Diego lloraba detrás
del muro que él mismo había levantado.
Sus lamentos rompían
el corazón de los que desde fuera escuchaban aquellos gritos tan tristes. Sus sollozos exhalaban soledad y suplicaban por amor.
Una mujer, conmovida
por su dolor y enamorada de su aparente sinceridad, le pidió un día que la
dejase entrar. Él escuchó atento la
propuesta y analizó detenidamente las consecuencias de dejarla entrar. Por una lado ella atendia
después levantó más alto el muro, mucho más alto, con mucho esfuerzo. Descansó unas horas y tras recuperarse recomenzó su rutina de gritos y lamentos.
después levantó más alto el muro, mucho más alto, con mucho esfuerzo. Descansó unas horas y tras recuperarse recomenzó su rutina de gritos y lamentos.
El muro funcionó.
Nadie más volvió a
interrumpir su agonía.
Isabel Salas