lunes, 21 de diciembre de 2015

DAME TU NOMBRE





Fola corría por la carretera de tierra entre todos los demás. No cargaba casi nada, apenas su bebé de cinco meses, al que protegía de los vaivenes de su carrera con su brazo derecho.
El izquierdo lo usaba para tomar de la manita a su hija de cuatro años a la que intentaba quitarle el miedo con miradas de aplomo fingido y palabras suaves que se perdían en el estruendo de los tiros lejanos y los lloros cercanos.

Vistos desde fuera, eran una familia africana más, una familia despedazada por guerras inútiles y crueles, arrancada de su vida, corriendo al huir de su aldea.
Sin destino.
Vistos desde dentro era una mujer asustada al extremo. Una madre que ponía todo su empeño y sus fuerzas en llevar a sus hijos lejos de aquel infierno.
Ella sí tenía un destino, lo más lejos posible.

Hasta hacía unas semanas Fola, su marido y sus cuatro hijos tenían una vida más o menos apacible a la que llegaban a veces ecos de guerras lejanas, pero en pocas semanas los ecos se hicieron voces y al final presencia viva.
Su marido se había marchado dos días antes tratando de poner a salvo a los dos hijos mayores, uno de catorce años y otro de doce, para evitar que fuesen reclutados como tantos niños y obligados a convertirse en asesinos precoces.
Niños soldados los llaman.
Estuvieron de acuerdo los dos, hablaron varias horas y decidieron que no era eso lo que deseaban para sus hijos amados. Así pues, el marido intentaría pasar la frontera con los hijos, y ella se juntaría a las mujeres con bebés que esperarían los camiones de la Cruz Roja para reunirse con ellos en el campo de refugiados, que decían que había a 140 kilómetros al norte.

Parecía un buen plan y como tampoco tenían muchas alternativas, se despidieron serenamente tratando de no demostrar pánico. No querían provocar más dolor ni miedo a los niños y, por eso, ese hombre y esa mujer, que se habían mirado tantas veces durante largos minutos a los ojos al hacer el amor en sus noches de intimidad y cariño, apenas se miraron un poquito a la hora de despedirse tal vez para siempre, con miedo los dos de prender sus miradas y que eso les impidiese la separación.
Al abrazarla él le dijo:
- Ya lo sabes todo... ¿Qué puedo añadir?
Y ella le respondió:
- Claro que lo sé, vete tranquilo. Está todo dicho, mi amor.
¿Qué otra cosa puede decirle una mujer a su hombre en una hora tan mala?

Después del último beso y el último toque cada uno se concentró en su misión y en los hijos de los que se hacía cargo.
Ella lo miró alejarse con paso animado, un niño de cada lado, sin darles la mano para que se sintiesen hombrecitos, cargando cada cual unos hatillos con lo mínimo. Sólo el menor se volvió una vez para mirarla, y ella que estaba preparada para eso, le hizo un gesto alegre de despedida mientras se bebía las lágrimas de aquel adiós tan tremendo.
Después preparó sus cosas.

Decían que los camiones llegarían por la mañana para recoger a las mujeres, pero los que llegaron fueron unos todo terreno cargados de hombres que disparaban a todo lo que se movía.

Fola tuvo suerte porque unos minutos antes de empezar aquella matanza ella había sentido la necesidad de acercarse a la entrada del bosquecillo por el que se habían marchado sus hijos y su marido, y como la niña estaba despierta, ansiosa y preguntando cuándo iban a juntarse con los hermanos, ella decidió que en vez de esperar en casa podían esperar dando un paseo para amenizar la situación.

Por eso cuando empezaron los tiros, ella se encontraba fuera su alcance.
No pensó en nada, ni en amigas o vecinas, apenas salió corriendo en disparada arrastrando a la nena. A ratos la hacía correr a su lado, a ratos la cargaba hasta que el brazo se le acalambraba. Descansaban cuando sentía que iba a morir por el esfuerzo y después seguían avanzando.

Quería llegar a la otra carretera, la que habían construido para transportar el coltán unos meses antes.
Así el día entero.
Más tarde pasaron la noche acurrucados los tres juntos. Ella agradeciendo a sus pechos la leche que le permitió alimentar al bebé y a la niña y analizando si sería buena idea rezar o mejor no llamar la atención de los dioses.
Decidió quedarse callada porque ante aquellos dioses tan crueles que permitían tantos desmanes, parecía buena idea pasar desapercibido.
Al amanecer salieron del bosque y encontraron otras  personas asustadas que se movían en la misma dirección.
Nadie saludó a nadie, nadie preguntó nada.

Era una fila más o menos ordenada de mujeres y viejos que llevaban sus niños con el único objetivo de salvarlos y salvarse.
Parecía que todo podría terminar razonablemente bien cuando de pronto oyeron una avioneta que se acercó rápida. Algunos saludaron alborozados pensando que era la ayuda que esperaban, otros miraron callados y otros como Fola regresaron al bosque que bordeaba la carretera por el miedo que todo les provocaba desde hacía días.
La avioneta bajó y abrió fuego contra la fila.

Fola le tapó las orejas a sus hijos mientras los apretaba contra ella y mentalmente espantaba las balas con la fuerza de su pensamiento.
Imaginó una burbuja de protección y allí se quedó meciéndose con sus hijos como cuando te duele una muela o un niño llora sin consuelo.
Mecer el dolor y el miedo es un recurso humano que no se sabe por qué funciona, pero todos lo practicamos alguna vez.
Y siempre consuela un poquito.

Cuando acabaron los tiros y la avioneta se alejó, fueron saliendo poco a poco del bosque los que se habían salvado.
La carretera era un reguero de cuerpos vestidos con alegres colores y posturas imposibles. Casi todos muertos, algunos heridos.
Fola decidió ignorarlos, no podía hacer nada y su única prioridad era salvar a los suyos. Sujetando la manita de su niña y acariñando al bebé que estaba metido en un paño amarrado a su cuello, aceleró el paso sorteando cuerpos.

Todo iba bien hasta que sus ojos encontraron los de una mujer herida. Una mujer más joven que ella, que trataba de incorporarse y la llamaba con su mano ensangrentada. 
La chica consiguió juntar unas palabras y casi las suspiró:
- Ayúdame. Ven.

Fola no quería ayudar.
No quería ir.
Sólo pensaba en sus hijos y no quería perder su tiempo, pero la chica la había mirado, la había llamado y ella se acercó con una disculpa preparada, que la otra pudiese entender al negarle la ayuda. La mujer tendida en el suelo se incorporó un poquito y entonces Fola vio que estaba encorvada sobre un bebé.

Un bebé intacto debajo de una madre moribunda en una carretera llena de personas asustadas.
Justo lo que ella necesitaba.

Se acercó sin decir una palabra y sin soltar a su hija se agachó al lado de la otra madre, mirándola sin hablar. ¿Qué se le puede decir a una mujer que se está muriendo desangrada en un mundo hostil dejando un hijo desamparado?
Se miraron las dos.
Los ojos de la joven iban del bebé a la niña y al rostro de Fola de nuevo. Tal vez buscando palabras también.
Las mismas palabras que sirvieron horas antes para despedir a su marido le parecieron adecuadas para dirigirse a aquella desconocida y por eso las dejó salir con suavidad:
- Lo sé todo. Está todo dicho. Quédate tranquila, mi amor.

Y soltando un instante la manita de su hija, cogió el bebé de la otra y lo acomodó en el mismo paño donde estaba el suyo.
Enseguida volvió a recuperar la mano de su niña que esperaba extendida en el aire. Era el momento de la despedida y las dos sabían que era para siempre.
La joven consiguió sonreír y Fola sacó el valor para pedirle:
- Dame tu nombre, para que pueda enseñárselo un día.

Pero la chica ya no tenía nada más que dar.
Lo había dado todo y sus ojos ya estaban cerrados.
Fola no se paró a ver si estaba desmayada o apenas muerta.
Se levantó y con sus tres hijos siguió su camino.
Agradeciendo a sus pechos la leche que garantizaban la vida.
Isabel  Salas



El cuadro que acompaña esta historia ha sido pintado por una artista de Valladolid que vive en Benalmádena.
Ella leyó la historia e idealizó a Fola, le dió  esa belleza serena y esa mirada profunda.
Nuria Velasco Vegas supo pintarla y nos la regala a todos para acercarnos más si cabe a esa realidad dura que las mujeres del Congo están enfrentando cada día.
Un beso a todas ellas y a Nuria un MUCHAS GRACIAS de esos  que traen globos de colores.



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