martes, 12 de julio de 2022

AMANECER


Amanecer en la playa se parece mucho a despertar contigo.

Caminar por la orilla, hablando algunos pasos, callando otros, disfrutando el momento, tocándonos con ese suave roce del que toca lo suyo. Tu piel tiene el color de la arena mojada, la mía el de la espuma, y juntos, pintamos la marea con tonos rosados que calientan el día. Somos pincel y lienzo, paleta y tinta, dos y todo, parte del paisaje y universo aparte. 

El sol huele a naranja, tu cuello a coco y el aire es un perfume de promesa imperfecta, recién nacida, que abarca todo y a nada teme, que todo quiere darlo y nada ve imposible cuando jura, segura, que será para siempre. 

Y parece mentira que pueda ser verdad tanta alegría y sin querer, aunque te enfades, lloro. 

Amanecer contigo se parece mucho a despertar mecida por las olas, suaves, impetuosas y llenas de caricias. Embestidas de agua, de hombre enamorado, de deseo que se sacude el sueño con los ojos cerrados y el alma abierta. Y te quiero tanto cuando amanece. 

Y te quiero tanto siempre. Y el mar lleno de luces de amanecer es tan igual a ti, que cuando en ti amanezco, paseo por la orilla como quien anda con los pies en las olas tocando el cielo, caminando, volando, entregándote en cada beso todo lo que me pides, mi amor, mi alma, mi confianza, mi manantial secreto y esa risa de hembra que tanto aprecias y te hace reír cuando dices que es tuya, y que sólo tú sabes desenterrarla de la arena. 

Y es verdad, esa risa de amanecer contigo, solo contigo nace y amanece. Sólo en tu boca se desborda y crece. 

Y sólo tú sabes que existe, cuando se viste con colores de ola recién pintada,  y te abrazo con la fuerza del mar que se despierta en mí, embestido por ti.



Isabel Salas
Del Libro  TE CONTENGO, 2017

sábado, 9 de julio de 2022

GONZALO





Siempre que Gonzalo salía de casa con idea de ver a su amante, Cristina lo sabía.  

Lo sentía con tanta claridad como si él lo hubiera dicho con todas las palabras y aunque trataba de disimular, su corazón se rompía en todas las ocasiones en que eso pasaba

Otras mujeres sabían jugar ese juego.

Sabía que había esposas que se hacían las ciegas y las tontas esperando que la locura pasara y el marido olvidase esos escarceos extraconyugales para retornar amoroso y arrepentido.

Ella lo había intentado.

Lo seguía intentando pero no lo conseguía, y ese día, en el momento en que la puerta se cerró tras su marido se sorprendió al constatar que un nuevo deseo había nacido en su corazón.

El tiempo que le llevó a Gonzalo bajar los nueve pisos en el ascensor e intercambiar unas palabras con el portero, fue el que ella necesitó para escribir un sencillo mensaje que llegó al teléfono de él justo cuando abría la puerta del portal: "No deseo que vuelvas, dime mañana a qué dirección mando tus cosas pues no quiero dividirte más con ella, ni verte ni oírte. No eres quien yo pensaba y menos quien yo amaba. Deja la llave en el buzón y vete"

Gonzalo leyó el mensaje tres veces.

Llevaba tanto tiempo escudándose en su "confusión" para justificar sus traiciones y sus mentiras que las palabras tan claras y directas de Cristina lo descolocaron. Como siempre su primera reacción fue intentar inventar una mentira que le permitiera seguir jugando con las dos, pero al releer el mensaje por cuarta vez comprendió que sería imposible.

Era el momento de la decisión final y definitiva que tanto había temido, y sólo tenía dos opciones, subir y olvidarse del fin de semana en la playa con su "corazoncito" o marcharse y olvidarse de su mujer para siempre.

Indeciso, cobarde e infantil como era no conseguía pensar como un adulto porque no estaba preparado para asumir las consecuencias de ninguna de sus decisiones.

Por un momento pensó en irse con la llave y regresar el domingo diciendo que no había visto el mensaje, imaginó que podría funcionar pues hacerse el despistado siempre le daba una tregua para maquinar nuevas mentiras.

Sin embargo esa vez no sería así, arriba Cristina también estaba haciendo sus maletas y preparándose para dejar la casa.

Durante los siguientes diez minutos la inmovilidad de él era lo opuesto a la eficacia y la rapidez con que ella se movía arriba metiendo unas ropas en una bolsa y cerrando ventanas.

Se encontraron en el portal.

Él estaba aún con las llaves en la mano y sin haber tomado ninguna decisión, ella con todas las decisiones tomadas alargó su mano y cogió el llavero del marido, separó sin inmutarse, las llaves de casa y le devolvió el resto.

- Hasta aquí llegamos amor - Su voz sonaba clara y seca- Tú no sabes lo que quieres, lo sé, pero yo sí.

Y sin más le dio un beso en la mejilla y se fue.

Hacía años que Gonzalo no lloraba unas lágrimas tan redondas y calientes como las que lloró parado en la acera, enfrente de la que acababa de dejar de ser la suya, mirando como Cristina se alejaba calle abajo sin mirar atrás.

Isabel Salas










viernes, 1 de julio de 2022

VUELA CONMIGO




Mucho viento.

Tanto viento que hacía hasta olas cuando pasaba entre las casas. 
Olas de aire caliente que  se arremolinaba debajo de las faldas de las mujeres. Mucho viento avisando que en pocos segundos empezaría la lluvia. 

El tipo de viento que empuja a las personas para dentro de casa, que dice que va a llover. Viento de ruido, que silba canciones antiguas de desastres inminentes. 

De escóndete. 

Viento fuerte del que asusta a los bebés en la cunitas. Ese viento hacía ayer en la calle, del que se cuela por debajo de las tejas imitando fantasmas de desván, y yo tras mi cristal lo miraba curiosa con ganas de su abrazo. Salí a la puerta y lo llamé como se llama al perro del vecino, sabiendo que no es nuestro pero que nos conoce y a lo mejor, le da por venir. 

Me acerqué, por si quería entrar dentro de mi cabeza, darse sólo una vuelta entre los pensamientos que dedico a ti y consigue  arrastrarte ... lejos de aquí.

Se lo pedí pero me dijo NO.

Que no podía entretenerse en algo tan difícil,  que llevaba prisa, que no podía enredarse en misiones eternas. Que arrancar arbolillos y destrozar tejados es algo fácil, que no cansa a los vientos decentes, bien entrenados, pero borrar amores es trabajo imposible.

Si quieres, dijo, quédate quietecita, abre los brazos, cierra los ojos, levanta la cabeza, piensa en columpios, imagina que vuelas y vete lejos de ese amor que te ahoga. Yo puedo ser tu amigo, llevarte con las hojas, abre la mente:  Vuela conmigo.

Le dije sí, por eso no me ves.
Me fui con él.

Isabel Salas




domingo, 26 de junio de 2022

ALMA EN CALMA




En mi balcón,
macetas con geranios.
Y tú,
 en la sonrisa
de mi corazón.

En mi piel,
la huella de tus manos.

En mis oídos,
tus palabras de miel.

En mi cuerpo,
músculos olvidados 
me recuerdan tras estar contigo,
como pueden doler
después de desbocados.

En mi alma
el olor de la tuya,
que es la paz de la mía
y mi calma.

Isabel Salas


sábado, 25 de junio de 2022

TAN ARRUGADO


El tiempo pasó,
 y tú, 
con él, por fin,
 pasaste.

El amor pasó, 
y nosotros, 
pasamos con él.

Pasamos,
terminamos,
ya no estamos.

Como el viento, mi amor, 
que pasó
y me llevó con él.

El amor que era tuyo,
se fue, se terminó, 
se ahogó, 
lo eliminaste.

Como el agua del río
dañina y corriente
arañaste la roca, me dañaste,
me heriste, me olvidaste
y te fuiste.

Puñal 
que pasó por mi alma
cortándola en dos, 
así me partiste, 
sin dudar 
ni sentir mi dolor,
antes de irte.

Pero ya se olvidó.
Como el aire, 
pasó.

Como pasó el  dolor 
o el temblor 
de mi piel.

 Como mis lágrimas,
que pasaron rodando.
rodaste,
 te marchaste.

Ya no sé que decir
ni cuando pasas cerca,
yo que te amaba tanto.

Yo,
que siempre te hablaba, 
sé que ya no te amo
como te amaba.

Ni mis palabras, ni yo
ni mis derrotas,
quieren hablar contigo.

El tiempo ya pasó,
y con él admití,
que te llevó consigo.

Acepté que a pesar,
 de ser parte de mí,
tú ya no estás conmigo.

Isabel Salas

miércoles, 22 de junio de 2022

LUTO EPITELIAL


 

Ya me ha pasado antes y siempre es la misma sensación. Cuando estoy en una relación de esas que modernamente se llaman tóxicas (un nombre genial por cierto) siento como realmente me envenenara de muchas maneras. Escucho a las amigas darme consejos de cómo es necesario salir de ella, pero insisto, hasta romperme la cara de todas las formas posibles e imposibles, antes de comprender que realmente es un disparate y estoy haciendo el tonto.

A cabezona y pendeja a mí, modestamente, me gana poca gente. Después entro en el período de aceptación y autoconsuelo en el que leo la biografía de grandes mujeres que vivieron grandes amores tóxicos para sentirme menos idiota y hacer valer ese refrán tan bonito de "mal de muchos consuelo de tontos". Termino incluso riéndome de mí misma y de mis patéticos llantos a la luz de la luna, escribo poemas de desamor y artículos feministas destilando rabia hacia el macho ingrato, usando así todos los recursos a mi alcance para curarme.

Y entonces, misericordiosamente, llego a la fase que yo llamo "despelleje". Soy muy blanca, me he quemado muchas veces cuando he intentado broncearme y he cambiado mi piel cientos de veces (tal vez miles si hablamos sólo de mi nariz). Incluso usando protector factor 60 el sol para mí es un problema y me quemo siempre, hasta dentro del coche conduciendo o cuando está nublado.
Cuando comienza a secarse esa piel quemada y se van cayendo las tiras de piel muerta es cuando realmente empieza la cura y deja de picar y de doler. Soy una experta y sé rascarme con todo tipo de objetos para acelerar el proceso. A veces tarda sólo unos días que se hacen larguísimos, y otras son necesarias semanas, pero al final toda la parte de fuera está nueva, ya no duele, no arde y me llena esa sensación de "aquí no ha pasado nada" que parece un halls de lo bien que respiras por todos los poros recién estrenados.
Si yo fuera de usar palabras difíciles diría que me embarga una sensación maravillosa, pero los bancos le han quitado el toque poético a esa bellísima palabra con el apoyo del gobierno rescatador de hijos de puta y prefiero usar "llenar" que es más de andar por casa (caso tengas casa y no te hayan expulsado los embargadores, ya me entiendes).

El caso es que cuando estoy saliendo de una de esas relaciones venenosas y por fin, noto que estoy en el período de cambio de piel. Cada tirita que se desprende me deja respirar mejor, empiezo a aceptar otros cortejos, me hacen reír otras bromas y hasta acepto invitaciones a salir y comer palomitas en otros cines con otro codo en mi codo fingiendo que me toca sin querer.

Es un alivio.

Una alegría.

Uno de esos velatorios alegres en los que el muerto era un cabrón y los asistentes mal consiguen disfrazar la satisfacción de verlo allí bien muerto en su cajita con la pata bien estirada. Las condolencias a los familiares suenan a "enhorabuena" aunque todos traten de disimular y en cuanto se termina el funeral todos corren a casa a meter las pertenencias del muerto en unas bolsas y donarlas al asilo de viejos más cercano.

Me jode un poco eso de que los viejos se tengan que vestir con ropa de muertos pero entiendo la parte práctica de esa costumbre y no puedo criticarla sin entrar en detalles psicológicos que os dejarían con los pelos de punta porque entiendo esa prisa en donar o tirar a la basura, en casos extremos, lo que nos recuerde al ser insoportable que acaba de morir.

En mi caso la ropa vieja, metafóricamente hablando, de mi amor fallecido son los recuerdos, las fotos, los regalos, los poemitas, las canciones y todo lo que formaba parte de aquel romance mal hilvanado que se deshace como pellejo muerto y yo, tan razonable y tan niña fontaneda como puedo ser cuando algo deja de importarme, dejo de insultar, le amarro un globo en los huevos y, como dicen los textos de autoayuda, lo dejo ir.

Que bella imagen: perdonar es dejar ir.

Empaquetado, flotando en el cielo lo veo partir y acaricio mi piel nueva dispuesta a enamorarse otra vez sabiendo que no hay protector que proteja lo bastante, pero consciente de mi extraordinario poder de cura.

Y esa sonrisa...


Isabel Salas

 


domingo, 19 de junio de 2022

TAL PARA CUAL



Ella era una tal,
alzada y altanera, 
prepotente y letal,
muñequita de cera, 
y él, 
era un cual.

Eran almas gemelas,
predestinadas.
Cual para tal
y así se amaron,
tal para cual.

Ella dejó al marido traficante
y huyó con el poeta
que le escribía versos,
con tinta destilada
de la bragueta.

Gilda sin guante,
genio perverso,
carta marcada,
Fría y coqueta
pretendía ser centro
del universo.

Ella,
joya preciosa,
acostumbrada al lujo,
avariciosa,
cambió al granuja
por el granujo.

Él, ambicionando paz,
cayó en la trampa 
que le tendió el disfraz
de la princesa.

Necio y falaz,
mentiroso, cobarde
y adulador,
no comprendió
que ella jugaba 
al juego del amor
como jugaba él.

Los dos fingieron ser
cual para tal,
y al final eso fueron
amor de atardecer,
de intermitencia,
siendo tal para cual, 
uno del otro,
la penitencia.

Isabel Salas





sábado, 4 de junio de 2022

DE VUELTA


Algunos abismos, en vez tragarnos y hacernos desaparecer en el oscuro infinito, resulta que, inesperadamente,  demuestran ser dignos de estar entre los mejores profesores que la vida nos tenía reservados. Nos enseñan de qué estamos hechos, nos sirven de espejo para mostrarnos quienes somos en realidad, nos dan la oportunidad de aprender, de mejorarnos y de conocer personas a las que nunca habríamos conocido si no hubiéramos reunido el coraje necesario para saltar y lanzarnos al vacío.

Esos vacíos tan didácticos, existen, no lo dudes. Son tan inhóspitos que lamentas no tener las mismas vidas que tu gato (o la mitad) para poder morir un ratito y descansar un poco de sentir pánico mientras esperas a que se active la próxima vida y así, poder continuar cayendo por ese túnel oscuro que un día, te pareció la alternativa más viable. Ese espacio negro en el que te zambulliste cuando te percataste de que quedarte sin saltar era la muerte segura y lanzarte a lo desconocido, tal vez ofreciera alguna oportunidad de sobrevivir, caso los milagros existieran y los finales felices estuvieran hechos también para gente como tú.

Nadie debería pasar por eso, pero todos los días alguna persona en este mundo, opta por salir de su "zona de confort" cuando entiende que lo conocido es totalmente letal y previsible. Hay una sentencia inevitable a punto de ser anunciada  y la única alternativa de salvación, es la salida desesperada.

Seguramente muchos mueren en ese abismo, tras ese salto sin paracaídas. Esas decisiones se hacen precipitadamente, sin planes elaborados llenos de as y bes, se producen en uno de los últimos segundos de cordura, o tal vez en el primero de locura, aún no lo sé muy bien, pero si sé que suelen terminar muy mal, y sin embargo otras veces, porque el destino es caprichoso y la vida un festival de sorpresas,  acaban muy bien. 

Terminan bien porque inesperadamente, encontramos manos tendidas, voces amigas, consejos útiles, gente que se la juega con y por nosotros y sobre todo, el abismo insondable nos obliga a encontrar las fuerzas para confiar en esas manos y creer en esas voces. El frío nos permite escuchar esos consejos y nos incentiva a abrazar sin miedo a las personas que se la juegan por nosotros. 

Y es venciendo ese miedo que volvemos a ser aquellas personas que un día fuimos y es ese el momento en que dejas de caer en caída libre y comienzas a flotar y a ver frenada tu velocidad de impacto. 

Es cuando el abismo deja de estar tan oscuro y puedes entreabrir los ojos por pocos segundos y ya no parece tan oscuro, y es cuando empiezas a pensar en otras posibilidades y el miedo se hace cada día más chiquito, y la esperanza cada semana, más grande, hasta que un día sientes algo duro debajo de tu pie y tanteas con cuidado antes de abrir los ojos de par en par y resulta que has llegado al final.

Y no has muerto.

Hace sol.

El día se presenta como el primero de otros días fuera del abismo al que un día saltaste empujado por el terror, y hoy, ese mismo agujero, te devuelve al mundo transformado en una mejor versión de ti mismo, con aquella sonrisa que solías tener cuando los abismos no existían.

Y un amigo querido ve tu foto y te dice que hace años no veía esa sonrisa en tu rostro y tú, por fin, puedes salir a la ventana y pedirle al sol que te acaricie, que te reconozca y diga tu nombre: estás de vuelta.

Isabel Salas