miércoles, 22 de junio de 2022

LUTO EPITELIAL


 

Ya me ha pasado antes y siempre es la misma sensación. Cuando estoy en una relación de esas que modernamente se llaman tóxicas (un nombre genial por cierto) siento como realmente me envenenara de muchas maneras. Escucho a las amigas darme consejos de cómo es necesario salir de ella, pero insisto, hasta romperme la cara de todas las formas posibles e imposibles, antes de comprender que realmente es un disparate y estoy haciendo el tonto.

A cabezona y pendeja a mí, modestamente, me gana poca gente. Después entro en el período de aceptación y autoconsuelo en el que leo la biografía de grandes mujeres que vivieron grandes amores tóxicos para sentirme menos idiota y hacer valer ese refrán tan bonito de "mal de muchos consuelo de tontos". Termino incluso riéndome de mí misma y de mis patéticos llantos a la luz de la luna, escribo poemas de desamor y artículos feministas destilando rabia hacia el macho ingrato, usando así todos los recursos a mi alcance para curarme.

Y entonces, misericordiosamente, llego a la fase que yo llamo "despelleje". Soy muy blanca, me he quemado muchas veces cuando he intentado broncearme y he cambiado mi piel cientos de veces (tal vez miles si hablamos sólo de mi nariz). Incluso usando protector factor 60 el sol para mí es un problema y me quemo siempre, hasta dentro del coche conduciendo o cuando está nublado.
Cuando comienza a secarse esa piel quemada y se van cayendo las tiras de piel muerta es cuando realmente empieza la cura y deja de picar y de doler. Soy una experta y sé rascarme con todo tipo de objetos para acelerar el proceso. A veces tarda sólo unos días que se hacen larguísimos, y otras son necesarias semanas, pero al final toda la parte de fuera está nueva, ya no duele, no arde y me llena esa sensación de "aquí no ha pasado nada" que parece un halls de lo bien que respiras por todos los poros recién estrenados.
Si yo fuera de usar palabras difíciles diría que me embarga una sensación maravillosa, pero los bancos le han quitado el toque poético a esa bellísima palabra con el apoyo del gobierno rescatador de hijos de puta y prefiero usar "llenar" que es más de andar por casa (caso tengas casa y no te hayan expulsado los embargadores, ya me entiendes).

El caso es que cuando estoy saliendo de una de esas relaciones venenosas y por fin, noto que estoy en el período de cambio de piel. Cada tirita que se desprende me deja respirar mejor, empiezo a aceptar otros cortejos, me hacen reír otras bromas y hasta acepto invitaciones a salir y comer palomitas en otros cines con otro codo en mi codo fingiendo que me toca sin querer.

Es un alivio.

Una alegría.

Uno de esos velatorios alegres en los que el muerto era un cabrón y los asistentes mal consiguen disfrazar la satisfacción de verlo allí bien muerto en su cajita con la pata bien estirada. Las condolencias a los familiares suenan a "enhorabuena" aunque todos traten de disimular y en cuanto se termina el funeral todos corren a casa a meter las pertenencias del muerto en unas bolsas y donarlas al asilo de viejos más cercano.

Me jode un poco eso de que los viejos se tengan que vestir con ropa de muertos pero entiendo la parte práctica de esa costumbre y no puedo criticarla sin entrar en detalles psicológicos que os dejarían con los pelos de punta porque entiendo esa prisa en donar o tirar a la basura, en casos extremos, lo que nos recuerde al ser insoportable que acaba de morir.

En mi caso la ropa vieja, metafóricamente hablando, de mi amor fallecido son los recuerdos, las fotos, los regalos, los poemitas, las canciones y todo lo que formaba parte de aquel romance mal hilvanado que se deshace como pellejo muerto y yo, tan razonable y tan niña fontaneda como puedo ser cuando algo deja de importarme, dejo de insultar, le amarro un globo en los huevos y, como dicen los textos de autoayuda, lo dejo ir.

Que bella imagen: perdonar es dejar ir.

Empaquetado, flotando en el cielo lo veo partir y acaricio mi piel nueva dispuesta a enamorarse otra vez sabiendo que no hay protector que proteja lo bastante, pero consciente de mi extraordinario poder de cura.

Y esa sonrisa...


Isabel Salas