Marie Tussaud es, sin duda, un personaje envuelto en una atmósfera oscura, fascinante y casi siniestra, que parece sacado de una novela gótica. Su vida estuvo atravesada por la proximidad a la muerte, no solo en sentido literal, haciendo máscaras de guillotinados y transportando posteriormente sus cabezas esculpidas por pueblos ingleses, sino también por el modo en que transformó la muerte en espectáculo, sin que eso le quitara seriedad a su arte.
Nacida en Estrasburgo en 1761 con el nombre de Marie Grosholtz, la vida de Madame Tussaud estuvo marcada desde el principio por el contraste entre el arte y la muerte. Su padre murió antes de que ella naciera, y su madre, viuda joven, entró a trabajar como ama de llaves para el doctor Philippe Curtius, un médico suizo con una extraña pasión: modelar figuras humanas en cera, no solo con fines médicos, sino también artísticos. Curtius no tardó en notar el talento de la niña, y la convirtió en su aprendiz. Juntos se trasladaron a París, donde Marie profundizó en su técnica y su formación rodeada rostros famosos.
En la corte de Versalles, Marie enseñó arte a la hermana de Luis XVI, y su habilidad para captar los detalles más sutiles de un rostro la hizo conocida y popular entre la élite el momento. Sin embargo los vientos de la Revolución Francesa transformaron su arte en algo mucho más oscuro. Cuando comenzó el reinado del terror, se le encomendó una tarea macabra: realizar máscaras mortuorias de las víctimas de la guillotina. Así, con manos expertas, modeló los rostros de Luis XVI, María Antonieta, Robespierre, Marat y tantos otros caídos en el caos.
Estas máscaras se convertían en símbolos de victoria o de advertencia, expuestas públicamente como parte de la maquinaria revolucionaria. Cuando Curtius murió en 1794, Marie heredó su colección de figuras y un año después se casó con François Tussaud.
Según contó ella misma en sus memorias, en determinado fue arrestada por sospechas de simpatía monárquica pero con inteligencia y rápida reacción logró escapar de la muerte en 1802. Aprovechando una oportunidad de escapar del tumulto político, viajó a Inglaterra con su exposición de cera. seguramente no imaginó entonces que nunca volvería a Francia. Su destino quedó unido, irónicamente, a los rostros sin vida que moldeaba.
Durante más de tres décadas recorrió el Reino Unido con una muestra itinerante de “figuras célebres en cera” hasta que finalmente, en 1835, fundó un museo permanente en Londres que llevaría su nombre: Madame Tussauds. Allí, el público podía ver de cerca los rostros de reyes, generales, filósofos y criminales. Uno de los sectores más impactantes del museo fue la célebre Chamber of Horrors, donde se exhibían figuras de asesinos, verdugos y víctimas de la guillotina, muchas de ellas hechas con moldes reales por la propia Marie.
Su legado es ambivalente, entre lo histórico y lo morboso, lo artístico y lo macabro. Murió en 1850, a los 88 años, habiendo sido testigo y escultora de uno de los períodos más turbulentos de la historia europea. Su museo creció hasta convertirse con el tiempo en una franquicia global, con sedes hoy día en ciudades como Nueva York, Berlín o Tokio. Aunque hoy muestra celebridades del pop y del cine, su origen fue mucho más crudo y profundo: capturar la historia en el instante preciso en que el aliento acaba de detenerse, pero el rostro tal vez, aún habla.
Madame Tussaud moldeó la memoria colectiva de una época, congelada para siempre en la quietud translúcida de la cera. Pero lo más inquietante de ella no es lo que hizo, sino la aparente frialdad con la que lo hizo. Supongo que era una mujer práctica, meticulosa y aparentemente imperturbable, pues moldear con sus propias manos los rostros de María Antonieta recién decapitada o Robespierre desfigurado, y luego exhibirlos en una vitrina… no es algo que muchas personas podrían soportar.
Y sin embargo, lo hizo. Con gran empeño y precisión. Como si supiera que estaba conservando la historia, pero también alimentando el morbo popular. Como si hubiera entendido que la cera tiene el poder de detener el tiempo en cierto modo.
Además, ella sobrevivió en un mundo dominado por hombres, fundó un imperio sin tener herencia ni título, y se ganó su lugar a fuerza de talento, valentía y decisión. Una mezcla inquietante entre científica, artista, comerciante y narradora del horror.
Isabel Salas