miércoles, 9 de septiembre de 2015

FEDERICO PERIS ALARCÓN





Se llevan a los hijos, a las hijas, a las nueras, a los yernos. Hasta los nietos se  llevan dentro de las barrigas. Algunas veces no tienen ni la decencia de devolver los niños a sus familias después de nacidos. Matan a las madres recién paridas y se quedan con los bebés.

Así.
Como el que se queda con un gatito que se encuentra en la calle y se lo lleva para que jueguen sus niños sin pensar en el desespero de la gata cuando vuelva y no vea su cría. Se reparten a los niños como quien reparte caramelos.

Se necesita ser  hijo de puta
No creo que baste ser mala persona, hay que tener un grado más de perversidad que por suerte escasea en las personas comunes. Este tipo de gente tan perra no prolifera fuera de su hábitat. Les pasa como al virus de ébola o del sida. Necesitan condiciones especificas de temperatura , humedad, corrupción y presión para vivir y jodernos y cuando éstas se dan, te llenas de manchas de sida y tus defensas se van al carajo  o te sale la sangre por los ojos y por otros agujeros hasta que te mueres en un charco rojo...o te  matan en una cárcel política para quedarse con tu hijo.

Depende del virus que te toque.

A mi familia le tocó el de llevarse a tu hijo y no devolverlo más

Hace muchos años, en 1936, un muchacho  llamado Federico, hermano mayor de mi abuela Mari Tere que entonces era una chica de veinte años recién cumplidos, salió de casa para participar de una manifestación en Madrid. 
Faltaban pocos días para empezar la guerra civil en España y nunca más volvió. No sé  contra qué protestaba, ni sé quien lo mató, cuantas horas tardaron o si fue muerte rápida o lenta después de horas de tortura, para que confesase alguna cosa.
No sé ni siquiera para quién fue su último pensamiento, si es que tuvo tiempo de pensar, nada.

Sé, sin embargo,  que mi bisabuela Anita pasó años esperándolo, sé que cuando yo tenía doce años , una tarde pasé corriendo por su lado y me paré en seco al verla llorar. Ella dejaba correr de vez en cuando unas lágrimas mansitas como hacen los viejos , pero verla llorar así desesperada con chorros de mocos y lágrimas eso era algo que yo nunca había visto y me asusté. 

Pensé que tal vez se hubiera pillado un dedo con algo, incluso el abanico podía herirla porque tenía el pellejito tan fino que sólo agarrarla fuerte para ayudarla a incorporarse le podía dejar una mancha en la piel.

Me acerqué a ver que le pasaba, y le quité con cuidado el pañuelo de las manos para limpiarle yo las lágrimas sin saber muy bien como abordar el asunto del motivo del llanto. Ella estaba senil y había días que creía  que mi abuela era su abuela o que yo era una aprendiz de costurera del taller donde ella cosió de joven. Días en que se enfadaba con el acento andaluz de sus genes trasplantados desde Madrid a Málaga y se pasaba el  rato exigiendo que pronunciásemos las eses como los  madrileños y otros en que cantaba la Zarzamora con cara de pilluela sin saber en que planeta estaba.

Pero ese día, cruelmente, el Dios de la senilidad le dio total lucidez. Sabía quien era, que edad tenía, quién era yo, nuestro parentesco y en que año estábamos.
Ella lloraba desesperada por su hijo desaparecido. 

Cuarenta y tres años después de haberlo visto por ultima vez, aún lloraba sin consuelo preguntando entre mocos qué le habrían podido hacer, dónde estaba o quién lo mató, y yo, que no tenía respuesta a ninguna de aquellas preguntas, tal vez por ser tan joven, por no saber como consolarla o por contagio me puse a llorar con ella.

Por Federico.

Aquel pariente lejano al que aprendí a querer, atravesando el tiempo y el espacio, gracias a los llantos de su madre y al que siempre recuerdo cuando veo a otras mujeres llorando por  sus hijos desaparecidos. Es su nombre el que digo bajito cuando veo labios rezando en vigilias por la paz o clamando justicia.

Lo digo en nombre de su madre, de la mía, de mi abuela, en el mío propio propio y en el de mis hijas, que un día tendrán hijos. Lo digo conjurando el peligro para que otro día, cuando el virus  ataque, sepa que en mi familia ya pagamos la deuda con las infecciones que juegan al conejo de mago con los hijos de la gente y se los llevan.
... y a los yernos, a las nueras, hasta los nietos se llevan dentro de las barrigas.

Se necesita ser  hijo de puta.

Isabel Salas