Cuando me defiendo,
me defiendo de todo con la misma fuerza.
Me defiendo de mí,
de ti,
de lo que se mueve,
de lo que siento malo con razón o sin ella,
y de lo bueno,
de lo bueno raro que parece palo,
aunque no lo sea.
Sin orden ni pudor,
sin concierto esquivador de golpes.
Sin razón.
Ataco lo que imagino
y lo que existe.
Todo me sabe a malo y todo es peligroso.
Mi cabeza no piensa
porque estar así es como estar dormido,
o tonto,
o peor, mucho peor,
dormido,
triste y tonto.
Y cuando me defiendo de todo lo gris,
yo también me quedo gris
y es difícil quererme.
Lo sé.
Nunca he pedido que me quieran así.
Querer en blanco y negro no es algo que se pida.
Es algo que no pasa,
y si pasa,
el gris se pasa y vuelven los colores
y todas las sonrisas.
Pero eso es raro,
¿Quién va a querer amar de esa manera?
O mejor,
¿Quién va a querer amarme así?
La manera existe,
lo que no existe es quién la aplique en mí.
Nunca pasó,
y si pasó,
pasó tan lejos que no la sentí.
pasó tan lejos que no la sentí.
Así que normalmente,
mi locura gris la limpio sola,
escribiendo
hasta parar todo lo que se mueve,
o llorando
lágrimas especiales
calibre nueve.
Letras saladas y lágrimas sin tildes,
las dos formas,
solas o combinadas,
que dejan mi sonrisa nueva
y devuelven la vida
a los colores muertos.
a los colores muertos.
Mis dos maneras de abrillantar los ojos,
y mirar lo que pasa,
lo que existe
y lo que yo quisiera que existiera.
Mi manera mía de mirarlo todo,
con mis ojos míos.
Mi mirada mía llena de palabras brillantes
escritas con tinta calibre nueve,
que por no pensar,
a todo
se atreve.
Isabel Salas