Pocas veces nos encontramos con personas que, sin pretenderlo, dejan una huella realmente profunda en nosotros, y menos aún conocemos gente cuyas palabras se transforman en guías para el compromiso profesional y humano. Así fue Jorge Garaventa, un psicólogo argentino que, como diría Sabina, "me mostró el camino" con su trabajo y su forma de ser. Y aunque no faltaron las bromas entre él y yo, por su nacionalidad y la mía, gallega de Málaga, afirmo, muy en serio, que su presencia y su enfoque lograron marcar el camino de muchas personas, y espero que de generaciones de jóvenes psicólogos también.
Con motivo de su 35 aniversario en la psicología, Jorge escribió una carta dirigida a sus "jóvenes colegas," un texto cargado de humildad y generosidad. En ella, compartía reflexiones profundas sobre el valor de la psicología y su dedicación, invitando a quienes se inician en esta disciplina a no solo formarse en conocimientos técnicos, sino a abrazar la profesión con vocación, ética y empatía. A través de su propia experiencia, habló de sacrificios, de momentos difíciles y del verdadero significado del ejercicio de la psicología, describiéndolo como "una de las aventuras más bellas" cuando se vive desde la vocación.
Conocí a Jorge en una ocasión en la que necesitaba su apoyo en un tema que él entendía bien: los efectos devastadores de los abusos que sufren los niños y las complejidades que enfrentan cuando su testimonio es puesto en duda en el sistema judicial. Acudí a él con la esperanza de obtener un documento claro y estructurado, que ayudara a comprender lo importante que es dar credibilidad a la palabra de un niño que denuncia un abuso, ya fuera físico, psicológico o verbal. Me había invitado a su consulta para hablar del asunto y puedo decir que conseguí mucho más de lo que esperaba. Esa tarde conocí a un hombre cuya calidez y generosidad desbordaban su rol profesional.
Recuerdo con claridad aquel momento. Jorge me escuchó atentamente, sin dejar de hacer contacto visual ni un solo segundo, y comprendió a la perfección la importancia de ese documento. Podría haberme ofrecido un aporte sencillo al resto de la documentación que estaba recopilando, pero, al entender la relevancia del tema, aceptó crear un texto más formal, de dos o tres páginas, con su firma y su voz, reflejando su experiencia y postura de experto. Él fue receptivo, educado y amable, y al despedirme me sentía profundamente conmovida y agradecida. Me quedó grabada la imagen de su consultorio: sus plantas en agua, el sillón cómodo, su sonrisa tan amable y sus gestos tan cordiales. Nos despedimos entre risas, cuando le hice ver que para mí, a partir de ese día, él encarnaba el "psicólogo perfecto." A pesar de mis reservas hacia la psicología, en persona, conquistada por su simpatía, solo pude agradecer y despedirme con cariño de alguien que, por encima de nuestras diferencias puntuales, acababa de recibirme como un gran hombre y un ser humano extraordinario.
Después de aquel encuentro en Buenos Aires, Jorge continuó interesándose por las causas de las que le había hablado en nuestro encuentro, preguntándome ocasionalmente cómo estaban las personas de las que le había contado. Se emocionaba con cada buena noticia y se entristecía con cada revés; su preocupación y empatía eran verdaderas, y su solidaridad, inquebrantable. Este psicólogo fue una gran inspiración no solo para mí, sino también para los niños y madres a quienes transmití su mensaje y apoyo. Él encarnaba en cada gesto las cualidades que compartió en su carta abierta: ética, responsabilidad, empatía y un compromiso profundo con la causa de los niños.
En su carta, Jorge alentaba a los nuevos psicólogos a superar los retos iniciales, a perseverar en los momentos difíciles y a recordar siempre la importancia de su rol en la vida de otros. Subrayaba la necesidad de una formación constante y de cuidarse a uno mismo, mencionando el trípode de terapia personal, supervisión y formación continua como herramientas fundamentales para enfrentar las complejidades de la profesión. Con sencillez, relató cómo él mismo había tenido que asumir trabajos adicionales al inicio de su carrera, demostrando así que ser psicólogo va mucho más allá de la teoría; es un ejercicio de vida, de pasión y de dedicación absoluta.
Este hombre era, en sus palabras y en sus acciones, el prototipo del buen psicólogo, un ser humano completo cuyas continuas atenciones hicieron que, en un periodo difícil de mi vida, todo fuera un poco más cálido, un poco más amable. Me siento bien al escribir este texto ahora que murió, porque le dije las mismas cosas cuando estaba vivo. Su vida y su obra nos dejan una lección invaluable: ser psicólogo es, como bien demostraba él, más allá del título y de la técnica, una vocación que exige un compromiso profundo con el bienestar y la dignidad de quienes buscan ayuda. Jorge era la prueba de que la verdadera riqueza de esta profesión está en la humanidad que entregamos, en la empatía que brindamos y en la compasión que compartimos.
Hoy, recordarlo es también un llamado a quienes inician su camino en la psicología. Recordar a Jorge Garaventa es recordar que, a pesar de las dificultades, la psicología es una profesión generosa y noble cuando se abraza con el corazón y la ética como bandera. Así como él compartió su experiencia en su carta, comparto este recuerdo en homenaje a un hombre que, sin buscarlo, me reconcilió con una disciplina con la que siempre he sido muy crítica.
Gracias, Jorge, por el ejemplo y por el legado. Y gracias, Yanina, por darme su contacto y hacer posible ese inolvidable encuentro.
Isabel Salas