Hay quienes piden a gritos una señal de odio.
Piden ser despreciados como una penitencia improvisada que les haga sentir que de alguna manera pueden pagar así las lágrimas que provocaron. No entienden que el barro del zapato se sacude sin amargura, se limpia y se sigue andando sin pensar dos veces en él.
No comprenden que para herir de verdad, hay que ser de verdad, haber amado y haber sabido amar de verdad aunque haya sido de forma efímera y sobre todo, haber herido verdaderamente. Ellos, pobres ilusos, no pueden llegar hondo en ningún lado y no entienden la falta de rencor.
Ni como barro ni como puñalada, no hieren ni molestan, pues nada son sino una sombra fría que tapa por segundos el sol, y su efecto es superficial, fugaz, tenue y finito.
Hay quienes sueñan con ser perdonados y después olvidados, como si fueran parte de una historia de intensos sentimientos y no comprenden que son ecos sin peso ni volumen. No se conforman siendo lo que son y demandan a gritos castigos inmerecidos.
Piden ser perdonados sin entender que para eso hay que saber tocar donde ellos ni sueñan poder llegar. Que poder herir no es para quien quiere hacerlo, y sí para quien puede, incluso sin querer.
Barrito seco, miga de pan en la bufanda, que ni quema ni mancha.
Se sacude.
...Y se avanza.
Isabel Salas