Esa gente que agarra tu tiempo y se lo lleva a rastras, lo esconde debajo del verano y después te mira con cara de perro esperando una galleta.
Como si fuera gracioso dejarte sin aire y hacer que te quieras morir.
Esa gente existe. Ya me la crucé.
Y cuando se va, porque esa clase de gente nunca se queda, me pincha en el alma el miedo tremendo de que no sepan morirse y permanezcan vivos para siempre, robando veranos para hacer alfombras y respirando el aire que nos quitan o simplemente burlándose de nuestro afán por vivir.
Ellos no saben, nunca aprendieron y por eso son eternos.
Para morir hay que estar vivo o al menos haberse esforzado un poquito por intentar estarlo.
Isabel Salas