viernes, 30 de mayo de 2025

MARIE TUSSAUD

 


Marie Tussaud es, sin duda, un personaje envuelto en una atmósfera oscura, fascinante y casi siniestra, que parece sacado de una novela gótica. Su vida estuvo atravesada por la proximidad a la muerte, no solo en sentido literal, haciendo máscaras de guillotinados y transportando posteriormente sus cabezas esculpidas por pueblos ingleses, sino también por el modo en que transformó la muerte en espectáculo, sin que eso le quitara seriedad a su arte.

Nacida en Estrasburgo en 1761 con el nombre de Marie Grosholtz, la vida de Madame Tussaud estuvo marcada desde el principio por el contraste entre el arte y la muerte. Su padre murió antes de que ella naciera, y su madre, viuda joven, entró a trabajar como ama de llaves para el doctor Philippe Curtius, un médico suizo con una extraña pasión: modelar figuras humanas en cera, no solo con fines médicos, sino también artísticos. Curtius no tardó en notar el talento de la niña, y la convirtió en su aprendiz. Juntos se trasladaron a París, donde Marie profundizó en su técnica y  su formación rodeada rostros famosos.

En la corte de Versalles, Marie enseñó arte a la hermana de Luis XVI, y su habilidad para captar los detalles más sutiles de un rostro la hizo conocida y popular entre la élite el momento. Sin embargo los vientos de la Revolución Francesa transformaron su arte en algo mucho más oscuro. Cuando comenzó el reinado del terror, se le encomendó una tarea macabra: realizar máscaras mortuorias de las víctimas de la guillotina. Así, con manos expertas, modeló los rostros de Luis XVI, María Antonieta, Robespierre, Marat y tantos otros caídos en el caos.

Estas máscaras se convertían en símbolos de victoria o de advertencia, expuestas públicamente como parte de la maquinaria revolucionaria. Cuando Curtius murió en 1794, Marie heredó su colección de figuras y un año después se casó con François Tussaud.

Según contó ella misma en sus memorias, en determinado fue arrestada por sospechas de simpatía monárquica pero con inteligencia y rápida reacción logró escapar de la muerte en 1802. Aprovechando una oportunidad de escapar del tumulto político, viajó a Inglaterra con su exposición de cera. seguramente no imaginó entonces que nunca volvería a Francia. Su destino quedó unido, irónicamente, a los rostros sin vida que moldeaba.

Durante más de tres décadas recorrió el Reino Unido con una muestra itinerante de “figuras célebres en cera” hasta que finalmente, en 1835, fundó un museo permanente en Londres que llevaría su nombre: Madame Tussauds. Allí, el público podía ver de cerca los rostros de reyes, generales, filósofos y criminales. Uno de los sectores más impactantes del museo fue la célebre Chamber of Horrors, donde se exhibían figuras de asesinos, verdugos y víctimas de la guillotina, muchas de ellas hechas con moldes reales por la propia Marie.

Su legado es ambivalente, entre lo histórico y lo morboso, lo artístico y lo macabro. Murió en 1850, a los 88 años, habiendo sido testigo y escultora de uno de los períodos más turbulentos de la historia europea. Su museo creció hasta convertirse con el tiempo en una franquicia global, con sedes hoy día en ciudades como Nueva York, Berlín o Tokio. Aunque hoy muestra  celebridades del pop y del cine, su origen fue mucho más crudo y profundo: capturar la historia en el instante preciso en que el aliento acaba de detenerse, pero el rostro tal vez, aún habla.

Madame Tussaud moldeó la memoria colectiva de una época, congelada para siempre en la quietud translúcida de la cera. Pero lo más inquietante de ella no es lo que hizo, sino la aparente frialdad con la que lo hizo. Supongo que  era una mujer práctica, meticulosa y aparentemente imperturbable, pues moldear con sus propias manos los rostros de María Antonieta recién decapitada o Robespierre desfigurado, y luego exhibirlos en una vitrina… no es algo que muchas personas podrían soportar.

Y sin embargo, lo hizo. Con gran empeño y precisión. Como si supiera que estaba conservando la historia, pero también alimentando el morbo popular. Como si hubiera entendido que la cera tiene el poder  de detener el tiempo en cierto modo.

Además, ella sobrevivió en un mundo dominado por hombres, fundó un imperio sin tener herencia ni título, y se ganó su lugar a fuerza de talento, valentía y decisión. Una mezcla inquietante entre científica, artista, comerciante y narradora del horror.

 

Isabel Salas

jueves, 15 de mayo de 2025

APOCALIPSIS FISCAL


 

Mientras todo parece un decorado provisional nacido de la mente de un acumulador, el wifi es más estable cada día, pero la vida no.

Se ha convertido en el inventario poético de un universo emocional apagado, como si Disney se hubiese ido a vivir solo y sin calefacción a esa isla donde los famosos pasan hambre y nos divierten peleando por estupideces. Hay una épica tragedia contemporánea en nuestra alma confusa y a la RAE le da un colapso nervioso cada semana. En cada ojo. En los tres. En directo, mientras el fantasma de Sor Juana le acaricia el pelo y le dice: “shhh, déjalo fluir”.

Ya no hay dragones ni brujas. Las lagartijas presumen de ser las nietas de los dragones que no quemaron, y las actrices porno preparan ungüentos en sus calderos brujiles para aliviar los escozores. Buscan en sus brazos lunares estratégicos que les digan de qué linaje vienen, pero todos los lunares se asemejan y no parece tener mucho sentido indagar sobre esos detalles. Al fondo, el director grita que la próxima escena será sin condón.

El ministro de Hacienda también lo dijo ayer: ya no hay condones para todos, y las multas son una ruleta rusa. Todos podemos morir en cualquier momento, en cualquier semáforo. Cuando no llega el wifi, hay datos. ¡Qué alegría!

Solo la sospecha de haber elegido mal desde el principio le quita brillo a este fin de los tiempos tan bonito que nos toca vivir. Conozco a dos viejos cascarrabias que se pasan memes apocalípticos por WhatsApp. Los dos se alegran mucho de haber conocido la vida antes de internet, pero no comprenden que eso no se puede decir.  Ofenden a los detectores de odio y eso no puede ser.  

En la calle suena un canto de funeral con estructura de villancico demente, y algunos se empeñan en bailar porque son jóvenes y lo que el cuerpo pide es baile. La luz roja del semáforo ilumina los aros del malabarista. Los convierte en bocas de volcán, después la verde los transforma en pececitos de colores sin estanque. ¡Qué dura es la vida!

Los dos viejos ignoran que los comentarios sobre tiempos pasados se los guarda uno. Los demás estamos cada día más censados y censurados. Somos la imagen exacta del microfascismo cotidiano que nos vendieron como “responsabilidad cívica”. Los de la tercera edad ya están fuera de la ley. Los demás estamos dentro. Al fondo a la derecha. Bajando el escalón.¡Qué oscuro está! La luz no funciona.

“El fin de la humanidad” ya no suena épico. Ya no parece bíblico. Parece tan inminente como el fin de la guerra de Ucrania. Pero los mismos que sabotean la paz sabotean la alegría, el sol que nos alumbra y todo lo que se les cruce por delante.

En medio del Pacífico, una voz suena como una actualización de software que no se puede posponer. Por si acaso, alerta de tsunami. Todos atentos a ver hacia dónde corren los elefantes. Quien no tenga elefantes, que no se preocupe: puede mirar a los gatos. Los gatos son de poco correr hacia el monte. Si los ves largarse, vete con ellos.

“Decir la verdad” ya no es un acto heroico. Se ha convertido en una rutina agotadora. Los profetas de la nueva era fugaz tienen un trabajo muy mal pagado. Definitivamente no se puede vivir de los directos: los algoritmos te destrozan la esperanza.

Poca gente escribe para parecer lista. Alguna lo hace para no tener que morir antes de que cante el gallo. Estamos de acuerdo: el colapso no hay que explicarlo, pero podemos tratar de hacerlo más habitable.

Por ahora nadie nos impide respirar.

Isabel Salas

martes, 13 de mayo de 2025

AGRESIÓN


Mis maneras se tienen que vestir de Domingo para disfrazar el miedo porque es la única manera que conocen de sobrevivir. 

Tal vez, mi memoria aún cree en el agua bendita y en sus ilimitados poderes de protección y,  por eso, cuando tengo mucho miedo y siento que nada puedo hacer para evitar los golpes, mi corazón invoca la imagen y el olor de una piedra de pila bautismal. Se encarama hasta el borde frío y mira adentro calculando la temperatura del agua y la distancia del salto, casi siempre proporcional al volumen de los gritos que me asustan o a la arista de las palabras con que intentan herirme. Después se lanza a nadar en ese líquido, perfumado con la santidad de todos los ángeles, mientras mis ojos adoptan su mirada nublada de Día Sagrado para observar los ojos que me asustan, a través del velo protector del acuario bendito.

Mi boca, mis gestos, mi sudor y el temblor de mi sangre se disfrazan con su vestimenta más dominguera y yo me concentro en ese aroma de piedra mojada, que me recuerda el de las lágrimas que intento tragar. 

Sal, sangre y silencio. El dolor que mis propias uñas producen en las palmas de mis manos para que yo me pueda concentrar en un dolor físico que me distraiga del otro, se va haciendo cada vez más  fuerte, deja de ser incorpóreo y se materializa poco a poco en una piedrecita que guardo en secreto entre los pliegues de mi alma hasta que el temporal pasa.

Los gritos cesan, la agresión termina, quien me estaba torturando se aleja, y entonces, con cuidado, saco mi piedra, estudio su color, admiro su suavidad, envidio su belleza, bendigo a Rubén Darío aunque sé que no era un gran admirador de las mujeres que escribían, (no soy rencorosa), y dejo de temblar.

Mi corazón se aleja de la pila y regresa a mi pecho. Me acerco entonces, al estanque de peces de colores que mantengo escondido en mi jardín secreto. Allí podría gritar, llorar, desesperarme, levantar mi puño al cielo sin que nadie lo impidiera ni temor a represalias, pero no quiero asustar a mis  peces.

Con dulzura me acerco al borde y suavemente, con extrema delicadeza, dejo caer mi nueva piedra. Se junta, así, a tantas otras que, desde el fondo, sonriendo, acompañan la bellísima coreografía de mis amigos de colores.

Isabel Salas

viernes, 2 de mayo de 2025

LA FOTO INVENTADA


Piensa en algo que no pasó pero que te habría encantado que hubiera pasado. Piensa fuerte, recréalo en tu mente, ponle los colores, la temperatura, la hora ideal. Puedes ponerle hasta olores o ruidos. Sin miedo.

Paseate por el momento, vívelo, siente las sensaciones que hubieras sentido si eso que estás imaginando hubiera pasado y cuando lo tengas todo perfecto, tírale una foto al momento. Guárdala con otros momentos en tu mente.Y espera, sigue con tus cosas. 

Cuando pasen algunos años y te pongas a buscar entre los recuerdos la vas a encontrar. Tal vez para entonces tu mente vieja se habrá hecho un lío y no sabrá distinguir lo verdadero de lo inventado. Te llevarás una gran alegría al mirar esa foto. Sentirás de nuevo lo que experimentaste cuando viviste aquellas horas. Aquella temperatura, aquellos olores volverán a tu mente, escucharás el ruido de fondo y podrás tocar los colores.

Te sentirás de nuevo feliz con la misma felicidad que sentiste en aquel momento. Para eso son las fotos. para poder revivir instantes vividos. Dónde sea, dentro o fuera. Inventados o no.



Isabel  Salas