Comparo mi vida con el tiempo que le lleva a una estrella hacer cualquier cosa y me doy cuenta de lo rápida que está pasando. Como soy efímera. Soy más fugaz que cualquier estrella y eso me hace sonreír. No soy un polvo cualquiera, soy polvo de estrellas fugaces.
lunes, 26 de septiembre de 2016
viernes, 23 de septiembre de 2016
miércoles, 21 de septiembre de 2016
ADIÓS
La A de adiós
ganó el concurso de nudos marineros,
y siempre,
entrena en mi garganta
cuando te vas.
Isabel Salas
ganó el concurso de nudos marineros,
y siempre,
entrena en mi garganta
cuando te vas.
Isabel Salas
jueves, 15 de septiembre de 2016
BATANIA, NEORRABIOSO.
Algunos escritores nos conquistan con una novela, con un poema o con una frase, otros con el conjunto de su obra, o con uno de sus personajes, una reflexión, una mirada, una sonrisa en una entrevista o simplemente porque nos gustan y ya está, nos tocan, nos mueven, nos conmueven y se clavan en nosotros como un injerto de limonero.
Existe una extensa lista de escritores a los que amo y admiro, las dos cosas, porque me es imposible separar amor y admiración. Gracias a eso, disfruto el cariño que aprendí a sentir por todos ellos, por mi poeta de cabecera Francisco Alvarez Hidalgo o por Gloria Fuertes, la responsable directa de haberme enseñado a leer con lágrimas en los ojos.
Por tantos otros como Stephen king, Lorca, Ken Follet, Carl Sagan, Rubén Darío o Asimov albergo esa mezcla bonita de sentimientos que los grandes lectores sentimos por los escritores que han poblado por décadas nuestras noches de lectura. Noches en las que la soledad no existía y la cama era nuestro universo particular, las estrellas eran historias, los planetas abrazos y el vacío total era la compañía completa;
Podría hablar de otros muchos escritor@s que me han marcado, pero hoy deseo compartir un poco sobre el último que ha entrado en mi corazón, lo ha tocado y allí está. Ha entrado por la puerta grande y siento que se quedará para siempre, como Isabel Allende, Machado, Jorge Amado, Miguel Hernández o Torrente Ballester.
Es un hombre y está vivo.
Quiero declarale mi amor, que es amor de lectora, sin coqueteos y sin faltarle al respeto. Es un cariño lleno de admiración por su talento y gratitud por las emociones que despierta en mí, sobre todo por hacerme recordar, una vez más, el privilegio inmenso que es amar la literatura en general y la poesía en particular.
Nunca he hablado con él, y él no sabe que existo, se llama Batania, firma como Neorrabioso y vive en Madrid. He visto su foto, he escuchado sus videos, he llorado, me he indignado, he sonreído, he imaginado su amor por esa mujer que lo entretiene a deshoras y estoy de acuerdo con él, el PNV manda en todos lados. Siempre lo sospeché y él, lo ha confirmado como lo confirma todo, con palabras sencillas llenas de caballos y contenedores de basura convertidos en viento para dar vida y hacer olas en el mar inmigrante de Madrid.
Con él he recordado porqué empecé a escribir y he sentido en la carne del alma lo fácil que es morir por falta de viento si eres caballo, canario o poeta.
Modestamente buscaba algo en sus letras para poder decirle un día, si mi plan funciona, que tenemos algo en común y debemos ser amigos. Encontré varios motivos, varios puntos de intersección menguante pero el más evidente y que más nos acerca es que yo también tengo cinco años siempre que nieva y eso apaga los kilómetros y convierte los contenedores en páginas de poemario que lo atraviesan todo y todo lo juntan.
Te mando un abrazo Batania, y comparto en mi blog y con mis amigos el placer de haberte conocido y la alegría de saber que la poesía ha vuelto y la culpa no es tuya.
Isabel Salas
martes, 13 de septiembre de 2016
viernes, 9 de septiembre de 2016
MI ABUELA Y LAS TRES DIMENSIONES
Mi hija de ocho años se echa las manos a la cabeza al explicarle que cuando yo era pequeña, la tele era en blanco y negro.
Se ríe cuando le cuento que yo, acostumbrada a ver Bill Cosby de
aquella manera, me crié pensando que los negros eran grises y que me
llevé una gran sorpresa cuando descubrí que no. Que cuando llegó la tele en color fuimos a ver un programa de animales que se llamaba "El hombre y la tierra" a casa de un amigo de mi padre porque nosotros aún no la teníamos, y a seguir le hago un relato de los comentarios de las madres, la admiración de
los padres y la unanimidad general al comprobar lo verde que se veían
los árboles.
Se descojona.
A ella, como a todos los niños actuales,
le divierten las anécdotas y las tonterías que le narro de mi infancia
pre-tecnológica. Me gusta divertirla con historietas y trato de
explicarle como era la vida antes del móvil, la tableta, Internet, el Youtube o las teles de plasma. Y ahí está el punto al que voy.
Las teles ahora vienen preparadas para 3D, y si tienes una de esas y te
colocas las gafas de cartón con dos plásticos de colores, pues puedes
ver las llamas de los incendios y casi tocar el culo de las cebras
corriendo del león.
Todo eso es muy divertido, pero nada comparado con
el desafío de ver la tele a través de una hoja de papel de celofán azul.
Si, eso mismo. Si no tuviste la suerte de pasar por esa experiencia no
puedes imaginarte como es, pero te lo voy a explicar ahora mismo. En mi
familia esa novedad fue introducida por mi abuela materna. De dónde ella
sacó la inspiración para tal artimaña o en que fundamento científico
estaba basado el acto en sí, yo nunca lo supe y si me enteré, se me ha
olvidado con otros traumas.
El caso es que cuando yo tenía más o
menos seis o siete años, un día apareció de pronto delante de la
pantalla del televisor una hoja de papel celofán azul que no se caía
porque estaba estratégicamente pisada con una virgen de Fátima y una
familia de elefantes que iba de mayor a menor en fila cumpliendo la
misión gloriosa de mantenerla en su lugar. Recuerdo que mi abuela dijo que era para proteger la vista y nadie lo discutió. Allí se quedó la hoja no recuerdo cuanto tiempo, si fueron meses o años.
Desde luego.
La cosa es que en casa de otras personas nadie puso la hoja protectora y
yo siempre tan consecuente llegué a la única conclusión lógica: la tele
de mi abuela era peligrosa para la vista, las otras no. Ni se me pasó por la cabeza que aquello fuera un error de mi abuela.
Piensa en una niña que amase a su abuela, esa era yo.
Ella se llamaba Mari Tere, nos contaba historias, nos amaba, nos hacía
flanes maravillosos que se deshacían en la boca y sobre todo, y hablo
por mí, me hacía sentir la nieta más especial del mundo. Si ella decía que mirar la tele sin el papel celofán era malo para la vista pues se miraba la tele a través de él y ya está. Yo era feliz en mi mundo sin dudas y la verdad es que mis ojos han
sufrido mucho más a lo largo de los años con cosas mucho mas graves. Y sin celofanes azules o de cualquier color que mitigaran los efectos devastadores de tantos desmanes.
Hace
unos días comentando con un amigo lo increíble que son las nuevas teles
3D me vino a la cabeza aquella imagen de la tele de mi abuela y pensé
que por poco no inventa ella sola y cuarenta años antes esa gran
novedad.
Sólo le faltó la hoja roja.
Uno de mis amores más bonitos.
Amor de abuela, amor de nieta.
Por eso, para hablar de ella...mejor por escrito, de lejos y sin celofanes. Cuando nadie me ve.
Isabel Salas
Isabel Salas
Del libro @El canario y la máquina de coser, 2015
lunes, 5 de septiembre de 2016
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