Hasta yo, que no soy de rezar, a veces siento esa necesidad imperiosa de dominar la magia, o conocer los rituales más secretos y poderosos que me permitan proteger el brillo de la mirada verde de mi amada hija. Sobre todo en días como hoy, cuando llega a casa y después de merendar, con la pancita llena, me dice que mire una foto que se hizo en el cole con una de sus amigas.
Sin poder evitarlo se llenan mis ojos de lágrimas por ese futuro inescrutable que planea sobre ella. Sé que su destino no está escrito, y sé que en él caben muchos posibles finales y demasiados diferentes capítulos.
Me gustaría tener el poder de escribirle la vida más feliz, más segura y más llena de amor posible y decirle que no se preocupe, que está todo bien y siempre lo estará, que le he llenado el futuro de momentos felices y de sonrisas. Me gustaría registrar ese libro, como registré los otros que escribí y poner en género literario, en vez de prosa o poesía, una palabra mágica que siempre me sonó a certeza y a honestidad, a apretón de manos cósmico con todos los dioses y sus ángeles: "garantía".
Recuerdo cuando era niña y aprendí su significado, como me pasé meses escribiéndola por todos lados mientras repetía, como un mantra sagrado, susurrando bajito, que lo que deseaba se iba a realizar con toda seguridad. La escribía en las suelas de mis zapatos gorila, en la parte de atrás de la lavadora y en el segundo escalón de la casa de la Calle Tercia. Allí vivimos dos años, y justo donde el ala de un ángel de hierro que adornaba la barandilla, daba un toque en el escalón yo me agachaba y con mi lápiz escribía en letritas bien chiquitas la palabra garantía.
Recuerdo que en una ocasión el vecino del primero, me pilló en pleno acto vandálico y me preguntó que estaba escribiendo. Aquel hombre se llamaba Joaquín y era muy mayor, al menos así me lo parecía. No recuerdo casi nada de él, pero sí que su mujer se llamaba Lola y que a veces me pasaba la mano en la cabeza cuando lo encontraba en la escalera y me decía "que niña tan educadita" cuando lo saludaba con un buenos días o un buenas tardes al cruzármelo.
Seguro que aquel día no le parecí tan educadita al pillarme escribiendo en el escalón de mármol blanco.
Cuando le confesé que estaba escribiendo la palabra garantía, sonrió.
- ¿Y eso para qué?
- Pues para que todo salga bien.
Todavía recuerdo la carcajada que soltó antes de responder:
- Excelente idea Isabel, magnífica idea.
Me pareció sorprendente que "un mayor" pudiera estar de acuerdo con aquella magia infantil improvisada, pero me pareció tan sincera su risa y tan amable su gesto al tocarme el pelito que hoy al sentir esas ganas de escribir garantía en el segundo escalón de la calle Tercia, número dos, para proteger a mi hija del futuro incierto, y poder prometerle que TODO saldrá bien, me hubiera encantado poder hacerlo y volver a encontrarme a mi vecino Joaquín Moreno para que me felicitara por mi magnífica idea.
Las buenas ideas son como las miradas de doce años, nunca caducan y siempre están llenas de magia.
Isabel Salas