Las princesas y las niñas buenas a veces tienen hadas madrinas.
Mujeres que aparecen a la hora cierta con su varita llena de magia y que transforman calabazas en carrozas para ir al baile a perder zapatos o que nos convierten la nariz en metro para medir mentiras.Tienen un sentido del humor muy raro esas hadas, muy tradicional, casi integrista... y casi siempre tratan de que el cuento termine con el conocido final feliz que transforma los sueños en realidad.
Las niñas malas no.
Las niñas malas nos vestimos de novia virgen cada día para amar sin miedo. Jugamos a las bodas cada día en cuerpos diferentes, y nuestros abrazos nupciales duran lo que duran las pasiones efímeras. Para que las pesadillas no se transformen en realidad, huimos con los dos zapatos antes de clarear el día en nuestra araña mágica, acompañamos al novio hasta su casa galantemente y después, sin llorar demasiado abrimos los ojos a la realidad.
Lo bueno de esto, es que las narices sirven para moquear y las mentiras se quedan en los otros cuentos.
Isabel Salas