He estado tantas veces triste y por tantos motivos que al final mi tristeza ha evolucionado, ya no es abstracta ni inmaterial, se transformó en algo tangible, rebota como una bola de goma y antes de que me de tiempo a sentirla, da un bote, se escapa por la ventana y sale corriendo calle abajo. Parece una de esas piedras que saltan en los ríos, sin ruido ni futuro.
Las piedras se las traga el agua y a mi tristeza se la traga el mundo, con su hambre de monstruo que todo lo engulle, hambre de cosas feas o bellas, todo le sirve.
Hasta el derecho a saborear mi tristeza intangible, me ha sido vetado con el tiempo, como si ya se hubiera gastado mi cupo de sinsabores y el Dios de las bolas de goma hubiera encontrado ese recurso milagroso para mimarme. Misericordiosamente transforma mis penas en pelotitas de colores y es todo tan rápido, que a veces tengo que esforzarme mucho si quiero mirarlas, pues dispongo de pocos segundos antes de verlas saltar alejándose de mí. Corren tanto que antes de saber porqué estoy triste, las penas malditas ya se alejan sin decirme adiós.
Ni hola me dicen, ni cómo estás... y yo no sé que hacer...si correr detrás de ellas para mirarlas o cerrar mis ojos y empujar las lágrimas para adentro antes de que salgan a desperdiciarse llorando penas que se van sin despedirse.
Isabel Salas