Y a pesar de todo amanece.
Cada mañana llega y permanece aunque por un segundo, a veces, parece que le va a faltar potencia al día para terminar de abrirse y empezar. Me incorporo a medias para encarar el clarear del día que no termina de prender y recuerdo esas flores muertas en el nido. Promesas cortadas antes de abrirse que deciden, en vez explotar como volcanes, morirse a cámara lenta cerrando los ojos con sus lágrimas dentro y esa decepción (inmensa) por no haber podido besar a las abejas.
Tú eres mi abeja.
Todas las abejas de Einstein y sus madres.
Todas las abejas de Einstein y sus madres.
Temo que el cansancio de mi alma sea contagioso y le pueda quitar volumen al amanecer, al mío y al de todas las personas y seré, así, la culpable del fin del mundo por pensar en ti en vez de dormir, por impregnar al sol con los virus de mi desgana, dejarlo sin fuerzas y hacer que, de una maldita vez, desista de mover la noria de los días y de joder, y de querer que salgamos de las camas a preparar café.
Pienso esas cosas raras por la falta de sueño.
Por la falta de ti.
Por la falta que me haces cuando amanezco.
... y observo, con esa frialdad cósmica de las sábanas que no saben abrazar, lo difícil que le es al sol respirar, amanecer, ser, brillar o estar cuando le faltas tú y la abeja reina es republicana y detesta el café con lágrimas.
Como yo.
Isabel Salas
Como yo.
Isabel Salas