se pueden romper.
rotos de tantas idas
Comparo mi vida con el tiempo que le lleva a una estrella hacer cualquier cosa y me doy cuenta de lo rápida que está pasando. Como soy efímera. Soy más fugaz que cualquier estrella y eso me hace sonreír. No soy un polvo cualquiera, soy polvo de estrellas fugaces.
Ramiro no es solo uno de los personajes del libro QUEDAN BASTILLAS, es ese tendero que sonríe detrás del mostrador, haciendo malabares con las vueltas y el peso exacto de la mercancía. Podría vivir en cualquier barrio de cualquier ciudad. Parece el guardián de un antiguo rito, una especie de sacerdote encargado de velar por los pecados pequeños y silenciosos que ocurren entre las calles del barrio. En su tienda, las transacciones no solo implican la compra de pan o queso, sino una especie de purga colectiva, un tributo que los vecinos, en silencio, aceptan pagar para mantener el orden de las cosas.
Pero, ¿por qué los vecinos lo toleran? La respuesta tal vez sea una mezcla comodidad y miedo. Saben que sus pequeños robos son casi inofensivos comparados con lo que podría venir. Ramiro es una especie de mediador entre los pecados del barrio y algo mucho peor. Si él desapareciera, el equilibrio se rompería, y quién sabe qué clase de personajes podrían ocupar su lugar. Tal vez alguien más ambicioso, menos amable, más despiadado.
El personaje se mueve con la destreza de un hombre que entiende las necesidades humanas más íntimas. Conoce a sus clientes como si fueran parte de una familia extensa. Sabe cuándo alguien ha tenido un mal día, cuándo necesita una palabra amable o un consejo sobre el pan más fresco. Es esa atención al detalle lo que lo convierte en algo más que un ladrón: es un hombre profundamente conectado con su comunidad, un testigo y cómplice de sus vidas.
Para las mujeres del barrio, el tendero representa algo más. Su mirada fugaz y discreta, posándose apenas sobre los restos de juventud que las clientas mayores llevan consigo, es un recordatorio silencioso de lo que alguna vez fueron. No cruza la línea, pero coquetea con la nostalgia de esas miradas furtivas, ofreciendo un halago implícito que les devuelve, aunque solo sea por un instante, la sensación de ser vistas. Para los hombres, en cambio, Ramiro es un compañero de conversación sobre fútbol o motos, un cómplice en la rutina de la vida diaria.
¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a aceptar pequeñas transgresiones a cambio de mantener la ilusión de un equilibrio en nuestras vidas?
Las peonías, que son unas de mis flores favoritas, por su belleza y por el aroma tan agradable que aportan a los perfumes, tienen una rica historia simbólica y cultural, especialmente en las tradiciones orientales, donde están curiosa y profundamente asociadas con la nobleza, la riqueza y la fortuna. Buscando saber más sobre esta maravilla de la naturaleza encontré una anécdota muy interesante vinculada con Wu Zetian que por cierto fue la única mujer en la historia de China en proclamarse emperatriz.
Según la leyenda, un día cualquiera de invierno Wu Zetian ordenó que todos los árboles y flores de su jardín imperial florecieran de inmediato, a pesar del clima frío. Todas las plantas obedecieron, excepto las peonías, que se negaron a florecer fuera de temporada. Furiosa por este acto de desafío, la emperatriz desterró todas las peonías a la ciudad de Luoyang, una ciudad muy antigua de la provincia de Henan. Lo curioso es que al llegar allá, las peonías florecieron espléndidamente, mostrando su esplendor y su resistencia a ser mangoneadas por deseos irracionales. En una palabra, decididas a hacer lo que les diera la gana.
Desde entonces, las peonías han sido veneradas en la cultura china como un símbolo de dignidad y virtud y hoy en día, Luoyang es conocida como la "Ciudad de las Peonías" . Cada año la ciudad celebra un festival en honor a esta flor y yo tengo clarísimo que si algún día puedo ir a China no olvidaré pasarme por allí.