viernes, 27 de diciembre de 2019

ESPACIO


Desde que era un espermatozoide escalando la vagina de mi madre estoy luchando con algo o contra alguien. Recuerdo aquella incertidumbre al llegar a lo alto y tener que escoger si giraba a la derecha o a la izquierda, mientras veía a los otros tomar la decisión sin dudarlo. Sin embargo yo, no conseguía arrancarme para ninguno de los dos lados. Paré y respiré.

Me imaginé llegando  cerca de él y cómo ese óvulo soñado se abriría para mí porque era a mí a quien esperaba desde los siglos de los siglos, cuando el Big Bang determinó las leyes del universo, decidiendo a que velocidad viajaría la luz o cuantos oxígenos se tienen que juntar con un hidrógeno para hacer agua. Hice lo que más tarde aprendí que se llama "mentalizar". Intuitivamente, guiado por la sabiduría ancestral que te conecta a la verdad vital.

Funcionó. En pocos segundos arranqué sin ninguna duda y con todas mis fuerzas tomando el camino de la izquierda, pero no estaba solo, me acompañaban toda la alegría del mar y de las estrellas, toda la generosidad de la cáscara de la semilla  y todo el deseo acumulado en los testículos de mi padre desde que su madre lo gestó. Era mi momento, yo lo sabía y corrí hacia mi destino con mis brazos abiertos mientras sentía el primer latido del corazoncito que había brotado en mí  en la última curva. En realidad era sólo medio corazón pero ya latía como uno entero, presintiendo que pronto concluiríamos nuestro último viaje en solitario. 

Cuando llegué había unos treinta millones de compañeros cabeceando contra mi óvulo, pero él era impenetrable para todos ellos, era mío y sólo para mí se abriría cuando sintiera mi toque.

Desde la distancia lo contemplé, lo admiré y lo amé como sólo alguien con medio corazón sabe hacer y así que nació en mí la seguridad de que él me adivinaba la presencia empecé a acercarme. Al principio cuidadoso, con gran cautela que en seguida se transformó en rauda firmeza para finalmente terminar convirtiéndose en desbocada zambullida. Cuando atravesé aquella pared de piel que al sentirme se abrió como horas antes se había abierto mi madre al toque de mi padre, supe por primera vez como es la alegría de regresar a casa.

Mi entrada fue espectacular y el recibimiento apoteósico. Fui abrazado con el abrazo sagrado que sólo la muerte deshará cuando me transforme en polvo, ese abrazo nupcial tantas veces recreado en los rituales de casamiento del mundo entero. Un abrazo del que el alma siente falta desde que nace, anhelado por muchos seres toda la vida sin que algunos por desgracia, tengan la dicha de volverlo a sentir.

Pasé después de eso, nueve meses de aventuras no exentos de luchas. El padre de mi madre falleció a los dos meses de mi formación y ella de tanto disgusto casi me perdió, tuvo que guardar reposo hasta que cesaron los sangramientos que advertían de un posible aborto. Aunque fui testigo en primera fila, en realidad, aquella guerra, con la que tanto aprendí, era de ella y la ganó,

Consiguió salvar su embarazo y nací yo, una niña.

Con el tiempo he concluído que quizás el susto de casi perderme y lo mucho que lloró mi madre por la muerte de mi abuelo, me afectaron en cierta manera y me hicieron más asustona y sentimental de la cuenta, mucho más llorona y con una fuerte tendencia a escribir y a soñar que  ha sido mi manera de enfrentar otros desafíos que a lo largo de los años necesité superar.

Sin embargo, una cosa es verdad, yo fui una niña muy buena, de esos bebés que casi no lloran y no dan trabajo. Sonreía a todo el mundo, decía adiós con mi manita de bebé y me embobaba con cualquier mosca volando como si fuera una avioneta de playa anunciando el fin del mundo en su pancarta.

Para resumir, y entrar en el asunto del día, os diré que nací, crecí y me reproduje. Aún no me he muerto, no por falta de oportunidades, simplemente no ha llegado mi hora y aquí sigo en la carretera, bastante damnificada aunque en muchos modos mejor, conforme voy siendo el conejillo de Indias dónde la vida testa cada dos por tres eso de "lo que no te mata te hace más fuerte". 

Para tratar de superar mi tendencia al susto le fui echando coraje a todo y ahora soy bastante valiente aunque sigo llorando por todo lo llorable que me pasa y no parece que los años me hagan más resistente al llanto sino menos. Me encuentro feliz a veces, cansada otras, hay situaciones que me hacen sentir victoriosa y otras que me dejan muy triste debido a las dificultades por las que he tenido que pasar, o estoy pasando. 

He conocido los dos lados de la moneda, he sido llevada por los brazos de algún que otro hombre a pasear al lado oscuro de la luna y conozco los tres lados del amor:  ya me amaron y amé, que es el mejor lado, ya amé sin ser amada y también fui amada sin saber ni poder corresponder. Por eso no me enfado cuando amo y encuentro que mi amor rebota como una bola en un muro, y es de eso que quería hablar pero me puse a divagar como me pasa a veces. Quería hablar sobre el amor y como yo lo entiendo pues si alguien se interesa en mí, a partir de ahora,; le pediré su email, le enviaré este desangelado documento sobre mis aventuras intrauterinas y sólo después de haberlo leído le daré la oportunidad de seguir avanzando en sus intenciones de cortejo, sea su objetivo sexo o amor.

Si lo que quiere es sexo, me parece bien. No hay ningún problema. Pero que sea un buen sexo, sin términos precoces y sin traumas de anteriores relaciones. El sexo puro y duro como Dios manda y sin aspavientos, ascos raros o medias tintas.

Es como ir al dentista, me encanta el dentista con amor, pero si es sin amor y necesito un dentista al menos que sea buen dentista aunque no me ame. No quiero servir de campo de pruebas.

Pero si lo que quiere es amor la cosa se complica. Me encanta el amor y estoy dispuesta bajo unas mínimas condiciones que he definido cuidadosamente para dejarlas claras y que no me diga nadie que no me expliqué. 

Son pocas.

En principio no quiero que se me acerque nadie que ya tenga en su vida otras mujeres, sean una o varias. No digo esto por afán de protagonismo, es algo que siempre pregunto y os puedo asegurar que a veces me mienten. Acordaos de cuando me encontré al óvulo rodeado de compañeros y como tuve que prepararme para llegar a mi objetivo y atravesar aquel enjambre de competidores. Ya he pasado por eso y no quiero más, si alguien me quiere que aparte todo lo que no soy yo y me de un lugar a su lado así como lo yo haré. Compartiendo amigos, planes, ideas, y todo lo que compartimos con quienes queremos. A la luz del día y sin miedos.

Prefiero alguien que esté solo, incluso que lleve solo un buen tiempo y no recién salido de una relación, pues cansa mucho escuchar las eternas lamentaciones de lo mucho que querían a la anterior etcétera y tal. Puestos a pedir quiero alguien que ya se haya quedado sin mocos  y sin lágrimas y tenga ganas de amar y ser amado de nuevo y con cojones. Sin disculpas de porqué aún no puede amar o explicaciones de como tal vez nunca lo consiga de tan herido que está.

No me interesa ese tipo de gente, yo tengo mis propios traumas también y como dicen en España, me los envaino y una vez superado el miedo inicial me lanzo sin reservas a nadar en la piscina de quién sea, pero ya no quiero nadar en piscinas sucias, con poca agua o vacías, como una a la que me tiré hace poco y me rompí la frente en el suelo.

Estoy dejando todo escrito y bien claro y espero que no se haga largo leerlo. Esta semana, a pesar de lo complicada que ha sido, también se ha presentado bastante romántica y llena de proposiciones honestas y deshonestas en portugués y en español.

No estaba mi barro para hacer muñequitos pero como sé que soy una gran  especialista en sobrevivir a hostilidades variadas, pronto estaré preparada para el siguiente capítulo y he querido hacer una extensa recopilación de daños al mismo tiempo que una declaración de intenciones y expectativas que espero se entienda bien.

Si alguien se queda con dudas que me las mande por escrito, responderé en un plazo razonable.

Si alguien se queda con ganas después de esto será que al menos le caigo bien.

Y si alguien se ha quedado con la boca abierta, que la cierre. Las avionetas de playa, como los teléfonos y las calculadoras, las hacen cada vez más chicas y se pueden tragar una con pancarta y todo, como si fuera una mosca.

Yo me tragué recientemente una azul y morada con rayas amarillas que decía "Soy tuyo no lo dudes" y todavía siento el sabor de insecto en la boca.


Isabel Salas

Del libro NAVAJA DE LLAVERO, 2016

Disponible en AMAZON




miércoles, 11 de diciembre de 2019

IRME A LA MIERDA




Tienes que confiar
en la justicia.

¿En qué justicia?
Cierra tu boca, 
silencia tu estulticia.
Sólo veo impudicia
en ese tribunal
que esconde un basural
repleto de malicia.

Te tienes que fiar
de los profesionales.

¿Cuales profesionales?
No digas tonterías.
Observa a esos chacales
de mentes criminales
y mirada inmoral.
Veneno patriarcal
con ropas eclesiales.

¡Cree, espera, confía!
La verdad siempre triunfa, 
incluso en ese antro
de odio y felonía.

No creo, nada espero.
¿Por qué confiaría?

Prefiero declinar
el cuestionable honor
de esperar veredictos.
Y caminar
con paso triunfador
lejos de este escenario
demoledor.

Irme a la mierda,
lejos de los parciales
y crueles tribunales.

Alzar el vuelo, 
ahuecar mis alitas,
cambiar de aries.

Evitar el duelo
de morir en Brasil
si se puede vivir
en Buenos Aires.

Isabel Salas




sábado, 7 de diciembre de 2019

TODO



FOTO: Juliako Bernal       http://www.juliako.es/


Mi corazón quiere todo.
Quiere quererte,
y quiere
que te quieran mis ojos y mi boca.
Quiere que yo te quiera
de cualquier modo
y a mi sangre convoca,
gota a gota
para vencerte.

Quiere ganar la guerra,
donde quien gane
logrará tenerte.

Por eso 
discutimos
mi corazón y yo.
Las treguas incumplimos
los acuerdos rompemos.
Los dos
sufrimos.

Yo por querer quererte 
con cuidado,
y  él 
porque quiere que con cuerdas y besos,
te amarre a mi lado.

Él quiere
 que yo quiera quererte 
pese a todo.
A pesar de las dudas,
de los miedos,
y las
incertidumbres.

 Quererte,
por encima del miedo de perderte, 
de pasados,
heridas, óxidos 
y herrumbres.

Lo quiere todo
ese corazón mío, que conmigo 
discute
cuando de ti huyo.
Muerde y grita, 
que sí, 
que ya fue mío,
pero ahora
por así quererte,
es tuyo.


Isabel Salas




domingo, 1 de diciembre de 2019

COMUNIDAD



“La verdadera educación no sólo consiste en enseñar a pensar sino también en aprender a pensar sobre lo que se piensa,  y este momento reflexivo –el que con mayor nitidez marca nuestro salto evolutivo respecto a otras especies- exige constatar nuestra pertenencia a una comunidad de criaturas pensantes.”

                                                                                                               Fernado Savater, San Sebastián 1947



Esa comunidad de criaturas pensantes, a la que se refiere Fernando Savater, es la única a la que me gustaría pertenecer, pero cada vez tengo más claro que el hecho de nacer ser humano, no basta para merecer tal honor y eso me preocupa mucho desde que me di cuenta. Esa comunidad a la que ni siquiera sé si pertenezco,  es la única patria a la que amo, la que llena mis ojos de lágrimas y en la que siento que cabríamos todos si de verdad lo deseáramos y estuviéramos verdaderamente educados.

Le he dado muchas vueltas a esa frase al pensar en patriotismos o en pertenencia. He desdoblado tantas veces  cada una de las palabras que Savater escogió para montarla cuando he reflexionado sobre lo que, de verdad, significa para mí ser andaluza, española, europea o brasileña, que me gustaría compartir contigo lo que he pensado.

Por un lado, para ver si se parece en algo a lo que hayas podido pensar tú sobre asuntos similares y por otro porque es algo muy importante que levanta demasiadas pasiones, y odios, provocando matanzas, guerras, guerrillas y horrores que me parecen injustificables: no hay ninguna patria o ninguna bandera que me parezcan merecedoras de que se derrame con dolor ni tan siquiera una gotita de sangre, porque todos somos, o deberíamos ser, por encima de nuestro lugar de nacimiento, humanos.

Soy más a favor de ese mundo que cantaba John Lenon en Imagine, que es el único dónde una comunidad de seres pensantes, correctamente educados, podría vivir, sin fronteras, sin banderas ni dioses que nos obligaran a seguir matándonos unos a otros.

Lo primero que me llamó la atención cuando leí esta frase por primera vez, fue el verbo constatar, precioso, rotundo, preocupante. El diccionario lo define como la comprobación de un hecho, el acto de establecer su veracidad y dar constancia de él. ¿Cómo podría yo comprobar que pertenezco a esa comunidad sin fronteras a la que pertenecen las criaturas pensantes?  ¿Pensando? ¿Intentando pensar?... y lo más importante   ¿Comprobarlo ante quién? ¿Ante los demás o ante mí misma?

Por haber nacido en España  en 1967 durante los últimos años de la dictadura de Franco, pasé mis primeros ocho años de vida en un ambiente hipócrita al extremo, donde me hicieron tragar como otro dogma cualquiera, lo importante que son las apariencias y el estar continuamente demostrándole a los demás cualquier  cosa que se requiera. Este detalle me hizo temer, en un primer momento, que yo debería de ser capaz, en algún punto lejano de mi incierto futuro, de demostrarle a los presuntos pensadores que merecía ser aceptada por ellos. Por consiguiente, gracias a mi educación católica llena de culpas, miedos e inseguridades, la absoluta certeza sobre mi completa incapacidad para parecer tan lista, me dejó muy triste.

Sin embargo con el tiempo he ido mandando a la chingada casi todas esas ideas sobre lo importante que es aparentar o pretender ser políticamente correcta con la intención de agradar a los demás y ahora vivo una fase en que sólo ante mí misma necesito comprobar las cosas. Soy la única persona a la que no puedo engañar, eso basta para mí, y sé que pienso, aunque reconozco que no sé si lo hago correctamente, como Savater afirma que hay que hacerlo.

Seguramente no. Me falta educación y nunca he sentido con la nitidez, fruto de la reflexión correcta, que sé pensar sobre mis pensamientos sin pensar tonterías. Las chorradas, por así decirlo, brotan naturalmente sin esfuerzo alguno, pero ya no me quedo tan triste. Si no soy parte de esa comunidad al menos sé, que es la única a la que me gustará sentir que pertenezco, y no necesito que nadie me lo confirme, lo sabré yo, cuando honestamente y ante mí misma, constate que así es.

Lo mismo que un bebé de ornitorrinco, al que alguien sacara de su hábitat y se lo llevase a New York, por escoger un destino interesante. Nunca dejaría de ser un ornitorrinco, aunque los demás no supieran que él existe y él jamás viese a otros de su especie. Eso no lo haría dejar de ser quién es. Así seré yo, cuando aprenda a pensar. No exactamente un ornitorrinco como el de la foto, no me entiendas mal, por mucho que piense, jamás lograré transformarme en un ornitorrinco neoyorkino.

Seré parte de esa comunidad de pensadores a la que aspiro pertenecer. Aunque ellos no me conozcan o no sepan que soy de su tribu, ni yo los encuentre por donde me muevo normalmente, seré parte de ellos y no necesitaré que nadie me lo diga para saberlo.



Isabel Salas
Fragmento del libro TRISTES CÍRCULOS POLARES