sábado, 16 de septiembre de 2023

CICATRICES




Hace tiempo leí que los árboles al enfrentar el viento, conforme van creciendo, van rompiendo su corteza y es así que se fortalecen. Sin esa provocación la corteza sería lisa y suave como el forro de una semilla, pero al cimbrearse, doblarse, enderezarse y resistir las embestidas de las ventarías, los arboles se van rompiendo por tantos lugares que eso los hace elásticos y resistentes. El resultado es ese tronco arrugado que conocemos.


Hoy he tocado un árbol de otra manera, estaba esperando a alguien en una sombra y de pronto me acordé de aquella lectura que explicaba la razón por la que los árboles necesitan romperse para crecer fuertes. Sin esa corteza áspera mil veces rasgada y recompuesta, tendrían una piel sin resistencia que les impediría crecer y ponerse fuertes y grandes.

Crecerían hasta un punto y colapsarían.

Su poder viene de sus heridas.

Estiré la mano y toqué el tronco con levedad, queriendo sentir en mis dedos la profundidad de aquellos surcos. Imaginé como cada desgarro había sido hiriente y me acordé de Rubén Darío que decía aquello de dichoso el árbol que es apenas sensitivo y más la piedra dura porque esa ya no siente. Él estaba expresando lo que tantas veces he sentido, sentir duele, crecer duele, ser persona duele, amar duele.

Todo duele antes o después

Al tocar el árbol pensé en mi corazón tantas veces roto, tantas veces  herido, recordé algunas de mis lágrimas, algunas muy amargas, otras dulces, pero todas dejaron su huella en él. Quise imaginarlo como un corazón de madera, y agradecerle su capacidad de cicatrizar. Mi corazón de madera, que se puso arrugado para hacerme fuerte y poder vivir sin colapsar ante tantas tristezas.

Tocaba las cicatrices del árbol como si fueran mías y dejándome llevar por el momento apoyé mi frente en el tronco. Sentía el dibujo del árbol marcarse en mi piel. Cerré los ojos.

Con mis dos manos apoyadas en el tronco, como se han apoyado tantas veces en el pecho de un hombre dejé mi mente en blanco concentrada apenas en aquellos tres puntos de apoyo que me conectaban al árbol. Y sentí su beso. Mi primer beso de árbol.

Me vino entonces una idea, intuí porque las personas graban corazones en los árboles. Porque están hechos de madera. Llenos de cicatrices como nosotros . Porque quien aguanta el viento bien puede aguantar una mano de hombre enamorado.

Porque en algún lugar hay que dibujar corazones ... y no hay mejor lugar que en otra corteza.

Isabel  Salas


viernes, 8 de septiembre de 2023

LA MOTO DE ANDRÉS



Como me hubiera gustado
poder dejar tu recuerdo 
 en un  lugar destacado
de mi cajita de amores
siendo mi amor más amado.

Me hubiera gustado tanto
ponerte al lado de Luís
pero eres dolor y llanto
él era sol, tú eres gris,
penumbra de camposanto.

Me hubiera hecho tan feliz
guardarte como oro en paño
pero tú fuiste un desliz
el peor día del año,
fue cuando te conocí.

Que bonito hubiera sido
quererte hasta el fin del mundo
darte un lugar en mi nido
pero no fuiste el mejor,
ni el tercero ni el segundo.

En mi cajita de amores
hay días de circo y cines,
cenas, playas y delfines,
montañas besos y flores.

Entre los buenos recuerdos
caben la moto de Andrés,
la sonrisa de Joaquín,
y Ricardo el portugués.

Cabe la voz de  Modesto
y hasta un huevo de avestruz,
perdona si te molesto,
sólo no me encajas tú.

Isabel Salas



sábado, 2 de septiembre de 2023

LA NAVE Y EL PLANETA



Ella tenía casi todas las respuestas para las demandas de él. Quiso explicarle con mucha educación  que veía inviable la transformación de la amistad en amor, la edad, las circunstancias, la distancia, los daños acumulados y tantos detallitos que claramente él no veía pero que ella le desmenuzó uno a uno mientras él escuchaba.

Confesó sin vergüenza su miedo de amar. Un miedo muy grande de dejarlo entrar en su corazón y casi rogando le propuso jugar sin quemarse. Amarse un poquito tal vez, un amor juguete, de sí pero no, de evitar el dolor y que al mismo tiempo sirviese para sentir el gusto de los besos sin ensuciar los labios con mentiras ni excusas. 

Le explicó que él, caballerosamente,  debía colaborar y evitar que ella se enamorase, que no debía ser demasiado cariñoso ni galante, ni demasiado atrevido y nunca jamás permitir que el  poquito de amor creciese más que un granito de arroz.

Aliviada por haber sido tan sincera y haberse explicado tan bien, sonrió con valentía mientras él escuchaba y quiso rematar poniendo un buen ejemplo para que él entendiese bien la situación. Animada por lo acertadas que estaban saliendo todas sus palabras hasta el momento, dejó volar la imaginación y en pocos segundos encontró la metáfora perfecta y explicó que ella era como una nave espacial, pero una nave dañada,  con el tren de aterrizaje antiguo que no encajaría jamás en los anclajes de las modernas estaciones espaciales.

En algún lugar  había leído que para facilitarle a las naves de cualquier nacionalidad, poder aterrizar en cualquier estación espacial, en caso de necesidad o emergencia, los países se habían reunido y habían acordado padronizar los anclajes de aterrizaje. Así garantizaban la seguridad de todos los habitantes del espacio, fuesen trabajadores de las estaciones o  tripulantes de las naves.

Él la escuchaba en silencio.
En principio no tenía nada contra las estaciones espaciales ni los acuerdos internacionales sobre aterrizajes de emergencia, pero realmente era asombroso hacia donde ella había llevado la conversación. Todo aquel discurso para concluir  que el anclaje de su nave estaba fuera de padrón y por eso no podría aterrizar nunca en su estación ni en ninguna, era una nave errante condenada a vagar eternamente por el espacio interestelar del desamor. 

Éste, y no otro, era el motivo principal de no poder  amarlo y por supuesto no debían ni intentarlo. Tal vez era por eso que la amaba un poquito, por esas cosas tan absurdamente gráficas, tan fuera de lo común, que le producían risa y ternura al mismo tiempo. Por su vena dramática y su pasión poética al defender teorías estrambóticas como aquella, mientras trataba de justificar el miedo de resultar herida en caso de enamoro.

Lo miraba tan contenta después de terminar su ejemplo, que él se vio obligado a escoger con el máximo cuidado  las palabras precisas para responderle con su voz más dulce:

- Tú estás  en  mi planeta desde que te conocí.

Isabel Salas