Hay sonidos de noche estrellada, de olor a bizcocho recién hecho, de abrazo. Sonidos que rebasan la barrera del sonido y corren a la velocidad de la luz.
Ruidos especiales, fabricados especialmente para iluminar la oscuridad con su brillo bueno de felicidad en estado puro. Algunos huelen a sombra de árbol o tienen sabor a comida preferida.
Entre todos ellos, me gusta mucho el ruido del agua, ya sea haciendo olas en el mar o corriendo calle abajo cuando llueve haciendo ríos después de bailar en mi tejado, también el de la voz de mis hijas diciendo mamá y el eco de mi nombre dentro de mi boca cuando el hombre que mejor me supo besar me llamaba aún estando cerquita y adentro.
Pocas cosas suenan mejor que el viento caliente de los días de verano o las acerolas maduras que caen en mi patio recordándome que no sea perezosa y que debo cogerlas antes de caer, me dicen que no es lo mismo coger que recoger y sonríen mientras susurran que están en su punto, perfectas para ser apreciadas, como la risa dos niños riéndose juntos, otro de mis barullos preferidos, mágico, vital, que huele a vida y suena igual de bien si eres uno de los dos niños o escuchas desde fuera.
Todas las risas me gustan, todas ... y en todas estoy riéndome contigo.
Isabel Salas