Hay un pueblo empinado,
lleno de cuestas,
al pie de un monte anclado.
Allí viven personas eruditas,
algunas son honestas,
muchas modestas
y otras,
infelizmente,
están marchitas.
Se secaron sus flores
cansadas de lucirse
desplegando colores,
pues en el pueblo
los grandes analistas
del amor y el dolor
reniegan del perfume multicolor
y sólo ven el verde,
único tono,
que desde el trono
del rey de los colores,
el corazón les muerde.
Otras tonalidades allí no existen,
ni el negro del temor,
ni la blanca pureza,
que obviando bendiciones,
abre sin miedo,
de par en par,
sus piernas al amor.
de par en par,
sus piernas al amor.
Allí,
la pasión roja
de la sangre caliente,
del tinto de rioja
o del otoño
que le pinta con besos
los labios a la hoja,
no está bien vista,
ni siquiera
si la pintas, la cantas
o la escribes
con tu alma artista.
Poemas de colores
con la alegría
del trágico amarillo,
metáforas moradas
y azulados hiatos,
hieren y ofenden
la falta de arcoiris,
de los beatos.
Isabel Salas