Comparo mi vida con el tiempo que le lleva a una estrella hacer cualquier cosa y me doy cuenta de lo rápida que está pasando. Como soy efímera. Soy más fugaz que cualquier estrella y eso me hace sonreír. No soy un polvo cualquiera, soy polvo de estrellas fugaces.
miércoles, 16 de mayo de 2018
CURA
martes, 15 de mayo de 2018
OMITIR
La omisión y la mentira son primas hermanas. Van a las mismas fiestas, pero se sientan en mesas distintas. La mentira habla mucho. Inventa. Decora. Teje ficciones. Te dice que no pasó algo que sí pasó, o al contrario, que jura con los pies juntitos que sí pasó algo que jamás sucedió, y después se va a dormir tranquila pensando que engañar es un arte y ella una genia.
La omisión, en cambio, no dice nada. Se queda calladita, sabiendo que hay algo que debería contarse... pero elige no hacerlo. Se lava las manos del alma y sonríe como si nada mientras tú sigues caminando hacia el precipicio, ajeno al desastre que te espera.
Entonces, ¿cuál es más grave? Sin duda la mentira es más fácil de odiar. Es evidente. Es ruidosa. Cuando la notas sientes que te pasaron por encima con un camión de manipulación. Pero la omisión es más traicionera, porque parece inofensiva. Está disfrazada de pasividad, de "yo no hice nada", cuando en realidad hizo algo peor: te negó la posibilidad de elegir sabiendo.
Es como si alguien te dijera: “Te dejé en la oscuridad porque si te decía la verdad, no me divertiría igual”. Y eso... eso duele mucho más que tres camiones de mentiras. Porque no te mintieron en la cara, sino que te desarmaron por la espalda. La pregunta ¿cuál es peor? tiene de mi parte una respuesta tajante: la que más te quita libertad, la que te roba la oportunidad de elegir con las alternativas claras y los datos brillando a la luz del sol.
Omitir siempre es peor que mentir.
Isabel Salas
lunes, 16 de abril de 2018
PAGINARIO
sábado, 14 de abril de 2018
viernes, 13 de abril de 2018
PASEOS NOCTURNOS
Mirarlas es casi como levantar los ojos al cielo y sentir que todo tiene sentido y que a veces es posible que los buenos ganen. Contemplarlas es reconocer en mí la capacidad de seguir sonriendo a pesar de que él ya no se baja de aquel autobús y de aceptar, con tristeza infinita, que los uniformes azules ya no funcionan como antes, pero hay tantos colores en el mundo que siempre queda la esperanza de que algún tono de verde o de naranja, pueda tener el mismo efecto alguna vez.
domingo, 1 de abril de 2018
LA TORTILLA SIN HUEVOS
El hambre que se pasó en la guerra, fue seguida del hambre que vino en la posguerra. Todos cuentan que fue mucho peor, más dolida y mucho más cruel. En las casas de los que perdieron la guerra, el hambre de comida se sumaba a otras hambres. Hambre de justicia, de paz, de consuelo. Hambre de seres queridos, arrancados de la casa y lanzados a las cárceles a esperar la muerte. Hambres de besos.
Tantas hambres se juntaron y tanto desespero que a algunos se les trastornó el juicio. Otros se transformaron en personas diferentes a lo que imaginaron ser de niños y tanto cambiaron que ni ellos se reconocían. Unos sacaron fuerzas de flaqueza, otros sacaron lo peor de sí mismos, otros lo mejor...y hubo gente que hizo cosas que atravesaron el tiempo y el espacio y llegaron a mí a través de historias.
Hubo una mujer, a la que le mataron a todos los hijos y al marido. No le dejaron nadie a quien cuidar y así ,de camino, también la dejaron sin miedo. Se compró un velo de viuda, de esos que cubren la mujer de arriba a abajo y para joder se pasaba el día deambulando por el pueblo de iglesia en iglesia. No rezaba, pues no quedaba ningún Dios merecedor de su fervor, apenas usaba esa estrategia para hacerse presente.
Visible.
Hubo otra anciana, en el mismo pueblo, dos calles más allá, que se vio obligada a recibir en casa a sus dos hijas viudas con sus hijos. Una casa de un cuarto. Un marido viejo que se arremangó de nuevo y empezó a trabajar como un mozo, mientras le dieron las fuerzas, para terminar de criar a los ocho nietos sin padre que sus hijas habían juntado.
Esta mujer tenía gente a la que cuidar y por eso todavía creía en Dios. Todos los días entraba en la iglesia para agradecerle los nietos vivos, las hijas vivas y las fuerzas de su viejo. A ofrecer una oración por sus yernos fusilados y pedir la ayuda de su ángel de la guarda para que cuidase de la salud del esposo.
Y hubo otra mujer de la que ni siquiera recuerdo el nombre. De todas las historia de posguerra que me contaron, la suya para mí era la peor de todas, la que más miedo me daba. Era una mujer que vivía sola. No tenía nadie a quien cuidar ni nadie la cuidaba, no tenía nadie a quien llorar o tal vez se negaba a darle ese gusto a los que miraban las lágrimas rojas como si fuesen lágrimas de risa, sin compasión.
Un golpe mortal que hería a todos por igual.
Cuando ella se detenía, algunas cabezas bajaban rezando, otras llorando, otras aliviadas, algunas avergonzadas ...muchas con miedo. Sin saber si ellas tendrían el valor de hacer lo mismo. De tener los cojones que hay que tener para hacer tortillas sin huevos.
La viuda reanudaba su paso.
La abuela acunaba a su nieto.
sábado, 31 de marzo de 2018
SIN RESPIRAR
Te falto yo.
Ese aire puro
que cambiaste por perfume.
Morirás perfumado.
Ahogado
por exceso de esencias estrambóticas.
Serás el muerto
más sofisticado del cementerio.
Muy elegante,
pero muy muerto.
Parece que sin aire
hay cosas que se ahogan.
Y tú ,
sin respirar,
te mueres.
Isabel Salas
miércoles, 7 de marzo de 2018
HORA DE MÁS
Te dicen quién eres.Te recuerdan lo que quieres y a quien quieres. Y cuando se apagan de tu piel... aún iluminan tu sonrisa durante horas. Basta recordarlas y las sientes de nuevo. Te envuelven, te acompañan. Te recuerdan que te aman, a quién amas.
Y cuando se vuelven lágrimas...
Isabel Salas