Después de varias semanas sintiéndome un elefante en la cristalería, hoy por fin ha amanecido el día con el ruido acelerado de páginas pasando. Lo acompañaba un aire anaranjado de esos que lo pinta todo con colores de mesita de terraza esperando que lleguen los clientes. Me quedé feliz porque necesitaba recordar exactamente eso, que no todas las sillas estarán llenas cuando llegue al próximo lugar donde me esperan.
Me reconfortó la idea. Era una de esas ideas con música incorporada, olía a sábana caliente de sol y a tostada con miel. Su llegada sirvió para que pudiera sonreirle un tantito a mi alma malherida y animarla a empaquetar.
Otra vez llega la hora de hacer maletas y de nuevo el viaje nos llama. Más trenes, más kilómetros, nuevos lugares nos esperan. Por enésima vez nos alejaremos de lo que no pudo ser y trataremos de llegar, a lo que sí quiera serlo. Dejaré atrás otro corazón rodeado de inexpugnables muros, y me esforzaré en olvidar como brillaban los ojos de su dueño o como me habría gustado que dijera mi nombre adornándolo con estrellas.
Otra vez llega la hora de hacer maletas y de nuevo el viaje nos llama. Más trenes, más kilómetros, nuevos lugares nos esperan. Por enésima vez nos alejaremos de lo que no pudo ser y trataremos de llegar, a lo que sí quiera serlo. Dejaré atrás otro corazón rodeado de inexpugnables muros, y me esforzaré en olvidar como brillaban los ojos de su dueño o como me habría gustado que dijera mi nombre adornándolo con estrellas.
Detesto ese aroma de guerra perdida al que huelen algunos perfumes masculinos, impregna mi ropa de derrota y me hace temer que el destino se burla de mi, que de nuevo llego demasiado tarde y todos los asientos están ocupados, todo el pescado vendido y todas las esperanzas muertas.
Hoy amanecí con el propósito renovado y solemne de seguir caminando hasta encontrar mi lugar al sol: Esa silla que fue hecha para mí y me espera, vacía, templada y ansiosa.
Isabel Salas
Isabel Salas