La vida le demostró lo contrario.
No había manera de escapar a la sucesión de desdichas que siempre la acompañaba. Sus ojos se fueron pareciendo cada vez más a los de su abuela, ojerosos y tristes. Lloró lágrimas de amor, de desconsuelo, de carencias materiales y de todo cuanto pueda explicar un llanto amargo e interminable.
Tras varias relaciones rotas sufriendo malos tratos y tristezas varias, se conformó con una vida sin pareja y decidió ser madre soltera, entre otras cosas para prevenir un litigio por custodia o cualquier desgracia de las que las separaciones les traían a sus amigas mejor bautizadas.
Después de cuarenta horas de parto tuvo una hermosa niña. Estaba agotada, realmente exhausta y al mismo tiempo, feliz como desde hacía años no se sentía. Cuando el médico le preguntó como iba a llamarse la nena, se sintió renovada y cercana a aquella niña valiente que un día ella misma había sido, la que se negó a aceptar la maldición del nombre y nunca quiso ser la "lolita" de nadie. Sin dudarlo un segundo, inspirada por esa rebeldía que siempre la hizo desafiar al destino respondió: Orgasmos Castillo.
Sin perder la sonrisa y el brillo renacido en sus ojos tomó a su bebé en brazos y la acunó con ternura.
- Tú si vas a divertirte hija mía.
Isabel Salas