martes, 10 de agosto de 2021

LA TOALLA


Ya no lamentes más haberme herido.
De nada sirve ya,
pues tanto me expulsaste
que por fin, 
después de desistir,
derrotada,
me he ido.

Ganaste.

Puedes vivir tranquilo
en tu mundo de nubes.
Sigue fingiendo amor,
y acunando querubes.

Deja de pretender
que te causa dolor
el dolor que me causas 
y deja por favor
de fingirte confuso.

Ya nada creo de ti
ni de tu amor pañuso.

Ya deja de llorar por tus errores,
deja de lamentar
las promesas que rompes,
deja de ser el niño acongojado
que pretende curar 
las heridas con flores.


Nunca más creeré 
que te lastima herirme.
No me apenan tus lágrimas,
ni me preocupa más 
saber que harás
después de irme.

Jamás te vi cumplir con tu palabra,

 Quieres tapar ofensas 
con ñoñeces,
darme pena 
y hacer que vuelva a ti
 al igual que otras veces.

Se terminó,
me fui,
no hay más.

Sigue gritando o calla
a mí ya no me importa,
aprendí y acepté
que perdí la batalla,
me alejo de tu lado
y tiro la toalla.

Isabel Salas


domingo, 1 de agosto de 2021

NAUFRAGIO



Amarte era soñarte 
siendo faro en la noche,
era verte leal
y poder adorarte
confiando en tu amor
y sin ningún reproche.

Amarte era nadar
en plena obscuridad,
era creer en ti
sin miedo a naufragar.

Y tu luz mentirosa,
me traicionó,
escogiste otros ojos a quién amar
y sin piedad,
dejaste a la deriva,
mi barca,
zozobrar. 


Isabel Salas


miércoles, 21 de julio de 2021

SOÑAREMOS


Todo de ti me quema,
tocarte o alejarme, 
hablarte,
responderte,
ignorarte
o callarme.

Todo de ti me gusta,
mirarte o esconderme,
olerte,
conocerte,
escucharte
o admirarte.

Y por eso me escondo,
por temor a tus llamas,
y por eso te rondo
por si acaso me amas.
me miras,
o me llamas.

Y aún sabiendo que tú,
ignoras mi cariño,
y que soy un tabú
me quedaré un poquito,
cercana y en silencio,
feliz,
a tu ladito.

Después me alejaré,
seguirás tu camino.
Te irás, 
me marcharé,
buscarás tu destino.

Y los dos soñaremos
con el amor de fuego 
que pudiera haber sido.

Isabel Salas



miércoles, 7 de julio de 2021

VUELO LIBRE



Que triste debe ser vivir en modo bolero, amando sólo una vez y arrastrando orgullosamente esa maldición como un paraguas impenetrable, siempre abierto, que impide con su dulce y total renunciación que te calen las gotitas frescas de otros amores. 

Hace muchos años yo misma anduve cerquita del precipicio de los amores únicos, lloré hasta acabarse todas las lágrimas que mis ojos eran capaces de producir y después decidí que esa misma capacidad de amar seguiría intacta e inmortal porque era mía, no dependía de nadie más conservarla o cuidarla y menos aún de los hombres a los que yo pudiese llegar a amar, me correspondieran o no.

Era mi responsabilidad mantener la llama encendida y mi derecho invitar a otros a entrar en mi caverna a disfrutar del fuego eterno de la hoguera entrañable y así ha sido y así sigue siendo. Otros amores vinieron después de aquel y cada uno de ellos ha dejado marcas indelebles en mi sonrisa y en el brillo de mis ojos. 

Me gusta caminar así por la vida, sin paraguas y sin dudar de mi capacidad de volver a enamorarme, incluso cuando no me retribuyen el amor, me siento afortunada de poder reconocer las maripositas que nos vuelan por dentro ante la cercanía de los seres amados. Algunas llevan tantos años conmigo que hasta las conozco por el nombre, me sonríen y a veces, nos sentamos juntas a respirar rayitos de sol.

Hace unos días llegaron unas nuevas, se mezclaron con las de siempre y ya se han instalado. Parece que llegaron directamente desde un corazón clausurado que decidió cerrarse por derribo tras un desengaño. Estaban asustadas y tristes, pero ya están mejor, felices de haber llegado hasta mí, ansiosas por alborotarse cuando dentro de unos días llegue nuestro primer beso.

Yo también estoy un poquito impaciente, siempre lo fui,  me cuesta esperar cualquier cosa que deseo y los años no me han servido de mucho para mejorar en ese punto. Mientras llega el momento, admiraré  el vuelo incansable de mis mariposas, sus piruetas, los pasos de baile que parecen dar cuando varias de ellas se enredan en alguna coreografía improvisada o cuando se elevan  por encima del bien y del mal y se dejan caer como flechas de colores al encuentro del blanco perfecto, en caída libre.

Así es como más me gustan, saltando en vuelo libre, como lo hago yo, como lo hice tantas veces y como lo volveré a hacer cuando llegue el momento de abrazarme a tu abrazo.

Isabel Salas








domingo, 4 de julio de 2021

DOLORES


Dolores Castillo siempre tuvo una relación extraña con su propio nombre. Por un lado, era el nombre heredado de su querida abuela materna, y eso la llenaba de orgullo delante de las otras nietas, pero por otro, detestaba la cara de extrañeza de los amigos extranjeros cuando comprendían el significado de la palabra y ella tenía que aclarar que en España, a las niñas, se les ponen esos nombres tan chocantes sin que nadie lo impida ni salga en su defensa.

En centenas de circunstancias diferentes había tenido que explicar que es costumbre, que como lo de los toros, es tradición y no se cuestiona, que son nombres de toda la vida y además, añadía, a las Dolores se las puede llamar Lola que es menos tétrico, o Lolita, que es mucho más sexy y evoca cinematográficamente esa imagen de puta jovencita con labios sensuales y pelo largo. Pero que ella, finalizaba, nunca quiso llamarse Lola ni Lolita. 

Nuestra Dolores había decidido asumir el nombre y vestirlo con gallarda entereza, sin paliativos ni eufemismos, incluso podríamos decir que con una cierta dosis de amnesia y se negó a admitir que podría venir acompañado de una especie de profecía negra de la que le sería imposible huir.

La vida le demostró lo contrario.

No había manera de escapar a la sucesión de desdichas que siempre la acompañaba. Sus ojos se fueron pareciendo cada vez más a los de su abuela, ojerosos y tristes. Lloró lágrimas de amor, de desconsuelo, de carencias materiales y de todo cuanto pueda explicar un llanto amargo  e interminable.

Tras varias relaciones rotas sufriendo malos tratos y tristezas varias, se conformó con una vida sin pareja y decidió ser madre soltera, entre otras cosas para prevenir un litigio por custodia o cualquier desgracia de las que las separaciones les traían a sus amigas mejor bautizadas.

Después de cuarenta horas de parto tuvo una hermosa niña. Estaba agotada, realmente exhausta y al mismo tiempo, feliz como desde hacía años no se sentía. Cuando el médico le preguntó como iba a llamarse la nena, se sintió renovada y cercana a aquella niña valiente que un día ella misma había sido, la que se negó a aceptar la maldición del nombre y nunca quiso ser la "lolita" de nadie. Sin dudarlo un segundo, inspirada por esa rebeldía que siempre la hizo desafiar al destino respondió: Orgasmos Castillo.

Sin perder la sonrisa y el brillo renacido en sus ojos tomó a su bebé en brazos y la acunó con ternura.

- Tú si vas a divertirte hija mía.

Isabel Salas

martes, 29 de junio de 2021

PRO VIDAS

Desde el primer momento de la concepción, se crea una conexión profunda y trascendental entre una madre y su hijo. Este lazo no es únicamente biológico, es mucho más. Durante los nueve meses de gestación, el bebé no solo crece dentro del cuerpo de su madre, también empieza a conocer el mundo a través de ella. Escucha su voz, se familiariza con los sonidos de la casa, las risas, e incluso los movimientos y ruidos de las mascotas que lo rodean. En ese entorno, el bebé se siente seguro y protegido, estableciendo una relación única que será fundamental para el resto de su vida y su desarrollo.

Cuando el bebé nace, busca inmediatamente el latido del corazón de su madre, aquel que lo acompañó en todo momento mientras estaba en el útero. Ese sonido es su ancla, su refugio, una fuente de calma y seguridad que ninguna otra persona puede replicar. No importa cuán amoroso sea el entorno, solo la voz y el latido de su madre tienen ese efecto tranquilizador y familiar, porque es lo que el bebé ha conocido desde el principio.

El contacto piel a piel, ese momento en que el bebé es colocado sobre el pecho de su madre, es más que un gesto de afecto. Es un reencuentro. El bebé no solo siente el calor de su madre, sino que vuelve a escuchar su corazón, a olerla, a sentirse nuevamente en el lugar al que pertenece. En ese instante, cualquier separación se convierte en un trauma, una interrupción brutal de ese vínculo que ha estado construyéndose durante meses, causando una angustia tanto en la madre como en el hijo.

Este lazo es irreemplazable por mucho que algunos se empeñen en querer hacernos que es posible y que "cualquiera" puede ser madre. Se ha formado a través de la biología, pero también del amor, el sonido, la cercanía y la protección que solo cada madre puede brindar a sus hijos y sólo a ellos. Romper ese vínculo es como quebrar la esencia humana y destruir una relación que se ha tejido desde la concepción. Es fundamental respetar y conservar esta conexión, no solo por el bienestar emocional del bebé, sino también por el de la madre. Este vínculo es la clave para un desarrollo sano, donde el niño puede crecer sintiéndose amado y seguro, sabiendo que siempre tiene el refugio de su madre, quien ha sido su protectora desde el primer latido.

Pensemos en el contacto piel a piel después del nacimiento y cómo es crucial para fortalecer esta relación. No solo es vital para regular el ritmo cardíaco, la temperatura y la respiración del bebé, sino que también refuerza un apego seguro que influirá en el bienestar emocional del niño a lo largo de su vida. Para la madre, este momento también es esencial, ya que estimula la liberación de hormonas que facilitan la lactancia y fortalecen aún más el lazo emocional con su hijo. El contacto piel no es una performance en la cual cualquiera puede sustituir a la mujer recién parida.

El bienestar emocional del niño depende en gran medida de esta cercanía, de ese vínculo profundo con su madre. Separar a un bebé de su madre, o intentar que otra persona ocupe ese lugar, es una tortura para ambos y nunca podrá compensarse con nada, pues ninguna figura puede replicar la conexión que se ha forjado desde la concepción. La madre y el hijo están unidos por algo que va mucho más allá de lo físico: el sonido del corazón, la voz, las risas, y ese espacio compartido en el que ambos se reconocen y encuentran consuelo. La preservación de este vínculo es vital para que tanto el hijo como la madre florezcan, en una relación que ninguna otra puede imitar.

Sin embargo vemos como cada día se relativiza más la importancia de este vínculo y no sólo eso, parece que nos quieren enseñar que  si cualquiera se puede sentir madre, eso basta para que el bebé se sienta bien, y no, es una burla. Todos comprendemos la desesperación y la furia de una osa, una perra o una gata a quien se le retira su cría, y hasta nos compadecemos de ellas pero tratamos de minimizar el daño que nuestros niños y nuestras madres sufren cada día en diferentes contextos propiciados por los servicios sociales, las adversidades económicas o algunas decisiones judiciales crueles y perversas. Tal vez sea el momento de revisar algunos conceptos y dejar de mirar  para otro lado auto-engañándonos, seamos realmente pro vida y no solamente pro parto.

 

Isabel Salas




viernes, 25 de junio de 2021

TE CONOZCO


Conozco cada uno de tus gritos.
Contigo,  uno a uno,
los grité.

Conozco sus olores,
y la sangre que mana
de sus colores.

Entiendo dónde nacen
y qué dicen, 
lo que te hacen
al brotar
y porqué lloran
cuando maldicen
al gritar.

Sé más que tú 
de ellos
y de dónde vinieron.
Sé 
hacia dónde caminan
al deslizarse
por la pista de hielo
donde patinan,
y sé, 
porque los conozco,
que no tienen blancura.

Son la negrura,
de tu locura.


Isabel Salas




miércoles, 23 de junio de 2021

TE CONTENGO



Te tengo
de la manera rara
en que tengo el sol,
calentando mi piel,
aunque no sea mío.

Te contengo
como el agua contiene
la forma de la gota,
redonda,
de rocío.

Porque te tengo adentro
y te quiero tanto,
y te amo a pesar de los pesares.

Lloro por saber
que te alejan de mí,
uno a uno
tus temores, tus dudas,
y tus andares.

Nada nos une.

Todo nos separa,
y aún así te quiero
de esta forma rara.

Te quiero por ser mío,
como quiero todo lo que queriendo,
o sin querer,
contengo:
mi pasado, mi sangre,
mis heridas
que forman y dan forma
a la cáscara dócil
donde vivo y soporto
el tormento letal
de sentir lo que siento,
al amar lo que amo,
aunque a veces
no tengo
lo que adoro,
y contengo.

Isabel Salas