miércoles, 26 de julio de 2017

PENSAEMAS


Me sigue gustando la palabra "pensaema" tanto como el día que la usé en mi primer libro para tratar de ponerle un nombre a mi trabajo y evitar debates. Mi intención siempre fue prevenir las discusiones (adivinadas interminables) que podrían surgir sobre si lo que yo hago es poesía o no, literatura o no, arte o no, bueno o no.

No es que no me guste discutir sobre determinados asuntos (que me gusta), es que no le veo interés a este tema en particular. Como lectora, he tenido y tengo mis preferencias y no las discuto. Cuando decido pasar unas horas leyendo escojo lo que me apetece leer en ese momento, sea poesía o prosa, sea con ganas de estudiar y aprender o simplemente por relajarme un rato y disfrutar. Lo mismo abro mi carpeta de pdf´s pirateados, para leer algo de ken Follet que tomo un libro de papel entre mis manos (sin ninguna parafernalia litúrgica  ni integrista), y leo lo que tengo a mano porque algunos días me da lo mismo leer en portugués que en español y otros no.

Leo  igual que respiro y tengo mis preferencias personales que con los años han ido cambiando para peor o para mejor según los momentos, mis circunstancias personales, mi ubicación geográfica, la edad de mis hijas, el tiempo disponible, las lecturas que me recomienda el hombre amado y otros muchos factores tan importantes o tan chorrada campestre como los enumerados.

Es inevitable que lo que escribo, a algunas personas les guste mucho y a otras nada, que algunos lloren y se emocionen con mis escritos y otros piensen honestamente que son feos, facilones, llenos de palabras comunes o tengan de literario lo que una gasolinera tiene de templo de la sabiduría, y eso me parece genial. De la misma manera que yo escojo leer determinado autor o determinado libro, quiero que otras personas decidan leerme a mí o descartar mis libros como basura cósmica y eso no me causa ningún problema. 

Admiro la capacidad de los animales de hacer lo que deben hacer en el momento justo sin importarles demasiado qué pasa a su alrededor. He aprendido mucho con mis gatos, duermen cuando les entra sueño sin preocuparse ni por el pasado ni por el futuro y menos aún de si están llenando de pelos mi chaqueta negra. Así soy yo cuando escojo pasar una tarde leyendo en el blog de Francisco Alvarez Hidalgo o en las páginas de Pedro César A. Verde, o de Batania (neorrabioso) por nombrar algunos de los lugares donde suelo perderme, y así, como gatos felices, quiero que se sientan las personas que escogen leerme, sea comprando mis libros o en el blog: como un gato satisfecho durmiendo tranquilo donde le sale de los cojones, porque está en su casa y se siente a salvo. Si lo que hago se llama poesía, mayonesa o pensaema, es  tan importante como estar dormido encima de la colcha cara o de la camiseta del cole. 

Hace unos días me echaron de un grupo supuestamente literario porque defiendo que puedo hablar de cualquier asunto usando palabras sencillas y allí creen que eso me convierte en una especie de criminal poética que no quiere crecer ni se preocupa con unos determinados parámetros (considerados sagrados por su líder) que deben tener los textos para ser catalogados como poseedores de cierta categoría. La verdad es que no me interesa. 

Tengo cincuenta años, casi los mismo como lectora, y mis propias opiniones sobre lo que es basura o no. De la misma manera que a mí me dan vergüenza ajena algunas cosas que veo publicadas por ahí, entiendo  que a otros les pase lo mismo con lo que publico yo y a todos los que me leen con gusto o con disgusto les digo lo mismo, será poesía o no, literario o no, pero es lo que hago, lo firmo, pongo mi nombre, mi cara y no me escondo detrás de mascaritas ridículas, caretas de comic, ni nombres fantasiosos como hacen otros para publicar textos serios, románticos, de terror o eróticos con miedo que los lea su abuela y les regañe o qué sé yo.

No tengo vergüenza de mis pensaemas, ni de mis cuentos, ni de mis canciones. Algunos al releerlos después de algunos años me provocan la misma sensación que las fotos de cuando tenía  quince años, risa, sorpresa y hasta ternura o espanto, porque las modas cambian, los peinados cambian, la forma de leer o de escribir también y así es la vida. No quemo mis fotos de adolescente ni borro mis escritos de esa época, si me entran ganas de publicarlos lo hago y ya está, si gustan más o menos, está genial. La palabra pensaema, por la que me preguntaron varias veces en las últimas semanas, me sigue pareciendo tan válida como el primer día y no es una manera de esconderme, avergonzada de que mi trabajo pudiera nunca ser considerado poesía seria o de calidad. También sigue siendo válido mi deseo de evitar discusiones.

Muchas gracias a los que apoyan lo que hago, les gusta, lo comparten y me cuentan que les hizo sentir como gatitos dormidos en una tarde de paz doméstica.

Isabel Salas

domingo, 23 de julio de 2017

TAL VEZ SEA AMOR


El ascensor que sube desde mi vagina hasta el corazón, viene a veces tan lleno de ti, que no puedo distinguir bien si sólo te amo o te amo sin compromiso, sin medida, sin compasión o sin retorno ni salida.

Algunos hablan sobre lo difícil que es medir lo inmensurable o contar los granitos de arena de la playa y las estrellas para escribir poemas sobre el amor que sienten, y lamento decirte que no sé hacerlo, amor. Me importa poco cuantas estrellas hay y la arena del mar nunca me quitó el sueño.

A mí, lo que me sirve para saber cuánto te quiero, es apreciar ese perfume que se produce con el olor mezclado de los sudores nuestros, tu semen, nuestras babas, los chorritos de agua que haces brotar de mí y esos litros de lágrimas y risas que lloramos exhaustos al devorarnos vivos.

Esa mezcla explosiva de sensaciones, sentimientos, ganas de golpear, de reventar, de nadar en tus venas y ser parte de ti es lo que yo diría que vale por toneladas de estrellas mal contadas o miles de millones de arenitas computadas.

Nunca fui buena con los números, las matemáticas dejaron de ser terreno amigo cuando se volvieron raíces cúbicas, derivadas o limites tendiendo a infinito en base diez,  y contar cosas nunca me ha parecido divertido. No cuento besos, orgasmos, ni caricias, pero sí reconozco que algunas veces cuento, ansiosamente, los días o las horas que faltan para empezar de nuevo a perderme en tus brazos, cerrar los ojos y adivinar donde tu mano se posará en la próxima caricia.

No soy muy romántica, ni muy científica, eso es verdad, pero adivino bien.

Isabel Salas

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sábado, 15 de julio de 2017

RODAJA DE VIDRIO

Comparar a Tomás Rodaja, protagonista de El licenciado Vidriera de Cervantes, con Gregor Samsa de La metamorfosis de Kafka revela conexiones profundas entre dos personajes separados por más de tres siglos. Ambos sufren transformaciones que los aíslan de la sociedad, aunque en contextos literarios diferentes. Rodaja, al creer que su cuerpo es de vidrio, se aliena por un delirio psicológico que lo vuelve vulnerable y lo aparta de los demás. En cambio, Samsa experimenta una transformación física extrema al convertirse en un insecto gigante, lo que lo relega tanto social como emocionalmente.

Si bien la transformación de Rodaja es mental, su locura lo convierte en una figura marginada que teme romperse con el más mínimo contacto. Su fragilidad se expresa en la manera en que se aleja del mundo, y aunque su apariencia externa no cambia, la percepción que tiene de sí mismo distorsiona su realidad. Samsa, por otro lado, experimenta un cambio literal, descrito con detalles grotescos que, aunque físicamente reales en la narrativa de Kafka, también pueden leerse como una metáfora de su aislamiento y alienación familiar. La familia de Samsa, al verlo transformado en un insecto, reacciona con asco y rechazo, lo que subraya su deshumanización y su incapacidad de continuar como el sostén de la familia. Este rechazo es tanto emocional como físico, y la criatura en la que se ha convertido refleja el deterioro de las relaciones con sus seres queridos.

Aunque Cervantes presenta a Rodaja dentro de un contexto satírico propio del Siglo de Oro, donde la locura puede leerse con un toque humorístico, Kafka nos sumerge en un ambiente sombrío y existencialista, característico de la literatura moderna. La angustia de Samsa es existencial, simbolizando la alienación propia de la vida moderna. Mientras Rodaja es objeto de curiosidad y burla, Samsa se convierte en un ser indeseable que su familia termina por desear eliminar, lo que refleja el aislamiento total del individuo en la modernidad.

La ambigüedad en la obra de Kafka acerca de la transformación de Samsa permite diversas interpretaciones. Aunque la narrativa describe su metamorfosis como física y real, muchos críticos han señalado que puede tratarse de una representación simbólica de su alienación social y emocional. Samsa, antes de su transformación, ya se sentía deshumanizado por su trabajo y las expectativas de su familia. Su metamorfosis podría, entonces, ser una manifestación física de esa deshumanización interna. En el caso de Rodaja, su transformación es claramente psicológica, pero ambas historias exploran cómo la percepción distorsionada de la realidad puede llevar a la ruptura con la sociedad.

Así, los dos personajes representan de maneras distintas la fragilidad del ser humano. Cervantes utiliza la locura como un medio para explorar la vulnerabilidad mental y la desconexión con la realidad, mientras Kafka lleva esa vulnerabilidad al extremo, mostrándonos una transformación física que simboliza el completo aislamiento del individuo frente a una sociedad que ya no lo reconoce como parte de ella. Rodaja se enfrenta a la burla y el aislamiento social, mientras Samsa es objeto de repulsión y finalmente de rechazo total. Ambos, aunque distantes tres siglos en el tiempo, encarnan el miedo al aislamiento y la pérdida de la identidad, temas que han perdurado y evolucionado en la literatura a lo largo de los siglos. Personalmente simpatizo más con Rodaja, como él, más de una vez he querido gritar: "No os acerquéis a mí, que soy de vidrio y me quiebro", consciente de mi fragilidad y con miedo de romperme finalmente si cualquiera me presiona un poco más.

Tal vez tendría que haberlo hecho.

Isabel Salas

miércoles, 12 de julio de 2017

ASAS REBELDES


A tus asas se le caen las tazas.
Las dejan ir como hojas de otoño cargadas con todos los tonos del café con leche y después esperan que les des unas palmaditas en sus espaldas de asas y le digas, muy bien, así se hace, no naciste para soportar todo el peso del universo, nadie puede obligarte a ser el asa de una taza cargada con todos los pesares y todas las tristezas. Hiciste bien. Te quiero igual, dormirás en la caja sagrada de las asas anarquistas esperando el príncipe azul que con un beso te convierta en ranita.

Ese día, iremos a nadar.

Isabel Salas