Aprender a engañar a los demás fue el camino de mentiras que lo llevó a escalar, paso a paso, la cumbre del cinismo. Cuando por fin consiguió engañarse a sí mismo y empezó a creerse sus propias mentiras, su corazón, derrotado, dejó de latir y comenzó a fingir al igual que su dueño.
Ya no latía, entró en el modo simulacro
El ruido que salía de él, parecía el ruido común de cualquier reloj de corazón, así, como las palabras de amor que pronunciaba o escribía el hombre a quién había servido, parecían ser palabras de amor sincero a los ojos del mundo.
Sólo dos ojos lloraban la muerte en vida de aquel poeta, pues sólo ellos sabían ver el disfraz con el que él envolvía sus últimas poesías. Dos ojos decepcionados, creados para leer verdades, sonreír con los versos de amor y emocionarse con la belleza de la sinceridad que enciende la llama de los poetas.
Dos ojos que sabían escuchar los latidos que palpitan en cada letra de poema y que cuando dejaron de escuchar los suyos, se cerraron despacio tratando, inútilmente, de contener las lágrimas.
Cuando una musa llora, lloran la vida y la poesía entera.
... y hasta los corazones, que ya no laten, lloran con ella.
Isabel Salas