Escucho de fondo, mientras hablamos por teléfono, el ruido de tu coche convertido en cohete. El motor acelerado, tu voz también y esas dos cosas rápidas embalan mi corazón en un efecto dominó de sensaciones urgentes.
Todo corre más de lo normal, tu auto, nuestra sangre y las palabras que decimos. Me dices que me prepare, que vienes, que ya mismo llegas, que traes un manojo de ganas reventonas que te meten fuego, me cuentas que hay unas olas de lava desarbolada chocando contra las piedras de tu acantilado y que tu piel quema.
Ardes con la fiebre maldita, un calor sin pudor ni disfraz que tiene un GPS de girasoles y todos apuntan hacia mí.
Eres una brújula hirviendo en una sopa de letras hechas con fideos de escribir deseos. Me avisas, me adviertes que esté lista, que hierves, que el infierno está de verbena y el demonio está cabrón.
Me asusto.
Me tranquilizas riendo, no debo asustarme demasiado, será sólo la puntita de la parte de abajo del iceberg. Juegas y explicas que podrás ser un loco, un tarado, insinúas que es por eso que me gustas tanto, pero estás avisando y con guasa sonríes advirtiendo en un susurro que el que avisa podrá ser muchas cosas, pero al menos no es traidor.
Y oigo todo lo que me dices con mi sonrisa prematrimonial
Y oigo todo lo que me dices con mi sonrisa prematrimonial
Isabel Salas