Desde pequeña me
gusta pensar en el agua.
Beberla, nadar en
ella.
Decían en la
escuela que no tiene olor, color ni sabor, pero es mentira, hay aguas con sabor
a piedras, a excursión de escuela o a flores y las hay que huelen a agua de
nevera o de bautizar paganos.
Otras son
especiales, por ellas navegas cuando alguien te dice que te ama y lo crees,
están en el cielo donde todo es posible.
Sólo los besos
pueden elevarte hasta ese mar entre las nubes, y allí, el agua, por fin, sabe a
paz.
Isabel Salas