Tal vez fui yo, que con la emoción del
momento, no conseguí comprender lo que me decía aquel hombre, ni descifrar con
qué intención me besó contra su puerta justo cuando me iba.
O tal vez fue la vida, que se divierte
algunas veces, distorsionando los mensajes, y yo, no entendí bien lo me explicaba
mientras metía su mano dentro de mis pantalones. O pueden ser las nubes, esponjosas
y blancas, que sin premeditarlo, hicieron sombra sobre mis ojos y no dejaron
brillar el amor, impidiendo que él viera en ellos cuanto lo amaba yo.
O la luna que no estaba lo bastante
llena, ni tan vacía como las botellas que él y yo nos acabábamos de beber. O
fue todo eso junto y muchas más cosas que tampoco entendí y al final, la
verdad, es que simplemente, hay puertas que son callejones sin salida donde me
comen a besos a pesar de no amarme ni un poquito.
A pesar de eso, fue doloroso aceptar que su corazón
no nació para quererme y aún así, quiso besarme. Más duro fue saborear esos besos
indescifrables y asimilar que, a la mañana siguiente, se habían convertido en
portazos destemplados, como adioses a empujones, o a patadas.
Aquel hombre nunca más quiso mirarme a
los ojos, y a pesar de que a su puerta aún le cabían muchos besos, me la cerró para
siempre y todavía no sé por qué lo hizo ni a qué saben sus besos cuando no bebe
antes de repartirlos.
Isabel Salas