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miércoles, 4 de junio de 2025

LOS UNOS Y LOS DEMÁS.

 
 
 
Hay gente que se va.
Se va de su país, de su relación, de su trabajo. Y después de un tiempo vuelve a su relación, a su país, a su trabajo.
Son los amores de ida y vuelta. Los emigrantes retornados.
Los empleados pródigos.
Alguien mata una cabra y se hace una fiesta para celebrar ese regreso inesperado e improbable que en realidad era inevitable porque el dueño de los pies no sabía caminar hacia otro lado.

Hay otra gente que no sabe volver.
Se obligan así a permanecer en el nuevo país. O en el nuevo trabajo. O en el nuevo amor. Siempre están llenos de dudas, sin saber si están caminando o huyendo.
Aprenden que cuando regresar no es opción, el único camino es seguir adelante. Y cambian de dirección cuantas veces sea necesario.
Como el Lute, escogiendo a la bulla entre caminar o reventar, o andando el camino llorado del caminante de Machado.


Están también los que permanecen.
Los que no se van. Los amantes de su patria chica. Los que adoran su pueblo y no lo cambian por nada.
Allí nacen y crecen
Se reproducen y mueren.
Felizmente adaptados o trágicamente amarrados, pero instalados para siempre en su ubicación mental y geográfica.
Estables como el uranio cuando está estable. Quietos por fuera y tal vez inquietos por dentro.
 
Me pregunto si los que regresaron desearían no haberlo hecho. Si los que se fueron, sueñan con la vida que habrían tenido quedándose y si los que permanecieron evitan mirar los aviones para que la pena de no haberse ido no los estrangule.

Me lo pregunto porque soy muy curiosa. Es un juego de la mente. Un invento chino. Un trivial sin quesitos, sin cabras muertas ni banquetes. Sin sonrisas ni respuestas.
Aunque tal vez con lágrimas.

Isabel  Salas



viernes, 2 de mayo de 2025

LA FOTO INVENTADA


Piensa en algo que no pasó pero que te habría encantado que hubiera pasado. Piensa fuerte, recréalo en tu mente, ponle los colores, la temperatura, la hora ideal. Puedes ponerle hasta olores o ruidos. Sin miedo.

Paseate por el momento, vívelo, siente las sensaciones que hubieras sentido si eso que estás imaginando hubiera pasado y cuando lo tengas todo perfecto, tírale una foto al momento. Guárdala con otros momentos en tu mente.Y espera, sigue con tus cosas. 

Cuando pasen algunos años y te pongas a buscar entre los recuerdos la vas a encontrar. Tal vez para entonces tu mente vieja se habrá hecho un lío y no sabrá distinguir lo verdadero de lo inventado. Te llevarás una gran alegría al mirar esa foto. Sentirás de nuevo lo que experimentaste cuando viviste aquellas horas. Aquella temperatura, aquellos olores volverán a tu mente, escucharás el ruido de fondo y podrás tocar los colores.

Te sentirás de nuevo feliz con la misma felicidad que sentiste en aquel momento. Para eso son las fotos. para poder revivir instantes vividos. Dónde sea, dentro o fuera. Inventados o no.



Isabel  Salas




jueves, 6 de marzo de 2025

COSAS QUE SE ROMPEN

 Los huesos que te sustentan, 
se rompen.

Las huelgas también, 
se pueden romper.
Los vestidos arrancados.

Los silencios,
quebrados por los ruidos.

Los dientes,  por caídas.
Los cántaros, 
rotos de tantas idas
a las fuentes de los refranes.

Se rompen los diques,
las fotos, las cartas.
Las ventanas.

Las gafas de cerca,
los tratos.
 Las puertas de armario.
Hasta las cadenas se pueden romper.

Las caras.

Los culos, los corazones, 
destrozaditos.

Los ascensores.
Las promesas también,
los coches, los paraguas,
los vídeo juegos
y yo.

Isabel Salas


jueves, 20 de febrero de 2025

PESOS VIVOS


A mí,  que me gustan tanto los colores, se me forma a veces un nudo en la garganta  que me hace respirar en blanco y negro. 

Son las cosas que no digo. Las que nunca diré. No por vergüenza o por miedo. Simplemente porque no hay camino para sacarlas y se van quedando detenidas, atoradas ... retenidas.

Yo pensaba que eran como piedras, pesos muertos que no demandaban más que fuerza para acarrearlas cuando me muevo.
 
Besos muertos, pesos muertos.
 
Pero no. Están vivas y comen.
Comen colores.
 
Isabel Salas


                             



viernes, 7 de febrero de 2025

COLLAR DE DOLORES

 
Yo no sé forrar mis dolores de nácar y hacer bolas de perlas. No puedo, ni quiero, guardarlos toda la vida y que al morir los veas convertidos en un collar de dolores. Quiero mostrarlos ahora para que entiendas bien cómo y porqué me hirieron. Te los enseñaré todos. Y así, cuando los entiendas, me los puedas explicar uno a uno.

Devuélvemelos acariciados por ti. Cuéntame la historia de mis lágrimas desde tu lado. Explícamelo todo. Como un cuento de otra vida que no es la mía.  Que sirva de algo la sabiduría.

Cada grito que no grité quiere ser una bola brillante y bonita. Abrázame fuerte mientras me preparo. Para mostrártelos tengo que abrir mi cáscara y tal vez nos duela a los dos. 
 
Si tú tienes fuerza, yo tengo valor.
Dime que tienes valor, y seré fuerte también.

Tal vez has venido para eso. Para ayudarme a gritar. Y por que no...tal vez para ayudarme a engarzar mi collar antes de morir.

Isabel  Salas

martes, 2 de julio de 2024

POEMA FUERA DE CONTROL





Quiero hacer un poema que rime
lleno de versos valientes
de zapatos con tacones

y de sonrisas calientes.
Cada verso una canción,
cada canción un lacito
que pongo en tu corazón.

Quiero hablar de castañas asadas
de nubes y de algodones
de puñales y quereres
helados y macarrones.
Cada helado de un sabor,
cada sabor un besito
que te ofrezco sin rubor.

Quiero andar un camino que brille
lleno de flores y gente
de músicas de colores
y de niños sonrientes.
Cada niño de una forma,
cada forma de un color
cada color de un sabor,
cada sabor un poema,
cada poema una flor...

Me salen mal los poemas.
No hay lacitos de tacón,
ni puñales de sabores
ni helados de macarrón.

Comenzó todo ordenado,
rimado, saboreado...
pero se puso anarquista
y al final ...se ha sublevado.



Isabel Salas

jueves, 4 de enero de 2024

PARA TI







Acumulo palabras deseando contártelo todo. Mis novedades, las preocupaciones, los nuevos planes, las angustias del día a día y de los días del futuro cuando los hijos no estén y la madre se haya ido. 

Necesito explicártelo ahora porque tal vez en ese futuro tú tampoco estés y no sé si podré aguantar. Confío en que si me explicas hoy como hacerlo, podré recordar tus palabras y ser capaz. Quiero llegar y sentarme para decirte lo mucho que me importas y lo esencial que eres. Comer contigo, cocinar para ti, tocarnos en el sofá mientras me cuentas cosas de tu trabajo. Me imagino allí, atenta a tus palabras, haciéndote comprender con mi actitud lo mucho que te quiero y lo interesante que es todo lo que me cuentas.

También he pensado en la ropa que vestiré la próxima vez que te vea, que perfume usaré. Planeo pintarme las uñas unas horas antes de nuestro encuentro para que estén impecables pero secas, el pelo limpio, la depilación perfecta.

Y llega el día, me dices ven mañana, tú puedes, yo puedo y el universo gira y se expande como nunca, perfecto y flotante. Paso horas impaciente, contenta, duermo mal pero me despierto bien y me levanto cansada pero fuerte. Todo organizado. Llego a tu casa con mis palabras, mis planes, mis angustias, mis uñas, mi ropa, mi pelo limpio, mi depilación y mis ganas de cocinar. Y como siempre , mi ropa ni la miras y antes de darme cuenta ya ni sé donde está, el peinado no dura ni un minuto en tus manos, las palabras no salen, se esconden todas juntitas porque es hora de que otros sonidos salgan por la boca, suspiros, sollozos y risas. 

No comemos, nadie cocina porque no hay tiempo, en esas pocas horas nos amamos y nos miramos. Ni siquiera nos decimos si nos queremos.¿Para qué? Si no nos quisiéramos no estaríamos allí.

En vez de contarme las cosas de tu trabajo en el sofá antes de besarnos, me las cuentas en tu cama después de comernos vivos, con tu mano en mi cabeza jugando con mi pelo y dejándolo más despeinado todavía.

Yo no te cuento nada, parece que necesitas hablar más que yo, pero no me explicas nada extraordinario ni trascendental, me hablas de tus compañeros de trabajo, de un programa que oíste en la radio y de tu abuela que está vieja y cada día más canija. Yo lo escucho todo pero estoy atenta a tus dedos, disfrutando anticipadamente cada vez  que se mueven y tratando de adivinar donde me vas a tocar, sin que eso me impida captar tu dolor por la futura muerte de la abuela.

Se acaban nuestras horas y debo irme. Me miras mientras me preparo. Sonríes. Me preguntas si quiero agua. Nos miramos más y reímos de nuevo, varias veces. Nos duelen esos músculos olvidados que sólo se usan para hacer amor y sabemos que mañana dolerán más porque siempre es así, nos duele, pero nos gusta, entendemos que ese dolor es el regalo del cuerpo agradecido después de unas horas de fiesta.

Al regresar me doy cuenta de que mis angustias por el futuro, los miedos, los disgustos que deseaba compartir contigo en palabras , ya no están. Como siempre has neutralizado todos los males con tus besos poderosos. Me siento en paz, feliz, amada, afortunada, brillante. Pienso que el dolor del cuerpo es como analgésico para el dolor del alma y lo disfruto.

En el camino que me lleva a la parte de mi vida donde no estás, voy empezando a acumular nuevos temas de conversación y otras palabras para la próxima vez. Palabras que no saldrán de mi boca porque tú estarás usando mi boca para otras cosas. Sé que no hablaré, pero que estar contigo es mejor que hablar. Que eres la mejor terapia para mi.

Llego delante de mi casa llena de gratitud y de alegría, antes de entrar aún quiero escucharte por última vez antes de sumergirme en lo cotidiano. Atiendes el teléfono medio dormido y te pregunto:
- ¿ Te gustó el color de mis uñas?
Y me dices:
- ¿Pero tú tienes uñas?. No me había fijado.

Nos reímos de nuevo y entro en casa pensando que además de besar muy bien, tienes el maravilloso poder de hacerme reír con cualquier tontería y eso sí es imprescindible para que el universo flote ordenadamente. 

Al menos el mío.

Isabel  Salas


















martes, 1 de marzo de 2022

MOMENTOS FUGACES




Comparo mi vida con el tiempo que le lleva a una estrella hacer cualquier cosa y me doy cuenta de lo rápida que está pasando. Cómo soy efímera. Soy más fugaz que cualquier estrella y eso me hace sonreír. No soy un polvo cualquiera, soy polvo de estrellas fugaces.

Como los dinosaurios, que tuvieron su tiempo, dominaron el mundo y ya se fueron. Más rápido de lo que una palomita de maíz intergaláctica hace "pop", con sus cuellos largos y sus dientes que daban miedo, sus preocupaciones y sus planes de dinosaurios. Nos dejaron sus huesos  para que pudiésemos inventar los dragones y meterlos en nuestros cuentos. Como un juego. Un guiño que dobla el tiempo y nos hace compartir una fantasía con ellos. Comparo mi vida con otras cosas que necesitan tiempo y espacio para  desarrollarse y me entra vértigo, pues no sé en que me  habré convertido cuando se termine la mía, si es que me convierto en algo.

...Si es que consigo ser algo. O apenas alguien. 

Estoy viviendo mi tiempo y ocupando un espacio. Mi tiempo de amar, de dormir, de comer, de llorar. Mi espacio en tu corazón, en tus brazos. Mi espacio interior, que es sólo mío. Mi espacio exterior, dónde invado a todos, mi espacio en la vida de los que me aman, los que piensan en mí como madre, como mujer, como hija. Tengo mi espacio de amiga. Mi espacio de amante, mi espacio en tus pensamientos, que me piensan. En tu corazón que me ama. En tu cama.

Un día juntaré todos mis momentos y todos mis espacios, haré un paquete compacto y me iré por donde vine. Más rápida que un dinosaurio. Más efímera que la explosión de una palomita de maíz. Más fugaz que tus pensamientos que me piensan y me despiensan. Me iré convertida en sombra, en juego de luces, en besos que tu mente evocará y sentirás de nuevo mi lengua fresca tocando la tuya. 

Pensé dejar unos huesos bien limpitos para que otros inventen seres mitológicos con ellos un día, en otro tiempo, pero al final me he decidido por dejar mis letras y mis palabras.

Mis cuentos y mis momentos. Contados y llorados, sudados...besados. Quién sabe un día alguien los encuentra y se ríe imaginando quien fue la estrella que escribió sobre ella misma antes de seguir su camino. Como un guiño nuevo, para seguir  jugando en otro tiempo y en otro momento.

Isabel Salas







sábado, 1 de enero de 2022

CORAZÓN



Si tú eres  una partícula  y por azar del destino te ves obligado  a intercambiar tu momento lineal con otra partícula  y además  te interesa, por algún motivo  tuyo particular,  medir la intensidad de dicho intercambio, según la Física, te hace falta una magnitud vectorial llamada Fuerza  para medir toda esa movida.


Por supuesto que a las partículas les importa una mierda  todo eso, pero a las personas  nos fascina andar midiéndolo todo y antes o después algún hijo de puta se pondrá a medir la magnitud vectorial de cualquier cosa y a tocar los  huevos intensamente a las pobres partículas.

Hay otra definición de fuerza que también me gusta mucho, dice que es todo  agente capaz de modificar la cantidad de movimiento o la forma de los materiales. Por ejemplo, tú estás pacíficamente  viendo la televisión en tu sofá  y llegan a tu puerta unos mormones con su biblia y sus corbatas a sacarte del reposo y a meterte susto con la llegada del fin de los tiempos.

Pierdes la forma de sentado, te pones en movimiento y vuelves  minutos después, endemoniado, a  intentar  pillarle el hilo al  anuncio maldito que ni se entiende que está vendiendo de tan complejamente que fue elaborado.

Pues eso se puede decir de dos maneras, o bien que los mormones te han jodido, o bien que eres un material  modificado  en su forma y su movimiento por una fuerza.
Mucho más fino.
Mas cultural.

Estar jodido por un mormón nunca será lo mismo que estar elegantemente modificado por un agente.
Te pongas como te pongas.

En este universo existen muchas fuerzas. Las que me gustan más de toda la vida son las fuerzas gravitacionales. Las amo. Cuando me enteré que existían me dormía en pánico imaginando que pasaría si algo fallase y de pronto la gravedad se apagase.
¿ Flotaríamos?
¿ Se escucharía algún  chasquido?
Las tejitas de las casas, los tomates de la tienda, nosotros y nuestras madres, que nos cogerían de la mano, los perros, los coches...todos a flotar.

Los niños hay que ver que imaginación tienen.
Yo me preguntaba como reaccionarían los pájaros al ver su espacio invadido por todos los demás.
El agua flotando.
Las estrellas y los caballitos de mar  flotando entre zanahorias y autobuses, camino del espacio infinito. Que susto sería.
Que miedo por Dios.
Por suerte  nunca pasó y aquí seguimos todos felices sin flotar.
Algunos más felices que otros, eso es verdad, pero todos en el suelo.

Las otras fuerzas que existen no es que me caigan mal, es que no me atraen tanto. Comprendo que si eres un imán de nevera, no podrás imaginar tu existencia sin el electromagnetismo y otras tonterías, pero yo a lo que voy es a las fuerzas que necesito cada día para ser yo.
Para sujetarme a mí misma dentro de mí y no salir de mi reposado interior convertida en agente modificador  que lo modifique todo a hostias.

Esas fuerzas que no se miden en Newton.
Las que uso para no volverme loca ante tantas injusticias y no convertirme en uno de esos chalados que se lían a tiros desde la torre.
Los científicos estudian poco esas fuerzas, pero deberían prestarles más atención.
Deberían venderlas por kilos.
Para poder ir a la tienda y pedir tres manojos de fuerzas frescas para no tener que salir reventando capullos.

Me preocupa mucho  que un día esas fuerzas fallen, como cuando era niña temía que se jodiese la gravedad.

Veo como día a día, por fugaces momentos de pánico creo que ya no tengo.
Me invade la ira y una furia ciega se apodera de mí.

Veo como a los fuertes se nos pide más y más mientras la ayuda que se nos deniega va destinada a débiles llorones que saben hacer más ruido que nosotros. Especialistas en  llamar la atención mientras  lo ensucian todo con sus mocos depresivos.
Cobardes sin escrúpulos que amenazan continuamente con suicidarse si son desatendidos sus caprichos.
Los típicos chantajistas  emocionales, que nunca tienen freno, nunca tienen bastante y siempre están necesitando algo.

Y siempre lo consiguen.
Porque siempre hay alguien cerca que no quiere cargar con la culpa del suicidio del débil.
Porque saben dar pena y consiguen ser el centro atención.
Lo quieren todo.
Lo roban todo.
Lo exigen todo.
Y yo estoy cansada.
Cansada de entender que ellos necesitan más que yo.
Cansada de ponerme en el lugar de los que priorizan salvar a un suicida antes que salvarme a mí, porque tienen miedo de la culpa o porque tienen asco de que les salpique la sangre.
Cansada de decir no importa, lo comprendo.
Cansada de ser fuerte.

 ¿Dónde se buscan las fuerzas que amarran mi cordura?
Ya dije hace días que no me quedaban tripas para fabricar más carne de corazón.
Pero no fue bastante.

Hoy saqué mis arterias y mis venas.
Las dejé secar y fabriqué unas cuerdas. 
No para tejer un corazón improvisado, de esos que parecen corazones normales llenos de fuerzas que evitan la locura.
Llamé a una araña amiga que un día me ayudó a fabricar una tela de penas de araña y le dije que me tejiese a mí dentro del corazón. Me miró raro, pero entendió que hablaba en serio cuando miró en mis ojos y vio el abismo.

Es una artista.
Ahora  no necesitaré ningún esfuerzo.
Es imposible salir de esta madeja para matar a nadie.
Los suicidas están a salvo.
Los locos.
Los mormones.

Y yo también.

Isabel Salas








miércoles, 1 de septiembre de 2021

EL ELEFANTE DE COLORES

Incluso un elefante puede soñar. No tengas miedo de hacerlo tú.

 
Había una vez un elefante que soñó que era un pez. Un pececito amarillo que vivía en el fondo de un mar tropical, lleno de colores y sabores.

Pasó horas y horas nadando, sintiendo la levedad de su nueva condición acuática, disfrutando aquella agilidad libre y danzante que su sueño le regaló. Se despertó feliz y agradecido. Renovado, creyéndose especial por haber tenido aquella oportunidad rara de vivir unas horas preciosas debajo del agua.

Desde entonces cuando camina por esas llanuras africanas con su manada y siente la espalda quemando y el paso cansado, él sonríe porque sabe que inesperadamente, cualquier otra noche puede suceder de nuevo. Espera ansiosamente la repetición de aquellas horas juguetonas.

Ensimismado en sus pensamientos no se fija que la sonrisa de los otros elefantes se parece mucho con la suya. Nunca han hablado de eso...Por eso no sabe que el sueño preferido de los elefantes es soñar que nadan convertidos en peces de colores.


Isabel Salas



index

jueves, 4 de febrero de 2021

BESOS DE HOMBRE


Me gustan esos besos que me das 
sin preguntar si puedes.

Esos que me regalas 
porque te gusta dármelos.
Porque tú quieres
y sin que te los pida.

Sin mirar a los lados 
por si hay vecinos, 
sin ceremonias, 
sin "que dirán".

Esos besos tuyos 
que me encienden la música
y me dejan temblando,
con las piernas blandas 
y ese bulli bulli de la sangre templada
que se calienta cuando te ve.

Unos besos tuyos 
que guardas para mí.
Fabricados por ti  
a mi medida.

Esos besos con lengua, 
manos y abrazos. 

Besos ansiosos 
de días sin verse,
y cuando los terminas 
y abro los ojos,
me gusta ver la risa 
que sale por los tuyos
mientras me miras
y escuchar como dices 
haciéndome un cariño,
ya puedes respirar.

Besos de hombre,
risa de niño.

Isabel Salas


Del libro
@ El canario y la máquina de coser

viernes, 3 de abril de 2020

AMORES DESCARRILADOS





Los amores no son trenes perfectos que nunca se salen de la vía.


Los amores algunas veces se descarrilan. Se desbordan, se estrellan y nos destrozan la vida. Los motivos en realidad no importan mucho, puede ser la rutina, la muerte de un familiar, la pérdida del  empleo o una crisis personal insostenible que hace que uno de los dos se desoriente y  haga que el tren se salga de la curva. Cuando esto pasa es tremendo. No hay muertos de verdad como en los accidentes reales y en las metáforas los muertos no tienen sangre. 

Son otras cosas las que se mueren al descarrilar los amores. Los planes,  las risas juntos, los despertares, los comentarios del cotidiano, los cruces de miradas viendo  los hijos florecer y tantas cosas se mueren que al final aunque nos recuperemos y la vida siga, el olor de muerte nunca se va del todo.

Aprendemos a seguir y hasta puede pasar que  encontremos otro amor que sea incluso superior al anterior. Es como subirnos a otro tren después de perder el miedo a los accidentes. Son buenos viajes. O no, pues son otros viajes con todas sus posibilidades abiertas


Pero a veces. Pocas veces, muy raras veces, la vida, que tiene ese sentido del humor tan raro, nos escoge entre todos los accidentados del mundo y decide hacernos una pregunta. Una pregunta sencilla  que tiene una respuesta sencilla. Te pregunta si todo lo que pasó antes, durante y después de la ruptura es imperdonable o no.

Si la respuesta es sí, te deja ir, porque las cosas imperdonables producen daños irreparables y no hay manera de arreglarlas, ya que lo podrido no tiene salvación. Pero si la respuesta es no y le dices que nada es irreparable porque es perdonable y que el daño aunque fue grande no pudrió la esencia...si reconoces que siguen vivo en tu hondo los  rescoldos de aquellos planes y  las ganas de aquellos despertares... Entonces la vida te regala una segunda oportunidad y te ves de nuevo delante del mismo tren.  

Inesperadamente. 
Inexplicablemente.
Y depende de ti montarte o no.


Me han contado que estás allí, parada en la estación. Sentada en un banco. Con la cara feliz por la sorpresa y el brillo de la ilusión brillando en tus ojitos. Me han dicho que te has paseado por el andén y  le has pasado la mano al tren haciéndole un cariño  a sus latas recién pintadas. Me contaron que  te vieron poner un pié en el escalón y mientras te agarrabas a la barra jugabas a subir. Traviesa, provocando.


Te volviste a sentar.
Dicen que tu pelito rubio se  movía con los nuevos vientos amables que llegan a tu vida y estás muy guapa. Me ensañaron la foto.Tal vez otros te vengan con refranes sobre segundas partes. Tal vez te quieran quitar las ganas de subirte o se burlen de ti.Yo no.Yo no me burlo.Yo admiro a los valientes, respeto su coraje y me alegro por ti.


Por ti, por él, por todos los que tienen esa oportunidad.Porque hay muchas maneras de que te toque la lotería de Navidad. Pensé escribirte para contarte que vi tu foto. Que me gustó tu pelo.


Y desearte lo mejor, subiendo al tren o no.

Isabel Salas


lunes, 21 de octubre de 2019

LAS PERSONAS DE LOS COCHES





Había una vez un niño lleno de lágrimas. Lágrimas paradas, arrinconadas como el arpa cubierta de polvo de Bécquer. Pero en vez de esperar una mano de nieve dispuesta a arrancarle la música... él no esperaba nada. Ni siquiera sabía esperar. Sabía aguantar. Resistir. Callarse. 

Algunas tardes se sentaba en la acera mirando los coches que pasaban con su carita seria y su sonrisa cerrada, imaginando cómo sería la vida de aquellas personas que pasaban tan rápido delante suyo. Alcanzaba a ver unos rostros que algunas veces discutían entre sí. Niños dormidos con las cabecitas dobladas. Mujeres llorando, hombres hablando por el móvil. Chicas preciosas que se pintaban los labios en el semáforo y sonreían mirándose en el espejo retrovisor. Muchachos que movían las cabezas al ritmo de músicas altas que salían por las ventanillas como pedazos de fiesta. 

Él se preguntaba sobre qué discutirían esas personas con tanta intensidad y por qué los niños de los coches siempre estaban dormidos. Se quedaba imaginando los motivos que hacían llorar a esas mujeres o qué conversaciones importantes obligaban a los hombres a hablar por teléfono mientras conducían. Se embobaba mirando a las chicas imaginando si olerían bien, preguntándose por qué abrían los ojos al tiempo que abrían los labios para pintárselos. Escuchaba la música de los chicos y simplemente se dejaba rodear por ella en los pocos segundos que demoraba el coche en alejarse de él. Esas tardes prefería estar allí mirando la vida de los otros pasando que vivir la suya en casa con los gritos, las lágrimas de su madre, los ruidos de portazos y los golpes. 

Un anochecer se levantó de la acera donde estaba sentado y se disponía a comenzar su caminada de vuelta a casa, cuando una moto que venía zigzagueando entre los coches, no lo vio y lo atropelló. Fue tan rápido. Tan doloroso. Por primera vez los coches no siguieron su camino sino que pararon y las personas de los coches bajaron. 

Desde el suelo, donde había caído tumbado boca arriba, después de un corto vuelo que le pareció muy interesante porque había visto el techo de los coches a vista de pájaro, comenzó a sentir el dolor. No podía moverse y el dolor estaba en todos lados menos en sus ojos. Su mirada deslumbrada veía cómo se acercaban las personas de los coches. Nadie discutía. Una chica bonita lloraba mirándolo, los chicos de la música alta movían la cabeza distinto como diciendo que no. Hasta unos niños despiertos se arremolinaban callados cerca de él con unos ojos muy abiertos. 

Hombres hablaban por el teléfono pidiendo ambulancia. 

Le hizo gracia ver cómo todos se habían salido de sus papeles. Una mujer se agachó y le tocó la carita con su mano de nieve y cuando sus miradas se cruzaron, sin querer le arrancó las notas intocadas. Ese niño que llevaba tantos años guardando sus lágrimas sintió que se le venían todas de golpe. Consiguió buscar con su manita la mano de la mujer y sin separar los ojos de ella le pidió con el pensamiento que se la apretase para sentir algo bueno entre tanto dolor. Ella entendió perfectamente y sin apartar la mirada dejó que la mano llena de sangre del chico se deslizase resbalosa en la suya y se la apretó mientras sonreía desistiendo de buscar palabras adecuadas. 

Él tampoco tenía nada que decir y cuando se le terminaron las lágrimas su sonrisa se abrió. Faltaban algunos dientes pero aun así era una linda sonrisa. Y así murió. 

Feliz, rodeado de sus amigos, las personas de los coches.


Isabel Salas

Del libro EL CANARIO Y LA MÁQUINA DE COSER

miércoles, 5 de junio de 2019

MUERTE INSTANTÁNEA


Al doblar la esquina de la zapatería, justo al lado de la puerta de la farmacia, hay unas palabras pintadas a ciento diez centímetros del suelo. Están pintadas con bolígrafo rojo y en el punto de la i, la misma mano dibujó unos ojitos y una sonrisa. La niña que las pintó ha pasado miles de veces por esa fachada al ir o al volver del cole... y siempre las ha mirado de reojo.

Sin pararse, para que nadie sospechase que fue ella, pero sin dejar de saludarlas una sola vez. A veces  ha sonreído recordando como sacó la puntita de la lengua para concentrarse mejor en el dibujo...el ruido de su corazón por el miedo de ser sorprendida.

TIC TAC

El reloj de carne.
El susto tan grande.
El orgullo de ser tan radical. Tan grafitera. Fue en pleno verano a la hora de la siesta. Ni un alma en la calle. Buena hora para salirte de la ley. Ha pasado en bici, con patines...de la mano de su padre. Con las amigas, con hambre y con un helado en la mano. Pero hoy por primera vez, ha pasado con zapatos de tacón.

Sus primeros zapatos de mujer. Hipnotizada con el ruidito de sus tacones en la acera ni se ha acordado de mirar hacia la pintada.

TIC TIC 

Cada latir de sus zapatos nuevos la aleja de su infancia. Su mente sueña sueños nuevos, y cada nuevo deseo empuja los recuerdos de niña hacia atrás. Se aleja caminando,  sintiendo como su corazón adapta su ritmo al de los pasos,  estrenando nueva banda sonora mientras en  la pared, el corazón de la carita de la i,  se queda apretado escuchando como se aleja esta mujer desconocida.

La sonrisa que aguantó tantos años con su tinta roja se apaga de pronto. Los ojitos se cierran al no encontrar por vez primera la mirada de su niña... y la muerte llega.

Por la mañana, el barrendero que barre las hojas y las colillas ni se da cuenta, pero entre lo que barre están las letras caídas de aquel  T E  Q U I E R O   J O R G E, asesinado cruelmente de un taconazo directo al corazón.

TOC.


Isabel Salas
Del libro
EL CANARIO Y LA MÁQUINA DE COSER
 
Es verdad que todas las infancias terminan pero en algunas, los tacones lejos de señalar el principio de la fiesta, significan el principio del drama, sobre todo si vienen acompañados con un bolsito y una esquina. Te invito a leer un poema sobre los bolsos dorados   RELOJ DE COMUNIÓN  
 
Si tienes unos minutos, me gustaría invitarte a leer una reflexión sobre el dolor y el arte de resistir y fortalecernos CICATRICES

sábado, 25 de mayo de 2019

MIGUEL


Miguel era un viejo que vivía en la calle. Conforme se fue haciendo más viejo dejó de poder estar siempre en la calle y sólo vagabundeaba cuando hacía buen tiempo. Al llegar el frío dejaba que lo recogieran las monjas en el asilo y en cuanto el tiempo se caldeaba se escapaba a la calle otra vez. En el sur de España no hay muchos meses de frío, así que se pasaba la mayor parte del año deambulando por las calles de día y acurrucándose en cualquier sitio de noche con su montón de perros. Las monjas lo perseguían un poco los primeros días de cada nueva huida, pero desistían vencidas por la firme argumentación del viejo a favor de su libertad y su derecho de estar en la calle:

- Sor Fulana, tiene usted toda la razón del mundo, en el asilo se está mejor, y hay comida y limpieza, pero es que a mí no me sale de los cojones irme pa llá... ¿Comprende usted?

La Sor Fulana de turno se ponía como un tomate, se persignaba y,  moviendo la cabeza santamente, se retiraba aliviada de haber intentado cumplir su misión. Miguel la miraba irse pensando si aquella mujer habría tenido alguna vez un hombre que le tocara el culo con ganas, y se quedaba balanceando su cabeza con ese aire cachondo y sabio de los machos viejos.

Yo tenía siete años cuando lo conocí y diecisiete cuando se murió. Forma parte de mis recuerdos de infancia y como a todo le llega su hora, hoy ha llegado la hora de escribir sobre él. Nos hicimos amigos por una sencilla razón, a mi me gustaban los perros y él tenía muchos. También tenía una especie de carro casero, construido por él con ruedas de bicicleta de varios tamaños, que él mismo empujaba rodeado por los perros. Allí acarreaba los cartones y pedazos de cosas que se encontraba y con las que después trapicheba.
 
La primera vez que lo vi me dio mucha envidia que lo dejaran tener tantos perros, porque por aquella época yo todavía creía que todo tenía que pasar por la autorización materna para poder existir. Más tarde comprendí que a los viejos no hay que darles permiso para que hagan nada, primero porque están fuera de la ley y segundo porque ya no tienen madre. Así que de la envidia pasé a la simple admiración y en cierto modo a ser su amiga o como él decía, su comparsa.

Fue mi primer amigo adulto y me enseñó muchas cosas. Algunas las comprendí en aquellos años, otras sólo fui a entenderlas con el pasar del tiempo y al hacerlo me ha venido a los labios su nombre. He dicho su nombre bajito, con sonrisa, con cariño y añoranza y no he podido evitar algunas lágrimas al recordarlo tan canijo, tan hecho polvo y tan buena gente. Hoy vivimos una época de nubes negras donde a las niñas se las enseña a tener miedo de los viejos, porque pueden ser pederastas, o cosas peores, pero en aquel momento a mí nadie me enseñó a tener miedo y ni se me pasó por la cabeza que él fuese un peligro en ningún sentido.

Las primeras veces que lo encontraba en la calle nos parábamos a charlar. Me preguntaba si me sabía el nombre de sus perros y le hacía mucha gracia que yo los recitase tan de corrido y tan seria. Con los años en la escuela me enseñaron los nombres de los apóstoles y descubrí que se llamaban como los perros de Miguel. Recuerdo que se lo reproché entre risas y que me dijo que ningún nombre es tan malo que un perro no pueda llevarlo. Para demostrarlo le pusimos Caín a un galgüito color canela que nos encontramos días después en la Plaza de San Sebastián. Caín resultó ser más bueno que el pan.

Yo me fui haciendo grande y él se fue poniendo más viejo. En la adolescencia me iba con un grupo de chicas los sábados al asilo a echarle una mano a las monjas. Hacíamos varias cosas, leerles a los viejos cartas de los hijos, cortarles las uñas, darles de comer porque algunos no podían ni levantar la mano con sus temblores o simplemente hablar con ellos. Cuando Miguel estaba allí se ponía huraño, poco comunicativo, arisco. Solo mi promesa de que les llevaría pan a los perros lo calmaba un poco. Le prometía que los buscaría y él me decía que estaban todos cerca, escondidos a los alrededores del asilo , esperándolo. Me decía, " Llámalos, a ti te conocen y saldrán. Dales algo de comer y hazles un cariño. Si no tienes pan para llevarles no te apures, ellos se buscan la vida, pero por lo menos ve a hacerles un cariño."

Así que muchos sábados me dediqué a gritar el nombre de los apóstoles por unos terrenos que había cruzando la calle detrás de una gasolinera y cuando los perros salían pues les quitaba unos cuantas garrapatas y les hablaba un poquito. Algunos me seguían varias calles pero después volvían a los alrededores del asilo a esperar a Miguel. Nuestra amistad fue una amistad secreta en cierto modo, porque aunque en ningún momento sentí la necesidad de ocultarla, tampoco sentía ganas de hablar de ella. Cuando empecé a andar con un noviete Miguel me dijo un día que parecía un buen chico, de familia trabajadora y tal pero que mejor evitar presentaciones para evitar explicaciones. Me pareció bien y así lo hice. Tuvimos muchos momentos bonitos, como cuando leí el cuento del Piyayo en la biblioteca y arranqué la hoja para regalársela , creo que fue mi primer crimen, o cuando le regalé una tableta de turrón sin acordarme que le quedaban cuatro dientes y el me dijo que iba a calzar la pata coja de la cama del asilo con aquella piedra incomestible.

Una vez me regaló una virgen de Fátima que brillaba en lo oscuro, me dijo que la había encontrado en una basura de la calle Merecillas y que me daría suerte si me dormía mirándola fijo. Cuando le dije que yo sentía que me ponía bizca al mirarla se descojonó porque creo que él no esperaba que yo intentase seguir aquellas instrucciones absurdas para atraer la buena ventura e imaginarme bizca convocando la suerte a través de aquel plástico fue demasiado para él.

Pero de todos los momentos los que recuerdo con más cariño son los que pasé montada en su carro. Si lo encontraba fuera del centro él me decía, sube, te llevo y yo me acomodaba entre aquellas cosas que él llevaba y me agarraba mientras él empujaba, después él me decía, venga valiente, sin manos, y yo me soltaba y trataba de mantenerme en equilibrio mirando al frente sin sujetarme. A los dos nos daba risa, los perros se alborotaban con aquella extravagancia y se ponían a ladrar como locos. Cuando el barullo era exagerado, él me decía que me bajara y yo saltaba al suelo sintiéndome tan viva y tan feliz como si hubiese saltado de un avión con un paracaídas. Era como un surf urbano en el asfalto , donde la tabla era el carrito de Miguel, él era la ola y los perros la espuma. Yo ni pensaba si era conveniente o qué podría pensar alguien que nos viera. Me gustaba aquella invitación y la acepté hasta los once años más o menos, cuando él decidió que yo era demasiado grande y podría caerme. Tal vez estaba demasiado pesada para sus músculos encanijados o le pareció que una mocita no debía hacer esas cosas. Tampoco aprobó mis primeros zapatos de tacón, me dijo que dejara la prisa por hacerme grande, que los tacones podían esperar, pero no le hice caso y lo evité unas semanas porque me enfadó su critica.

No sé que me hizo hoy recordarlo. Tal vez hay momentos especiales en los que necesitamos que un recuerdo perfecto y grato nos ilumine por dentro para reconocernos y estar seguros de quién somos. Y una parte de mí sin duda querría poder volver a ser por unos minutos aquella niña que tenía un amigo que la paseaba en su carro, risueña y sin miedo, escoltada por los ladridos de los apóstoles.

Isabel Salas