Siempre que Gonzalo salía de casa con
idea de ver a su amante, Cristina lo sabía.
Lo sentía con tanta claridad como si
él lo hubiera dicho con todas las palabras y aunque trataba de disimular, su
corazón se rompía en todas las ocasiones en que eso pasaba
Otras mujeres sabían jugar ese juego.
Otras mujeres sabían jugar ese juego.
Sabía que había esposas que se hacían
las ciegas y las tontas esperando que la locura pasara y el marido olvidase
esos escarceos extraconyugales para retornar amoroso y arrepentido.
Ella lo había intentado.
Lo seguía intentando pero no lo
conseguía, y ese día, en el momento en que la puerta se cerró tras su marido se
sorprendió al constatar que un nuevo deseo había nacido en su corazón.
El tiempo que le llevó a Gonzalo bajar
los nueve pisos en el ascensor e intercambiar unas palabras con el portero, fue
el que ella necesitó para escribir un sencillo mensaje que llegó al teléfono de
él justo cuando abría la puerta del portal: "No deseo que vuelvas,
dime mañana a qué dirección mando tus cosas pues no quiero dividirte más con
ella, ni verte ni oírte. No eres quien yo pensaba y menos quien yo amaba. Deja
la llave en el buzón y vete"
Gonzalo leyó el mensaje tres veces.
Llevaba tanto tiempo escudándose en su
"confusión" para justificar sus traiciones y sus mentiras que las
palabras tan claras y directas de Cristina lo descolocaron. Como siempre su
primera reacción fue intentar inventar una mentira que le permitiera seguir
jugando con las dos, pero al releer el mensaje por cuarta vez comprendió que
sería imposible.
Era el momento de la decisión final y definitiva que tanto había temido, y sólo tenía dos opciones, subir y olvidarse del fin de semana en la playa con su "corazoncito" o marcharse y olvidarse de su mujer para siempre.
Indeciso, cobarde e infantil como era no conseguía pensar como un adulto porque no estaba preparado para asumir las consecuencias de ninguna de sus decisiones.
Por un momento pensó en irse con la llave y regresar el domingo diciendo que no había visto el mensaje, imaginó que podría funcionar pues hacerse el despistado siempre le daba una tregua para maquinar nuevas mentiras.
Sin embargo esa vez no sería así, arriba Cristina también estaba haciendo sus maletas y preparándose para dejar la casa.
Durante los siguientes diez minutos la inmovilidad de él era lo opuesto a la eficacia y la rapidez con que ella se movía arriba metiendo unas ropas en una bolsa y cerrando ventanas.
Se encontraron en el portal.
Era el momento de la decisión final y definitiva que tanto había temido, y sólo tenía dos opciones, subir y olvidarse del fin de semana en la playa con su "corazoncito" o marcharse y olvidarse de su mujer para siempre.
Indeciso, cobarde e infantil como era no conseguía pensar como un adulto porque no estaba preparado para asumir las consecuencias de ninguna de sus decisiones.
Por un momento pensó en irse con la llave y regresar el domingo diciendo que no había visto el mensaje, imaginó que podría funcionar pues hacerse el despistado siempre le daba una tregua para maquinar nuevas mentiras.
Sin embargo esa vez no sería así, arriba Cristina también estaba haciendo sus maletas y preparándose para dejar la casa.
Durante los siguientes diez minutos la inmovilidad de él era lo opuesto a la eficacia y la rapidez con que ella se movía arriba metiendo unas ropas en una bolsa y cerrando ventanas.
Se encontraron en el portal.
Él estaba aún con las llaves en la
mano y sin haber tomado ninguna decisión, ella con todas las decisiones tomadas
alargó su mano y cogió el llavero del marido, separó sin inmutarse, las llaves
de casa y le devolvió el resto.
- Hasta aquí llegamos amor - Su voz sonaba clara y seca- Tú no sabes lo que quieres, lo sé, pero yo sí.
Y sin más le dio un beso en la mejilla y se fue.
Hacía años que Gonzalo no lloraba unas
lágrimas tan redondas y calientes como las que lloró parado en la acera,
enfrente de la que acababa de dejar de ser la suya, mirando como Cristina se
alejaba calle abajo sin mirar atrás.
Isabel Salas