Yo no firmé ningún contrato,
francés, social,
español ni global.
No prometí jamás
obedecer cualquier mandato
papal, imperativo ni legal.
Nunca acepté, sumisa,
que ninguna justicia decidiera
estimulada por falaz premisa
o disfrazada de letal niñera
quién velará el descanso de mi hija.
Aclaremos,
de forma bien concisa,
que desde el mismo instante en que naciera,
es carne de mi carne
y pez de mi pecera.
No hay nadie autorizado a decidir
en este mundo cruel, por ella ni por mí
cómo, cuándo, por qué
dónde, cuánto o con quién,
ha de vivir, puede dormir
qué canciones cantar,
que libros estudiar
qué series ver
ni cuál idioma deberá elegir
para hablar con su gata
cantar, enamorar,
hacer listas de compras
o soñar,
El único contrato que entendemos
es el amor que ambas nos tenemos,
y la jurisdicción que respetamos
se ciñe a la cardíaca región
que palpita al unísono en las dos.
Músculo hueco de vital función
al que todos llamamos corazón.
Isabel Salas