Hoy me metí en el laberinto del sí.
No ese "sí" de afirmaciones categóricas sino el condicional. Ese que abre el abanico de las posibilidades muertas y me tortura cuando pienso en ti.
Hemos hablado hoy.
Porque yo quise, culpa mía, porque te busqué y tú me respondiste.
Tan formales, tan educados, tan correctos, que no pude impedir llorar al hacerlo y recordar el tiempo en que fuimos salvajes, desbocados y absolutamente incorrectos. Me acordé de tu coche y de tu aire acondicionado a todo volumen mientras conducías despacio por la ciudad oscura. Tu mano en mí, mi boca en ti y tu rugido al estallar la galaxia. Tu caricia en mi pelo y las risas en la noche camino de mi puerta.
Recordé unos besos que me diste una vez en una cama pagada por horas y que, por unas horas, fue nuestra. Allí te amé y allí, mataste mi amor recién nacido con palabras y obras que debiste omitir.
Los laberintos donde a veces entro me llevan en ciertas ocasiones a las esquinas de los finales felices y hoy te encontré allí, escogiendo callar lo que dijiste y eligiendo no hacer lo que me hiciste.
El deja vu perfecto, repetir sin errar, acertando lo que se desacertó y escapó de control.
Fue mejor.
Fue mentira, una ilusión, un espejismo dorado inconsistente pero mejor. Por un momento el laberinto fue mi país encantado y nosotros teníamos una oportunidad a la que nos agarrábamos mirándonos a los ojos. En vez de despedirnos para siempre horas después, volvíamos a los pocos días a aquel restaurante a conversar de nuevo, mientras, de nuevo, se enfriaba la carne.
Y en lugar de ese agujero inmenso que se instaló en mi corazón, nacían flores y canciones.
Durante los segundos que duró la fantasía volví a quererte como te quise en aquella cama mientras me preguntabas porqué estaba allí y evité responder.
No mentí, omití.
No mentí, omití.
Me pregunto a menudo que hubiera pasado si te hubiera dicho que te amaba desde el primer día que hablamos. No lo hago todos los días, sólo a veces, cuando veo un coche plateado como el tuyo, o cuando, como hoy, te digo hola y me respondes tan educado, tan cortés y tan formal.
Tan frío o más que tu aire acondicionado.
Tan frío o más que tu aire acondicionado.
Aquel agujero aún quema en mí.
En la garganta, en el corazón... en los huesos.
Quema, respira y, a veces como hoy, te llama.
Isabel Salas