Algunas cosas pasan a la luz del día y otras a plena luz de la noche.
Las hay que pasan desapercibidas y otras que llaman la atención de todos,
incluso, aunque no existan.
Muchas suceden entre cuatro paredes y otras, magníficas, sólo entre tus brazos. Cosas que no deberían de haber pasado y otras que desearíamos que pasaran y
rezamos para que así sea. Algunas que a nadie importan, y que aún así, se meten en las conversaciones de
las vecinas chismosas y unas cuantas que pasan tan a las claras que todos se
deslumbran y ni las ven.
Las hay que pasan lentamente, como los días sin ti y las que lo hacen a la velocidad en que la limonada baja por la garganta en días de
verano. Rápida y mística, haciendo que te quieras hincar de rodillas ante el altar del Dios del
hielo.
Cosas que me pasaron contigo y otras que sucedieron cuando ya te habías
muerto, (ido, callado, mudado, casado) y tengo que contártelas de noche, en mis
sueños, llorando a veces, imaginando que me oyes.
Me pasan cosas imposibles de creer y otras tan absurdas que ni merece la
pena contarlas. Coincidencias increíbles, misterios insondables, enamoramientos
inexplicables, deseos inconfesables, hambres incontrolables, ganas de reír, de
llorar, de morir, de vivir, de parar, de parir, de seguir, de sembrar, de dormir, de
escribir o de mirar por la ventana esas ramas mecidas por el viento.
Tan dulcemente.
Tan hojas vivas, tan juguetonas, tan llenas de susurros, tan esperando la
lluvia, tan del agrado de mi gata.
Pero llega gente, me traen regalos o noticias, y hacen que tenga que alejarme de la
ventana. Gente que me cuenta chistes, me distrae, me enseña nuevas recetas de buñuelos o comparte secretos conmigo que preferiría nunca haber escuchado.
Hay hombres que me tocan la guitarra para enamorarme y otros que me tocan
las tetas para calentarme. Algunos fingen que me desean para tratar de
conseguir algo de mí y otros que no me quieren aunque sus manos y sus ojos me
coman viva.
Hay momentos de paz y otros de guerra, de recapitular, de quemar naves, de
rendirse, de construir, de decidir, de destruir, de irse, de posponer, de
llegar, de bailar, sacarse el carnet de conducir, de beber, de descansar, de
discutir, de arreglar el armario, de limpiar las ventanas o de hacer sexo oral.
De alejarse.
De volver.
De arrepentirnos, de pedir perdón, de pedir permiso, de pedir la vez en la
fila, de pedir favores y de imponer.
De mandar flores o de mandar a la mierda.
De dar la mano, de dar la razón, de dar por bueno lo nefasto, por perdido
lo que no nos ama, de dar las gracias o de dar la enhorabuena. De
hacer la cama o de deshacerla hasta sacarle sangre, de hacer bizcochos y de
hacer oídos sordos.
Así es la vida, una sucesión de anécdotas, de comidas, de actos, de
canciones, de risas, de orgasmos, de frases, de viajes, de poemas, de besos, de
maletas, de gatos, de ginecólogos, de bibliotecas, de señas de wifi, de
pediatras, de colores para las uñas, de abrelatas.
Y así son las cosas.
Aleatorias.
Como el baile de las hojas de la ventana, como la vida.
Como las caricias de mi gata.
Tan impredecibles.
Isabel Salas