Cada día, modelos, influencers y hermosas chicas jóvenes son embaucadas con promesas de contratos millonarios pero muchas acaban atrapadas en un sistema de esclavitud disfrazado de glamour. No es un mito sino una red de poder, silencio y abuso.
En los rincones más oscuros del lujo internacional se esconde una realidad que muchos prefieren no ver, no sé si por preservar su sanidad mental, por cobardía o por miedo. Hay muchos lados desde los que podemos abordar el tema de la depravación, pues, por desgracia, sucede en todos lados y no es exclusiva de ningún país. Sin embargo para centrarnos en un punto en concreto voy a hacer un repaso de lo que he ido averiguando sobre cómo se manejan muchas de las agencias que ofrecen contratos de modelaje en Dubái y otros centros de poder económico del Golfo. Algunas de estas agencias no están llevando a las jóvenes a vivir un sueño, sino a sobrevivir una pesadilla. Lo que se promociona como una oportunidad de éxito y dinero fácil, puede terminar siendo una forma de esclavitud moderna disfrazada, aunque sea por un determinado periodo de tiempo.
Hay testimonios, muchos de ellos silenciados o enterrados, que describen con precisión lo que ocurre tras esas puertas doradas. No se trata solo de prostitución de lujo. Estamos hablando de prácticas profundamente degradantes: zoofilia forzada, ingesta de desechos corporales, rituales de humillación absoluta y contratos que incluyen cláusulas de confidencialidad diseñadas para callar el horror que viven estas mujeres. A esto se suman las amenazas, las coacciones y el miedo. Las chicas son llevadas hasta allá con promesas falsas o con una idea muy distinta de lo que realmente se les exigirá. A veces son menores de edad. Otras veces, simplemente son mujeres jóvenes que vienen de entornos donde la necesidad, la ilusión o la ambición les impiden imaginar el infierno al que están a punto de entrar.
Y lo más repugnante no es sólo lo que se les hace, sino cómo se las trata después. Porque el sistema está tan bien montado que consigue, como en otros casos, que la víctima se convierta en sospechosa. “Seguro que sabía lo que hacía”, dicen algunos. “Se vendió por dinero.” Así, la culpa cambia de lugar. Y los verdaderos responsables —jeques, oligarcas, proxenetas o magnates— quedan impunes, blindados por el poder, el dinero y la indiferencia. Esto no debe sorprendernos, ya sabemos el tipo de minifalda que usan las violadas para provocar a los pobres violadores en los oscuros callejones.
Sin embargo estas redes, de las que estamos hablando hoy, a diferencia de otras que trabajan clandestinamente, funcionan a plena luz y ante nuestra vista. No son marginales, están conectadas con las grandes esferas del poder global y operan bajo nombres de empresas legales, utilizan influencers, modelos famosas, promotores de lujo y hasta algunos medios de comunicación que les hacen el juego. Porque eso también forma parte del silencio: los medios masivos no cubren estos casos. No profundizan, no investigan, no denuncian. No porque no puedan, sino porque saben que no deben hacerlo si no quieren poner en jaque a los mismos intereses que sostienen el statu quo internacional y porque en la industria del entretenimiento, la moda, el turismo o el espectáculo, el dinero manda y la verdad molesta y nadie se anima a ponerle el cascabel al gato.
Podría decir que a estas alturas ya nada me asombra o simplemente callarme, pero observo un colapso ético tan grande en todo esto que no consigo mantenerme al margen. Ante un panorama que nos aturde con tanta degradación mi conclusión es que hay que comprometerse, cada uno desde su humilde lugar, y mi lugar es este, mi blog. La perversidad de lo que estoy analizando va mucho más allá del hecho en sí. ¿Qué tipo de civilización permite que se abuse, degrade y silencie a mujeres —muchas veces niñas— a cambio de un puñado de billetes y una falsa promesa de fama? ¿Qué sociedad normaliza estos abusos porque ocurren lejos, en palacios imposibles, entre lujos que parecen de otro mundo?
Quizás un día llegue la hora de mirar sin filtros y de no callar más. Y tal vez en ese momento los que dirijan los grandes medios encuentren el valor para exponer lo que ocurre aunque incomode. Porque no hay nada más obsceno que la complicidad disfrazada de indiferencia. Y porque la dignidad no debería tener precio, ni excusas, ni contratos de silencio.
Isabel Salas