lunes, 29 de mayo de 2017

TE CONOZCO


Conozco cada uno de tus gritos.
Contigo, uno a uno,
los grité.

Conozco sus olores,
y la sangre que mana
de sus colores.

Entiendo dónde nacen
y qué dicen, 
lo que te hacen
al brotar
y porqué lloran
cuando maldicen
al gritar.

Sé más que tú 
de ellos,
y de dónde vinieron.

Sé 
hacia dónde caminan
al deslizarse
por la pista de hielo
donde patinan,
y sé, 
porque los conozco,
que no tienen blancura.

Son la negrura,
de tu locura.


Isabel Salas




martes, 23 de mayo de 2017

LALO CURA


Laos curidad bienenten dida
em piezaysi guepor unomis mo,
hastaquenos sepul taenlane grura,
nosempu jasindo lor hastaela bismo
y allíporfin, alfin, 
nosma ta lalo cura.

Isabel Salas

martes, 2 de mayo de 2017

TÚ SUEÑA, YO COBRO


Los que siempre se forran, ya se han forrado vendiéndole a los gordos cosas para adelgazar o ropa para obesos, les da lo mismo, a los borrachos les venden bebidas o clínicas de desintoxicación, indistintamente, según se presenten las cosas, a los fumadores, tabaco, pipas, papel de liar o libros para dejar de fumar.

A los que se aman, les ofrecen vestidos de boda, viajes de miel y divorcios, abogados, terapias de pareja y todo lo que se te ocurra, a las putas, bolsitos dorados, cepillos de dientes y tinte para el pelo primero, después, dientes postizos, pelucas y batitas de guata.

Todos somos un negocio y siempre hay un cabrón vendiéndonos algo.

Y ahora, además, las hadas madrinas del siglo XXI abren agencias de viajes o editoras, y te ayudan a cumplir tus sueños, que para eso nacieron. Nunca el mundo conoció tantos empresarios solidarios. Me imagino a sus dueños en el cole hace veinticinco años cuando la maestra preguntaba que iban a ser de mayores y la cara de gilipollas que se le debía quedar a la pobre mujer cuando ellos contestaran: hada madrina, agente de viajes o editor.

En el caso de las editoras que nacen como setas cada semana y que son lo que más conozco, porque no tengo dinero para soñar con viajes, escogen un equipo de altruistas comerciales que trabajan siguiendo todos el mismo patrón, primero te localizan en los grupos donde los aspirantes a escritor publican sus creaciones y te dejan mareado llenándote de elogios, después te cobran un huevo por una maquetación mediocre y una tirada de pocos o muchos ejemplares según tengas de lana, más tarde le venden cuarenta libros a tus cuarenta parientes y se van a buscar otro soñador dispuesto a pagar por ver su libro editado.

Tú te quedas con los libros que sobraron, te compras un muñeco vudú de Paulo Coelho y haces un trato con el diablo para que te ponga en contacto con un buen vendedor. 

Un vendedor de libros, no uno de sueños.

No el que "mereces", sino el que necesitas.

Isabel Salas





sábado, 29 de abril de 2017

EL MAYOR DE TODOS



Dicen que nuestro planeta está lleno de posibles grandes hombres, y él, sin duda, hubiera sido el rey de todos ellos, si los frustrados del mundo hubieran decidido escoger un líder: La mejor y más viva encarnación del "pudo haber sido y no fue" que jamás se vio.

Se llamaba Juan Luciano, y nadie sabía en que curvas del camino se habían ido tronchando una a una, todas las posibilidades perdidas de parecer, a los ojos de todos, el genio que él creía ser cuando cerraba los suyos y se miraba a sí mismo en el espejo ampliado su ego.

Se estrenó en la vida siendo un pésimo hijo, pero convencido de que podría haber sido el mejor de todos, caso su madre lo mereciese. El mal concepto que tenía de ella lo hicieron maltratarla sin piedad, de todas las formas posibles, y según fueron pasando los años, por el mismo motivo, fue despreciando sucesivamente, la posibilidad de ser el mejor amigo, el mejor hermano, el mejor novio, el mejor marido o el mejor jefe, ya que nadie era lo suficientemente bueno para justificar el esfuerzo que él debería invertir para cumplir tan loable objetivo.

Vivió engañándose a sí mismo y cuentan las malas lenguas que, borrachera tras borrachera, se fue burlando de los demás recordándoles que eran ellos, mediocres amigos, pésimas novias o detestables esposas quienes no merecían la pena ni el sacrificio para que él, pudiera ser el excelente esposo, novio, hermano o camarada que, sin duda, sabría ser.

Cegado por su soberbia no supo reconocer ninguna de las oportunidades que la vida, generosamente y con admirable insistencia, le fue brindando.  Nadie se quedó  a su lado el tiempo suficiente para comprobar si realmente él conseguiría ser el mejor en algo, y todos se fueron alejando, poco a poco, convencidos de que era el peor en muchas categorías.

Ninguna de las mujeres que pasaron por su vida, permaneció a su lado el tiempo suficiente para apreciar esas dotes secretas que él con tanto celo guardaba, solamente una, nunca sabremos si la más ingenua o la más valiente, aceptó darle el hijo que él tanto deseaba y fue precisamente ella, la que más tiempo sufrió sus rabietas y su arrogancia.

Esperó más que ninguna persona junto a él, convencida de que Juan Luciano no dejaría pasar la gran oportunidad de ser el mejor padre del mundo y trató, suavemente,  de recordarle muchas veces que el mejor padre sabe educar a su hijo y hacerlo feliz, cuidarlo, amparalo y hacerlo sentir seguro. Ella insistía en que para que todo eso se realizara era imprescindible que también la madre se sintiera segura y feliz y esperaba que el pobre necio lo comprendiese antes de que su paciencia se terminara.

Durante años, él se burló de ella y de sus patéticos esfuerzos por ganar unas migajas de cariño, nunca supo entender la nobleza de su corazón ni sus buenas intenciones, trató de ridiculizarla a los ojos del hijo y con el tiempo, maquinó un plan para irse con él, abandonando a la mujer estúpida y ridícula que según él, sólo había servido para darle el hijo tan deseado.

Cuando el niño cumplió los diez años empezó a mover las últimas fichas de su juego diabólico. Estaba dispuesto a abandonar a la inútil aquella a su suerte y demostrarse a sí mismo y a todos que sería el mejor padre del mundo, viviendo con su hijo lejos de la influencia de aquella gorda estúpida y haciendo de él, el hijo perfecto.

Se creía tan inteligente que en ningún momento pensó que su plan pudiera fallar. Unas semanas antes del viaje que había planeado, su mujer se fue llevándose a su hijo con ella.

El viejo Juan Luciano aún no entiende, tantos años después, como aquella burra pudo ser más lista que él, más rápida y más maquinadora. Nunca entendió que ella sólo se dejó llevar por su corazón y no tenía ningún proyecto elaborado; simplemente le dijo a su hijo, que no soportaba más vivir cerca de su padre, y que se quería marchar, que podía escoger quedarse con él si pensaba que estaría mejor que con ella, pues él tenía más dinero y mejores condiciones de darle cosas que ella no podría ofrecerle.

El niño escogió irse con ella y ella se lo llevó.

Ella dudaba mucho poder llegar a ser la mejor madre del mundo, lo único que podía prometer era intentarlo y ser lo mejor posible dentro de sus posibilidades, pero esa promesa no fue hecha a las prisas para convencer al niño de irse con ella, la había hecho en silencio diez años antes cuando lo tomó en sus brazos por primera vez y le dio su primer beso.

El mayor estratega de todos los tiempos, el mejor padre posible, se volvió a quedar en la cuneta de las posibilidades y pasó el resto de su vida reviviendo en su mente la vida que dejó de vivir porque nadie mereció ser testigo de tanta perfección.

Dicen que en los bares donde suele sentarse a beber horas y horas sin hablar con nadie, lo oyen llorar, a veces, cuando articula la única frase coherente de su intermitente borrachera mientras levanta su copa y se desea salud:

- Al mayor gilipollas de todos los tiempos.

Isabel Salas








NAVAJA EN ARGENTINA



Otro libro llega a Argentina gracias a Pilar Cesana

viernes, 28 de abril de 2017

CAJA

Un gato tarda tres días en perdonarte que lo hayas metido en una caja de mudanza, pero si lo metes con su manta favorita, en sólo dos días ya vuelve a mirarte. Lo hace con una mirada impregnada de reproche infinito de gato salido de caja de mudanza. Decepcionado, desengañado, contrariado, desencantado ... pero te mira.

Y tú, convencido, prometes nunca más hacerlo.

Isabel Salas