La historia de cómo el corazón y el intestino piensan por nosotros y cómo se descubrieron las neuronas que existen en esos dos órganos, es fascinante y nos demuestra lo poco que sabíamos del cuerpo humano hace solo unas décadas. Aunque hoy en día se habla del "segundo cerebro" en el intestino y del "cerebro cardíaco", llegar a entender que estas redes neuronales eran capaces de influir en nuestras emociones y decisiones tomó más de un siglo de investigación.
El primer paso en esta dirección lo dio Leopold Auerbach, un anatomista alemán que, en 1862, identificó una red neuronal en el intestino que bautizó como plexo mientérico o plexo de Auerbach. Esta red se distribuye a lo largo del tracto digestivo y es capaz de funcionar de manera independiente del cerebro. Luego, a finales del siglo XIX y principios del XX, Santiago Ramón y Cajal revolucionó el estudio del sistema nervioso demostrando que las neuronas no forman una red continua como se pensaba, sino que son células individuales capaces de comunicarse entre sí. Este descubrimiento fue fundamental para que la neurociencia avanzara y los científicos pudieran estudiar cómo funcionan estas células en diferentes partes del cuerpo, no solo en el cerebro.
Sin embargo, fue en el siglo XX, con la llegada de nuevas técnicas de investigación, cuando se pudo profundizar en las funciones de las neuronas en el intestino y el corazón. En la década de 1990, el Dr. Michael Gershon se centró en el estudio de este "segundo cerebro" en el intestino y descubrió que contiene más de 100 millones de neuronas que, además de controlar la digestión, pueden influir en nuestro estado de ánimo, en nuestras emociones e incluso en cómo percibimos ciertas situaciones. Esta fue una de las primeras confirmaciones científicas de que el intestino no solo procesa alimentos, sino también información.
Algo similar ocurre con el corazón. Investigadores encontraron una pequeña pero significativa red de neuronas en el tejido cardíaco que se encarga de controlar algunos aspectos del ritmo cardíaco y enviar señales al cerebro. Es como si el corazón tuviera su propio centro de control y, al igual que el intestino, es capaz de interpretar señales y enviar mensajes. Todo esto ocurre a través de la conexión con el cerebro por el nervio vago, creando una comunicación constante y bidireccional.
¿Y cómo se traduce todo esto en la vida diaria? ¿Qué significa que el intestino y el corazón "piensan"? Pues bien, significa que cuando experimentamos sensaciones como "mariposas en el estómago" antes de una decisión importante, o cuando sentimos que el corazón late más rápido o con más fuerza ante una situación que nos genera inseguridad, no son solo reacciones aleatorias. Esas neuronas en el intestino y el corazón están percibiendo señales del entorno o del cuerpo que el cerebro racional puede no captar con claridad.
Muchas veces, ignorar esas señales, o decidir no hacerles caso porque "no tienen lógica" o "no se pueden explicar", puede llevarnos a tomar decisiones precipitadas o poco seguras. Pensemos en situaciones cotidianas: has sentido una corazonada de que alguien no es de fiar, pero decides no prestarle atención porque no tienes pruebas racionales para justificarlo. Semanas después, te das cuenta de que esa persona te traicionó o no actuó de manera honesta. O quizás en una reunión importante sientes un nudo en el estómago que te advierte que deberías ser más cauteloso con lo que dices, pero no lo haces y terminas metiéndote en un conflicto innecesario.
No hacer caso a estas señales del corazón o del intestino puede llevarnos a problemas que, de haber prestado atención, podríamos haber evitado. En nuestro afán por ser "racionales", creer que tenemos que hacer caso al cerebro y no dejarnos llevar por "sentimientos sin lógica", a veces nos ponemos en peligro sin darnos cuenta. Es como si estuviéramos desconectando las alarmas de seguridad de nuestro propio cuerpo, ignorando advertencias que llevan miles de años evolucionando para mantenernos a salvo.
Por eso, aprender a escuchar y entender estas señales no significa ser irracional, sino ser más consciente de toda la información que nuestro cuerpo nos está brindando. Después de todo, no se trata de que el cerebro sea el único que toma decisiones, sino de que todas estas "mentes" —la cerebral, la cardíaca y la intestinal— trabajen en equipo para mantenernos seguros y bien encaminados en la vida.
Desde que lo entendí trato de escuchar más mis intuiciones y no descartar los avisos que mi cuerpo me envía. Espero que tú a partir de ahora, investigues todo este tema tan interesante y lo vayas aplicando.
Isabel Salas