Sebastián nunca había aprendido a tocar el piano, a apreciar la sabiduría de los refranes ni a pedir perdón. Una verdadera lástima, pues el perdón habría hecho su vejez menos solitaria y el piano, sin duda, habría llenado su soledad de música.
Los refranes, tal vez, habrían podido evitar el desastre. Era sólo prestar un poquito de atención.
Isabel Salas