En lo oscuro del útero, un corazón late por vez primera. El primero de miles de latidos, el único primer latido posible de cada corazón. A su lado, muy cerca, el dedo del destino espera. Es eterno y no late, vive sin estar vivo y nunca morirá, es apenas un dedo que toca corazones como quien acaricia paredes de vecinos al pasar.
Y espera.
Espera atento la señal inequívoca que lo hará decidir qué futuro tendrá el dueño del nuevo corazón. Unos latidos más, nuevos pulsos de vida libre. Melodía vital, tambor alegre de música que baila cantando una canción recién nacida. El dedo se acerca y con él, el resto de las manos del destino que toman al pequeño corazón mientras llega la señal. Y por fin, después de unas decenas de latidos, llega uno vibrante, diferente, musical. El destino marcará otro ser, escogido entre miles y la emoción lo embarga.
Antes de hablar debe esperar a que las lágrimas abandonen sus ojos y su garganta. Con delicadeza extrema abre sus labios y pronuncia dulcemente las palabras fatales que colocarán grilletes eternos al pequeño corazón:
– “Tus ojos brillarán con la luz de la luna y sabrán ver lo oculto y lo aparente. Sabrás amar y ser amado, pero raramente coincidirán ambas cosas. Apenas por gloriosos instantes conocerás el amor en plenitud, pero bastarán para que él sea
parte de ti.
Tu piel será capaz de descifrar los mensajes del viento y tus palabras llegarán tan lejos como el más fuerte vendaval. Tendrás el don de escuchar los olores de las flores y oler el perfume de las caricias. Tus lágrimas estarán hechas de lava de volcán y tu risa de nubes blancas. Sabrás mirar, oler, tocar, hablar y amar. Podrás sentir en ti, cada uno de los giros del planeta, escucharás sus gritos y sus risas, serás parte de ellos.
Todo será parte de ti.
Serás Poeta.”
Isabel Salas