a mirar como corre él.

Ese ruido que corre lleno de agua.
Esa agua que corre llena de ruidos.

Un ruido  de aguas milenarias que han visto de todo, desde lenguas de dinosaurios hasta los cascos de los caballos de los hunos, han visto miles de niños nadando y han mirado a los ojos de los vikingos y de los mamuts. 

Son todos los ruidos, de risas , mugidos, juegos y muerte que escucho cuando escucho el jaleo del agua del río. Por eso me paro y lo miro. Lo miro y lo escucho. Porque un día me llevará a mí también, mis ruidos se irán con los otros y la canción del río tendrá una parte mía que alguien escuchará mirando el agua cuando yo ya no esté.

Me paro para que me mire bien y me coja el tono. Me aprenda, me entienda y un día...me cante. 

Isabel Salas

martes, 10 de julio de 2018

VOLVER A VOLVER


Volver a empezar tras caer,
y de nuevo,
   tratar de seguir,
y empezar,
otra vez,
después de levantar.

Y convertir las lágrimas
en tripas,
 otra vez,
y las tripas en carne 
y la carne en reloj
de contar los latidos
y hacer que los gemidos
se hagan corazón,
y que sea valiente
y vuelva a funcionar, 
capaz,
palpitando de nuevo,
y de nuevo tenaz.

Y haga ruido de vida,
de nuevo, de pulso, 
de coraje, 
de impulso,
de empujar sangre y garras
fuerza, aire
y aliento,
olvidando la piel
que quedó en el cemento.

Y volver otra vez
a tapar las heridas,
y de nuevo
espantar a los males,
con un canto hechicero, 
que convierta,
otra vez,
en nuevo corazón,
la ceniza muerta
que llena el cenicero.

Y de nuevo volver,
otra vez,
a volver a empezar
tras caer.

Levantar y seguir, 
sin saber si llorar es vivir
y vivir es volver 
a doler
y de nuevo otra vez
empezar,
mientras llega el morir, 
que es, por fin,
desistir.


Isabel Salas


sábado, 2 de junio de 2018

NENÚFAR


En el cajón de la memoria donde se guardan cosas que merece la pena recordar, tengo guardados algunos besos.

Besos de cine, dados en la sala oscura acompañados de manos adolescentes, curiosas y exploradoras de rincones nuevos. Besos llenos de dedos y deseos que recorrían cuerpos jóvenes plantando banderitas de luna. 

Tengo otros de despedida, tristes, desesperados, llenos de lágrimas de adiós que aún me queman en la garganta al lado de los besos de bienvenida con olor a carretera y noticias de la vida que vive el ser amado sin estar con nosotros.

Hay algunos preciosos, de noches de pasión y otros de almohada, ensayando caricias que nunca sucedieron y que sólo vivían en las ansias de mi corazón.

Mirando mi cajón de besos, me siento afortunada, pues tengo muchos y casi todos me dibujan sonrisas al recordarlos. Y hay uno, allí al fondo, escondidito, único, irrepetible, que me diste tú. De pie, en una tarde helada, cerca de la calle Elvira, en Granada, un beso con nombre y apellidos: los tuyos. 

El beso más inesperado de mi vida, el menos explicado y, no lo dudes, uno de los preferidos. Dices que has comprado mis libros y que has buscado ese beso escondido en algún poema o en algún trocito de relato, que te quedaste triste al ver el brillo de su ausencia y que dudaste si decírmelo o no.

Me alegra que lo hicieras, así puedo decirte que nunca lo olvidé, y que me acuerdo de todos los detalles; tu chaqueta acolchada, tus botas, las luces reflejadas en los charcos, tu manera graciosa de sujetar mi rostro con tu mano dentro de la manopla, el olor del frío y mis ojos cerrados mientras me besabas.

Puedo decirte ahora, ya que sacaste el tema, que tu beso fue una flor rodeada de agua, un nenúfar salpicado de lluvia y que nunca, jamás, pude ver uno, después de aquel beso, sin pensar en ti.

Isabel Salas



miércoles, 30 de mayo de 2018

NI DE MÁS, NI DE MENOS



Se ha desnudado de su luz el día,
en sombra su color desvanecido,
y sobre el candelabro se ha dormido
la tibia llama que de noche ardía.
en carencia de ti, no hallo sentido
Y así, en esta tiniebla muda y fría,
ni a este mundo en que vivo sumergido,
ni al alma, en lúgubre melancolía.


¿Cómo puede vivir el ermitaño

en soledad tan honda, año tras año,

si a mí ya me bordea la demencia?

qué puñal penetrante en mi costado,

Qué silencio opresor, qué negro estado,

qué nostalgia de ti, qué dura ausencia.
FRANCISCO ALVAREZ HIDALGO
Los Angeles, 9 de diciembre de 1999



viernes, 18 de mayo de 2018

SOL EN EL CORAZÓN







Después de algunos días con el corazón apretado, hoy se ha levantado contento. Noto esa cosquillita rara que nos provoca el corazón al sonreír. Le he preguntado que ha pasado y me ha dicho que no lo sabe explicar, que él tiene motivos secretos imposibles de entender. 

Voy a aceptar esa explicación porque no tengo ganas de discutir, ni con él ni con nadie. Tengo ganas de risas y besos. De verte. 
De decir tonterías y escucharte.

Después de algunos días caminando por la noche triste y oscura del alma... noto que el sol me esta calentando los lloros y me mira. Le he preguntado si me quiere y me ha dicho que no debo preguntar, que él tiene amores secretos imposibles de explicar, y yo, soy uno de esos amores. 

Voy a aceptar su calor porque hacía tanto frío que no podía calentarme ni con nada ni con nadie.Tengo ganas de risas y besos. 

De verte. De decir tonterías y calentarte.

Isabel Salas

lunes, 16 de abril de 2018

PAGINARIO



Después de unos meses exclusivos para México, esta semana sube a AMAZON el libro PAGINARIO para estar así accesible en otros países.Con mucho orgullo se juntan el logo de Lengua Tóxica y el mío en la contraportada. La versión para amazon llega con unos cuantos poemas más, un prólogo mayor y algunas dedicatorias, y al igual que los otros libros, estará disponible en Kindle y Papel.

Lo que más distingue al libro en su segunda edición es que aunque la fotografía de Ana Maria Walter es la misma, ahora la hemos podido subir a color y ha quedado precioso también. La primera edición, más sobria y económica sirvió, junto a otros libros, para arrancar el proyecto de mi querido amigo Juan Carlos Tonatiuh Capetillo Jaimes, a quien agradezco su generosidad y su valentía.

Lengua Tóxica seguirá editando y espero estar en las siguientes etapas, disfrutando de su crecimiento y compartiendo con mis amigos la alegría de ver nuestros libros mimados y tratados con tanto celo como pocos podrían hacer. A todos los que hacen parte de estos primeros pasos de la editorial, mi abrazo y mi deseo de que todo salga mejor de lo que soñamos y a Juan Carlos Tonatiuh Capetillo Jaimes un beso.

Un abrazo a los que preguntaron cuando estaría disponible en amazon y que siempre me animan a seguir, recomenzar, continuar y perseverar. Sin esos empujones, sería muy difícil haber llegado ten lejos en tan pocos años.

Muchísimas gracias



viernes, 13 de abril de 2018

PASEOS NOCTURNOS


Al meterme en la cama y disponerme a dormir, me gusta elegir un pensamiento, un recuerdo o un deseo en el que enredarme hasta que llega el sueño. Hace años solía escoger un libro, pero últimamente,  mis ojos deben estar mal graduados y no funcionan bien con las gafas que tengo, por eso dejé de perderme en los fabulosos mundos de papel a la hora de acostarme y me voy de excursión mental por esas callejuelas íntimas donde viven los besos, los amores, los sueños y esos deseos secretos que me acompañan cuando todo lo demás está callado o muerto, o las dos cosas o simplemente se vuelve inalcanzable.

En el número 15 de esa calle, vive aquel beso andaluz que todavía hace temblar mis labios al recordarlo. Me gusta, a veces, pasar por delante de su puerta y mirar de reojo el muro tras el que se esconde. Tal vez alguna noche coincida que se asoma a respirar una bocanada de aire pirata, mientras paseo por allí,  y nos encontremos.

No tengo muy claro qué podría decirle, caso fuese necesario decir algo. Posiblemente, en su momento todo se quedó dicho y no veo necesidad de repetirnos. Paso por allí sólo por el gusto de hacerlo, de sentir que aún vive el temblor aquel que nacía cuando mis labios se juntaban a los del hombre que me regaló una ecuación matemática llena de mentiras indemostrables. Paso fugazmente, ligera, sin ruido, sin lágrimas, tal vez sin rencor, posiblemente sin propósito, simplemente porque me gusta, porque el recuerdo es mío y al final, los recuerdos que guardamos de lo vivido son la única posesión que nos acompaña en todas las maletas que hacemos y deshacemos a lo largo de la vida.

Otras veces me meto por la callejuela que hay a la derecha de la parada de autobús y veo como los hombres regresan del trabajo con su uniforme azul clarito. Es imposible evitar que nazca una sonrisa al verlos bajar a todos. 

Mi clítoris recuerda aquella sensación de locura cuando por culpa de cierto hombre grandote con sonrisa de niño, todos los uniformados de aquella empresa me hacían desear una cama, una bañera o cualquier lugar donde pasar unas horas tocando y siendo tocada como nadie hasta ahora lo hizo.  Aquellos hombres despertaban en mí, la locura por estar con el mío, por llamarlo, por escucharlo mientras me explicaba lo mal aprovechados que estaban los recursos humanos y mecánicos de la empresa donde trabajaba y cómo él lo organizaría mucho mejor.  Cada uno de aquellos hombres, al bajarse del autobús, me despertaban las ansias de estar con él, de mirar el teléfono esperando su mensaje de te paso a buscar y de controlarme para no ser pesada y que no se cansara de mí. Alguno de aquellos hombres al pasar cerca de mí, me sonrió o me dijo alguna tontería de esas que dicen los hombres cuando bajan de los autobuses y ven una mujer que los mira con ojitos soñadores.

Esas sonrisas y las que yo les devolvía están todavía allí. Caídas entre las piedras de la calzada, incrustadas en las grietas de la acera. No sé si alguien me creería si yo dijera que cuando la noche es muy oscura, brillan como estrellas en la oscuridad del asfalto. 

Mirarlas es casi como levantar los ojos al cielo y sentir que todo tiene sentido y que a veces es posible que los buenos ganen. Contemplarlas es reconocer en mí la capacidad de seguir sonriendo a pesar de que él ya no se baja de aquel autobús y de  aceptar, con tristeza infinita, que los uniformes azules ya no funcionan como antes, pero hay tantos colores en el mundo que siempre queda la esperanza de que algún tono de verde o de naranja, pueda tener el mismo efecto alguna vez.

Cuando me alejo de la parada y subo por la cuesta de la zapatería, siempre me sorprende el nudito de lágrimas que quema en mi garganta y siempre digo bajito su nombre entero para mandarle suerte, aire acondicionado, paz y deseos cumplidos al hombre aquel, que sin lugar a dudas, fue el que más sonrisas supo sacar de mi boquita chica, cuando estaba conmigo, y cuando no estaba, y hacía que otros hombres me devolvieran las sonrisas que mis ojos derramaban al pensar en él.

También me gusta asomarme a la plaza de los deseos, allí tengo una fuente preciosa, con un caño grande de agua fresca que me recuerda el ruido de la Alhambra y el sabor de las tardes de domingo en Campinas. El sonido del agua está lleno de pasado pero perfumado de futuro. De posibilidades, de besos por llegar, de hombres a los que amar  y de sonrisas por brotar.

Es mi lugar preferido, allí me repongo del cansancio y me preparo para continuar la jornada que al día siguiente se reinicia. Hay un banquito azul turquesa debajo de una painera enorme que siempre está florida y me gusta sentarme allí a observar los otros árboles de mi plaza encantada, las acacias que llenan de alfombras amarillas el suelo, el baobá de la esquina que sale hacia la avenida de mañana y el limonero que sabe bailar como un sauce llorón. Algunas noches me asusta pensar que tal vez llora y soy yo la que no sé distinguir entre los bailes y los llantos de los árboles.

Me duermo así acurrucada entre amores por llegar, acompañada por los que ya se fueron, arrullada por el agua clara de las fuentes eternas cargadas de futuro y la música bonita que siempre sale de alguna ventana entornada donde viven nuevos besos que aún no me hicieron temblar, pero prometen ser inolvidables.

Isabel Salas

domingo, 1 de abril de 2018

LA TORTILLA SIN HUEVOS


El hambre que se pasó en la guerra, fue seguida del hambre que vino en la posguerra. Todos cuentan que fue mucho peor, más dolida y mucho más cruel. En las casas de los que perdieron la guerra, el hambre  de comida se sumaba a otras hambres. Hambre de justicia, de paz, de consuelo. Hambre de seres queridos, arrancados de la casa y lanzados a las cárceles a esperar la muerte. Hambres de besos. 

Tantas hambres se juntaron y tanto desespero que a algunos se les trastornó el juicio. Otros se transformaron en personas diferentes a lo que imaginaron ser de niños y tanto cambiaron que ni ellos se reconocían. Unos sacaron fuerzas de flaqueza, otros sacaron lo peor de sí mismos, otros lo mejor...y hubo gente que hizo cosas que atravesaron el tiempo y el espacio y llegaron a mí a través de historias.

Me contaron que se inventaron nuevas maneras de sacarse las ganas de todas las cosas que faltaban y nuevas mentiras para los niños. Se improvisaron nuevas putas que jamás pensaron tener que ser putas. Se patentaron nuevos consuelos para penas tan nuevas que nadie sabía como vivir con ellas.

Hubo una mujer, a la que le mataron a todos los hijos y al marido. No le dejaron nadie a quien cuidar y así ,de camino, también la dejaron sin miedo. 
Se compró un velo de viuda, de esos que cubren la mujer de arriba a abajo y para joder se pasaba el día deambulando por el pueblo de iglesia en iglesia. No rezaba, pues no quedaba ningún Dios merecedor de su fervor, apenas usaba esa estrategia para hacerse presente. 

Visible.

Pasaba lentamente por las calles, en invierno o en verano siempre con aquel luto perpetuo y riguroso que hacía con que a los asesinos de su gente  se les anudasen las tripas al verla venir. Cuando ella pasaba por la plaza, ellos se volteaban para no verla.

Nadie podía decirle nada ni reprocharle nada. Era su derecho de viuda vestirse de luto. Ni siquiera los niños conseguían burlarse de  ella y de su manto negro, pues hasta ellos sentían la gravedad de aquel gesto y la intensidad de aquel dolor. Hasta ellos captaban la profundidad de aquel silencio denso que acusaba a los asesinos sin decir  nada.

Esa mujer tenía un nombre, lo recuerdo muy bien pero no hace falta decirlo. Es mi manera de homenajear a todas las madres  que siguen haciendo la guerra con un velo cuando las balas ya se han callado. 

Preguntando dónde están o calladas, con velos negros o blancos.
En mi plaza o en la tuya.

Hubo otra anciana, en el mismo pueblo, dos calles más allá, que se vio obligada a recibir en casa a sus dos hijas viudas con sus hijos. 
Una casa de un cuarto. Un marido viejo que se arremangó de nuevo y empezó a trabajar como un mozo, mientras le dieron las fuerzas, para terminar de criar a los ocho nietos sin padre que sus hijas habían juntado.

Esta mujer tenía gente a la que cuidar y por eso todavía creía en Dios. Todos los días entraba en la iglesia para agradecerle los nietos vivos, las hijas vivas y las fuerzas de su viejo. A ofrecer una oración por sus yernos fusilados y pedir la ayuda de su  ángel de la guarda para que cuidase de la salud del esposo.

Tres mujeres, ocho niños, mucha hambre y mucha gratitud por la presencia de aquel hombre en casa que era el amparo de todas. Cuando los niños crecieron ayudaron al abuelo y así salieron adelante.

Esta mujer tenía muchos nombres, Catalina, María, Teresa, Soledad, Encarna...escoge el que te guste porque a ella no le va a importar con que nombre la conoces.

Y hubo otra mujer de la  que ni siquiera recuerdo el nombre.  
De todas las historia de posguerra que me contaron, la suya para mí era la peor de todas, la que más miedo me daba. Era una mujer que vivía sola. No tenía nadie a quien cuidar ni nadie la cuidaba, no tenía nadie a quien llorar o tal vez se negaba a darle ese gusto a los que miraban las lágrimas rojas como si fuesen lágrimas de risa, sin compasión.

Ella estaba tan canija y tan débil que raramente salía de casa. Tenía miedo de todo, de los ganadores y de los perdedores. Hoy en día le habrían diagnosticado síndrome del pánico o algo parecido, pero en esa época había tanto pánico que el suyo pasaba desapercibido. Comía de la caridad de los que tenían al menos un poco que repartir. 

Ella no tenía nada que repartir.

Ni sillas, ni muebles, ni cama, ni colchón... todo lo fue vendiendo. Su hora de comer era esporádica, pues dependía de la memoria de los demás, y los demás eran personas que  estaban un poco desmemoriadas del hambre que ellas mismas pasaban, y a las que les costaba repartir la naranja del nieto con la mujer olvidada. Cuando después de unos días sin aparecer nadie por allí, comprendía que la muerte estaba cerca, practicaba un invento suyo que siempre le funcionó.

En aquella época de tanto talento y tanta innovación ella inventó la tortilla sin huevos. Salía al patio de atrás de su casa y  golpeaba un tenedor contra un plato  como cuando estamos batiendo un huevo para hacer una tortilla.

Empezaba despacito e iba incrementando el ritmo con gran agilidad de muñeca y su mirada perdida en el plato vacío. La calle iba quedándose en silencio. Todos iban deteniendo sus quehaceres y  levantaban la cabeza. La viuda, la abuela, los niños, el cura, los asesinos, los perdedores y los ganadores.

Todos sentían la sangre hervir.
Todos congelados.

Y todos sabían que ella solo pararía cuando escuchase un golpe en su puerta avisando. Un golpe de suerte. Un golpe de aviso, de ahí tienes comida. 

Un golpe mortal que hería a todos por igual. 

Cuando ella se detenía, algunas cabezas  bajaban rezando, otras llorando, otras aliviadas, algunas avergonzadas ...muchas con miedo. Sin saber si ellas tendrían el valor  de hacer lo mismo. De tener los cojones que hay que tener para hacer tortillas sin huevos.

La viuda reanudaba su paso.
La abuela acunaba a su nieto.

Bocas apretadas, puños cerrados.
Y el pueblo  arrancaba otra vez, inventando nuevas maneras de sobrevivir a tanta hambre.


Isabel Salas

        Del libro EL CANARIO Y LA MÁQUINA DE COSER