domingo, 3 de abril de 2022

SIN BESOS


Pasear por una ciudad donde nunca has besado, es sentirse delante de todas las puertas cerradas del mundo y no saber como hacer para que alguien abra una de ellas y, con una sonrisa,  te invite a un café en una cocina que huela a navidades.

Las puertas cerradas siempre tienen ese misterio agridulce de las promesas que otros intercambian en el banco de al lado. Funcionan casi con las mismas palabras mágicas que los corazones escarmentados o los árboles desnudos. A veces conseguimos encontrar el abracadabra que rompe el hechizo y nos permite traspasar todos los umbrales y todas las murallas y otras no.

Otras te tienes que conformar con mirar las promesas desde fuera y oler las cocinas a lo lejos, con escuchar las caricias desde el banco vecino y aprender a cerrar los ojos para que tu amigo el sol pueda acariciarte cuando, al borde del agotamiento, decidas descansar apoyando la espalda en alguna pared, de alguna esquina, de alguna ciudad donde nunca hayas besado.

El sol es tan nuestro, que no importa si nos encuentra andando por nuestro barrio o por el barrio de una ciudad ajena, siempre nos reconoce, siempre nos acaricia la mejilla con su roce amarillo, y a veces, cuando se alegra mucho de vernos, se mete en las hojas doradas de otoño y las hace brillar con su fuego. Después se desprende de los árboles, nos cerca, nos besa y nos hace sentir menos solos en medio de tantas puertas cerradas.

Más calientes, más amados.

Mucho menos extranjeros.

Isabel Salas