Algunos amores llegan así, deslizándose entre los ruidos del mundo sin que les prestemos atención. Llegan despacito, amistosos, suaves, dulces, comprensivos, pareciendo otra cosa, como si miraran hacia otro lado y tú no fueras más que una más de las miles de calles de la ciudad. Hasta que notas que no eres una más, al menos para él, y pones atención.
Comienzas a observar su velocidad, sus gestos amistosos, la suavidad de sus sonrisas, la dulzura con que siempre te habla y lo mucho que se esfuerza en comprenderte cuando te mira o te escucha. Cuando buscas sus ojos, los suyos ya te están mirando y tú, eres la calle mejor iluminada de toda la ciudad. Eres el barrio de la verbena y el amor se pone los zapatos de baile.
Empieza la fiesta. Se escucha la música. Los farolillos están encendidos.
Bailemos.
Isabel Salas