Algunas noches, ante algunos fuegos, he sentido la necesidad imperiosa de alimentarlos quemando algunas cosas que nunca imaginé quemar. Es tan fácil dejarse llevar por ese entusiasmo piromaníaco, espontaneo y casi infantil de ver arder algunas cosas...
Faldas que nos recuerdan momentos grises, dibujos de niños que ya han crecido, Romas, fotos que no significarán nada para nadie ahora que ya no significan nada para mí, Troyas, zapatos, Parises, camisas, Lisboas, tickets de teatro, fábricas textiles con humos morados, cartas del banco, carnets de biblioteca, talonarios del banco Santander de alguna cuenta conjunta, otra camisa, el otro zapato, una caja de madera de guardar recuerdos y otro montón de cosas que sólo echo de menos cuando me olvido que las quemé y las busco para mirarlas a los ojos.
Y entonces no sé si algunos fuegos me convocan, sin querer, a hacer tonterías, si algunas cosas nacieron para ser quemadas, antes o después, o si el problema soy yo, que me dejo embrujar por las llamas y termino quemando algunas cosas que no había imaginado quemar nunca y luego quiero volverlas a mirar y ya no están y me quedo desorientada y triste sin poder leer los dos nombres juntos en los putos cheques de la maldita cuenta conjunta del banco Santander, sucursal Larios, nueve.
No sé si la culpa es mía por ser una piromaniaca infantil arrebatada por entusiasmos espontáneos irresistibles o es de algunos inviernos, que son demasiado fríos y duran demasiado o de algunas noches, que se llenan de fuegos muertos de hambre, habitados por llamas que se ríen de mis fotos y de mis Parises y simplemente, se los quieren comer.
Isabel Salas