martes, 9 de julio de 2019

TÚ Y TU CASTILLO



Construiste un castillo en las nubes, lleno de torreones, almenas, puentes levadizos, promesas y murallas protectoras.

Precioso.

Un castillo encantado completo y funcional, perfecto, inaccesible, plantado en las alturas de la nube más amplia, protegido del mundo, de la realidad, de los olores de la vida, del sudor, de los gritos de parto y de  las lágrimas negras de la soledad.

En tu castillo todo es majestuoso, inmaculado, blanco, suave, grandioso, impenetrable, bello. Nada puede atacarlo.

Nadie puede habitarlo.

Ninguna fuerza podrá sostenerlo, cualquier día, cualquier soplo de viento lo desmoronará. Sin embargo, no tendremos que lamentar desgracias personales, las fantasías no sangran, se deshilachan zarandeadas por brisas de realidad, y sin estruendo, se diluyen en el espacio junto a otras cosas igualmente fáciles de olvidar.

Isabel Salas

jueves, 4 de julio de 2019

POESÍA DADARRIMADA


Antimeter 
sin golpear.

Desfallecer.
Arrinconar
sin esperar.

Antisocial,
antihumedad,
antesdeayer.

Redescubrir 
la gravedad
antinormal
de amanecer.

Y soportar,
sin importar,
la soledad
de despertar.

Isabel Salas


martes, 2 de julio de 2019

DEJAR DE CREER


Dejar de creer
es mucho peor 
que dejar de querer.

Más eficaz, 
más cruel, 
más letal,
mucho más poderoso.

Dejar de quererte
vendrá con el tiempo
pero tus mentiras
mataron mi fe
y nada que digas 
hará que yo pueda
volverte
a creer.

Isabel Salas

lunes, 24 de junio de 2019

VIOLACIONES PUNITIVAS


Puedo entender la alegría por la reciente condena de la manada. La comparto y creo que es una pequeña prueba de que el sistema judicial está dejando, (muy poquito a poco), de ser tan parcial como casi siempre me parece cuando acompaño sentencias que tienen que ver con violencia o violaciones de mujeres y niños.

Está comprobado que los violadores, los pederastas y los maltratadores no tienen rehabilitación y tal vez deberíamos debatir si habría que sentenciarlos a cadena perpetua y dejar de perder el tiempo reinsertando a unos canallas que cuando salen de prisión vuelven a violar y a golpear.

Sin embargo, dicho esto, no comparto ese sadismo que observo en algunos comentarios cuando celebran las violaciones que esos cinco imbéciles, posiblemente, sufrirán en prisión. 

Si esas violaciones suceden, será por culpa del mismo sistema que permite el porno que deforma la mente de nuestros niños, incentiva y ampara la prostitución como un trabajo más, se burla de las chicas que son violadas tras ser drogadas con cualquier mierda, ridiculiza las denuncias de una mujer tras años de violencia a manos de su marido o ignora los pedidos de socorro de los niños (hijos de maltratadores o pederastas), alegando que son mentiras que la madre les inculcó.

Y es contra ese sistema que yo estoy luchando.

¿De verdad queremos que los violadores sean violados? Entonces legislemos para eso. Con valentía. Salgamos a las calles a pedir una reforma del código penal que contemple esa solución y hagamos de la violación punitiva una acción legal practicada por verdugos sindicalizados. Hasta que ese día llegue (si es que estamos tan tarados como para permitir que llegue) me repugna la idea de incentivar y aplaudir que unos reclusos violen a otros como muchos y muchas piden hoy a los presos de Sevilla. 

Se leen comentarios en las redes que, con pocas variaciones y resumiendo, quieren que les revienten el culo a los de la manada.¿Dentro de unos meses les pediremos a ellos que hagan lo mismo con el próximo violador? ¿Dejarán entonces de ser villanos para convertirse en héroes? ¿Deberemos aplaudirles entonces?

Yo he sufrido violencia y por desgracia también sé lo que es vivir en un ambiente de terror doméstico. No deseo que nadie, bajo ninguna circunstancia, se vea obligado a vivir con miedo o se vea sometido con golpes y amenazas a hacer lo que otro desea. Para mí la pérdida de la libertad es castigo suficiente, aunque repito, sin duda preferiría que los violadores fueran condenados a prisión perpetua y no a unos cuantos años. Además todos sabemos que quedarán en libertad en mucho menos tiempo con las rebajas y los beneficios.

No soy feminazi como dicen los estúpidos cuando insultan a las mujeres que defienden sus derechos. Ni siquiera creo en la justicia pero soy valiente y cuando crea que hay que golpear a alguien no pediré a los presos que lo hagan por mí. Buscaré la manera de hacerlo yo misma.

Que esta sociedad está enferma es evidente y yo ni siquiera sé si tiene cura. Sí creo, sin sombra de duda, que necesitamos una visión feminista del mundo, de ese feminismo que quiere los mismos derechos para hombres y mujeres y no de ese otro que perdió el rumbo. Creo también en nuevas soluciones que promuevan una revolución social, económica y legal que nos proporcione un mundo mucho más justo para todos y todas, y esas soluciones las debemos encontrar unidos los hombres y las mujeres.

En ese mundo nadie pedirá a los presos que se violen entre sí para atender las ansias de venganza de una sociedad cobarde e hipócrita.

En ese mundo los hijos de los violentos o las violentas no serán obligados a convivir con ellos, o con alcohólicos, psicópatas o drogadictos. Las víctimas serán escuchadas con respeto sin importar su edad y los pocos cardenales que queden irán presos por violar niños, como su Dios debería mandar.

Por ese mundo lucho.

Isabel Salas

miércoles, 12 de junio de 2019

CARTA DE AMOR



Me gusta saber que aún vivo en tu memoria, hace que me sienta bonita de nuevo, sonriente, juguetona, suave y feliz. Me reconcilia con el mundo, me ilumina por dentro y vuelvo a sentir esa gratitud cantarina  que me habitaba cuando eras parte de mi vida.

Dicen que los grandes amores son eternos, y debe ser verdad, porque yo también siento que aún vive dentro de mí el mismo sentimiento que me inspirabas. No está menos resplandeciente ni más ajado, está intacto, igual de precioso, idéntico a como era y a como sé que será cuando pasen más meses y más años.

Las circunstancias nunca estuvieron de nuestro lado y sin embargo tuvimos la suficiente sabiduría para amarnos de aquella manera inesperada, improvisada y sin promesas que nos permitió ser parte uno del otro durante el tiempo aquel que duró lo que tal vez nunca debería haber empezado.

Recuerdo el primer beso, y sin embargo no recuerdo el último, recuerdo tu olor y el tacto de tu pelo, tu sonrisa, tu altura y el color de tus ojos, pero olvidé otras cosas menos importantes como lo último que hablamos, que ropa llevabas o que día era.

Cuentan que los grandes amores son para siempre, y pase lo que pase siguen vivos mientras estemos vivos nosotros y debe ser verdad. No recuerdo haberte dicho nunca que te quiero, al menos no con palabras aunque sé que mis ojos te lo gritaron más de una vez y mi piel te lo demostraba cada vez que la tocabas, sin embargo, recuerdo una vez, en mi patio, en que casi te lo dije y antes de que terminara de abrir la boca me pusiste un dedo en los labios para que no lo hiciera. 

Los dos fingimos no notar mis lágrimas cuando me dijiste que no me enamorara, que no eras bueno y yo, que no tuve el valor de decirte que ya era tarde, me he preguntado muchas veces, que habría pasado si ese día te lo hubiera dicho en vez de hacerte caso. Me gustaría saber que habría pasado si en vez de llorar te hubiera dicho que ya te quería.

Escuché que los grandes amores son imborrables y el mío por ti, hubiera merecido pasar a la posteridad con un "te quiero" al menos. Un "te amo" chiquito, de esos que casi no se oyen pero impregnan el alma con su eco para poder oírlos el día de mañana, y que nos calienten cuando la soledad nos haga sentir el frío maldito de la ausencia.

Dicen tantas cosas de los grandes amores... y ninguna se parece a las que digo yo cuando tu nombre se acerca a mis labios y me quedo con ganas de dejarlo salir, para saborearlo una vez más como lo hacía antes de besarte.

No entiendo mucho de grandes amores, pero sé que te quiero como siempre te quise. No sé si mi amor es grande como deben ser los grandes amores esos tan comentados. Dicen que son infinitos, perpetuos, perennes como las hojas imbatibles, el mío, tal vez no llegue a tanto, pero me gusta saber que aún me recuerdas y que me lo digas, me hace sentir de nuevo ganas de agradecer por haber sabido amarte cuando lo pude hacer.

No sé si lo bastante, o si lo necesario, pero te amé y te amo como lo puedo hacer, a mi manera, sin alardes ni gritos, sin cobranzas ni celos, sin decir que te quiero pero sabiendo que sabes que lo hago y sé que tú también.


Isabel Salas






miércoles, 5 de junio de 2019

MUERTE INSTANTÁNEA


Al doblar la esquina de la zapatería, justo al lado de la puerta de la farmacia, hay unas palabras pintadas a ciento diez centímetros del suelo. Están pintadas con bolígrafo rojo y en el punto de la i, la misma mano dibujó unos ojitos y una sonrisa. La niña que las pintó ha pasado miles de veces por esa fachada al ir o al volver del cole... y siempre las ha mirado de reojo.

Sin pararse, para que nadie sospechase que fue ella, pero sin dejar de saludarlas una sola vez. A veces  ha sonreído recordando como sacó la puntita de la lengua para concentrarse mejor en el dibujo...el ruido de su corazón por el miedo de ser sorprendida.

TIC TAC

El reloj de carne.
El susto tan grande.
El orgullo de ser tan radical. Tan grafitera. Fue en pleno verano a la hora de la siesta. Ni un alma en la calle. Buena hora para salirte de la ley. Ha pasado en bici, con patines...de la mano de su padre. Con las amigas, con hambre y con un helado en la mano. Pero hoy por primera vez, ha pasado con zapatos de tacón.

Sus primeros zapatos de mujer. Hipnotizada con el ruidito de sus tacones en la acera ni se ha acordado de mirar hacia la pintada.

TIC TIC 

Cada latir de sus zapatos nuevos la aleja de su infancia. Su mente sueña sueños nuevos, y cada nuevo deseo empuja los recuerdos de niña hacia atrás. Se aleja caminando,  sintiendo como su corazón adapta su ritmo al de los pasos,  estrenando nueva banda sonora mientras en  la pared, el corazón de la carita de la i,  se queda apretado escuchando como se aleja esta mujer desconocida.

La sonrisa que aguantó tantos años con su tinta roja se apaga de pronto. Los ojitos se cierran al no encontrar por vez primera la mirada de su niña... y la muerte llega.

Por la mañana, el barrendero que barre las hojas y las colillas ni se da cuenta, pero entre lo que barre están las letras caídas de aquel  T E  Q U I E R O   J O R G E, asesinado cruelmente de un taconazo directo al corazón.

TOC.


Isabel Salas
Del libro
EL CANARIO Y LA MÁQUINA DE COSER
 
Es verdad que todas las infancias terminan pero en algunas, los tacones lejos de señalar el principio de la fiesta, significan el principio del drama, sobre todo si vienen acompañados con un bolsito y una esquina. Te invito a leer un poema sobre los bolsos dorados   RELOJ DE COMUNIÓN  
 
Si tienes unos minutos, me gustaría invitarte a leer una reflexión sobre el dolor y el arte de resistir y fortalecernos CICATRICES

jueves, 30 de mayo de 2019

CONSEJO DESDE MI BARCA


 "Nada nos une, todo nos separa, pero aún así te quiero de esta forma rara"

 

Explora el poder del amor y la conexión en 'Te Contengo' de Isabel Salas. #Libros #Amor #Lectura"

sábado, 25 de mayo de 2019

MIGUEL


Miguel era un viejo que vivía en la calle. Conforme se fue haciendo más viejo dejó de poder estar siempre en la calle y sólo vagabundeaba cuando hacía buen tiempo. Al llegar el frío dejaba que lo recogieran las monjas en el asilo y en cuanto el tiempo se caldeaba se escapaba a la calle otra vez. En el sur de España no hay muchos meses de frío, así que se pasaba la mayor parte del año deambulando por las calles de día y acurrucándose en cualquier sitio de noche con su montón de perros. Las monjas lo perseguían un poco los primeros días de cada nueva huida, pero desistían vencidas por la firme argumentación del viejo a favor de su libertad y su derecho de estar en la calle:

- Sor Fulana, tiene usted toda la razón del mundo, en el asilo se está mejor, y hay comida y limpieza, pero es que a mí no me sale de los cojones irme pa llá... ¿Comprende usted?

La Sor Fulana de turno se ponía como un tomate, se persignaba y,  moviendo la cabeza santamente, se retiraba aliviada de haber intentado cumplir su misión. Miguel la miraba irse pensando si aquella mujer habría tenido alguna vez un hombre que le tocara el culo con ganas, y se quedaba balanceando su cabeza con ese aire cachondo y sabio de los machos viejos.

Yo tenía siete años cuando lo conocí y diecisiete cuando se murió. Forma parte de mis recuerdos de infancia y como a todo le llega su hora, hoy ha llegado la hora de escribir sobre él. Nos hicimos amigos por una sencilla razón, a mi me gustaban los perros y él tenía muchos. También tenía una especie de carro casero, construido por él con ruedas de bicicleta de varios tamaños, que él mismo empujaba rodeado por los perros. Allí acarreaba los cartones y pedazos de cosas que se encontraba y con las que después trapicheba.
 
La primera vez que lo vi me dio mucha envidia que lo dejaran tener tantos perros, porque por aquella época yo todavía creía que todo tenía que pasar por la autorización materna para poder existir. Más tarde comprendí que a los viejos no hay que darles permiso para que hagan nada, primero porque están fuera de la ley y segundo porque ya no tienen madre. Así que de la envidia pasé a la simple admiración y en cierto modo a ser su amiga o como él decía, su comparsa.

Fue mi primer amigo adulto y me enseñó muchas cosas. Algunas las comprendí en aquellos años, otras sólo fui a entenderlas con el pasar del tiempo y al hacerlo me ha venido a los labios su nombre. He dicho su nombre bajito, con sonrisa, con cariño y añoranza y no he podido evitar algunas lágrimas al recordarlo tan canijo, tan hecho polvo y tan buena gente. Hoy vivimos una época de nubes negras donde a las niñas se las enseña a tener miedo de los viejos, porque pueden ser pederastas, o cosas peores, pero en aquel momento a mí nadie me enseñó a tener miedo y ni se me pasó por la cabeza que él fuese un peligro en ningún sentido.

Las primeras veces que lo encontraba en la calle nos parábamos a charlar. Me preguntaba si me sabía el nombre de sus perros y le hacía mucha gracia que yo los recitase tan de corrido y tan seria. Con los años en la escuela me enseñaron los nombres de los apóstoles y descubrí que se llamaban como los perros de Miguel. Recuerdo que se lo reproché entre risas y que me dijo que ningún nombre es tan malo que un perro no pueda llevarlo. Para demostrarlo le pusimos Caín a un galgüito color canela que nos encontramos días después en la Plaza de San Sebastián. Caín resultó ser más bueno que el pan.

Yo me fui haciendo grande y él se fue poniendo más viejo. En la adolescencia me iba con un grupo de chicas los sábados al asilo a echarle una mano a las monjas. Hacíamos varias cosas, leerles a los viejos cartas de los hijos, cortarles las uñas, darles de comer porque algunos no podían ni levantar la mano con sus temblores o simplemente hablar con ellos. Cuando Miguel estaba allí se ponía huraño, poco comunicativo, arisco. Solo mi promesa de que les llevaría pan a los perros lo calmaba un poco. Le prometía que los buscaría y él me decía que estaban todos cerca, escondidos a los alrededores del asilo , esperándolo. Me decía, " Llámalos, a ti te conocen y saldrán. Dales algo de comer y hazles un cariño. Si no tienes pan para llevarles no te apures, ellos se buscan la vida, pero por lo menos ve a hacerles un cariño."

Así que muchos sábados me dediqué a gritar el nombre de los apóstoles por unos terrenos que había cruzando la calle detrás de una gasolinera y cuando los perros salían pues les quitaba unos cuantas garrapatas y les hablaba un poquito. Algunos me seguían varias calles pero después volvían a los alrededores del asilo a esperar a Miguel. Nuestra amistad fue una amistad secreta en cierto modo, porque aunque en ningún momento sentí la necesidad de ocultarla, tampoco sentía ganas de hablar de ella. Cuando empecé a andar con un noviete Miguel me dijo un día que parecía un buen chico, de familia trabajadora y tal pero que mejor evitar presentaciones para evitar explicaciones. Me pareció bien y así lo hice. Tuvimos muchos momentos bonitos, como cuando leí el cuento del Piyayo en la biblioteca y arranqué la hoja para regalársela , creo que fue mi primer crimen, o cuando le regalé una tableta de turrón sin acordarme que le quedaban cuatro dientes y el me dijo que iba a calzar la pata coja de la cama del asilo con aquella piedra incomestible.

Una vez me regaló una virgen de Fátima que brillaba en lo oscuro, me dijo que la había encontrado en una basura de la calle Merecillas y que me daría suerte si me dormía mirándola fijo. Cuando le dije que yo sentía que me ponía bizca al mirarla se descojonó porque creo que él no esperaba que yo intentase seguir aquellas instrucciones absurdas para atraer la buena ventura e imaginarme bizca convocando la suerte a través de aquel plástico fue demasiado para él.

Pero de todos los momentos los que recuerdo con más cariño son los que pasé montada en su carro. Si lo encontraba fuera del centro él me decía, sube, te llevo y yo me acomodaba entre aquellas cosas que él llevaba y me agarraba mientras él empujaba, después él me decía, venga valiente, sin manos, y yo me soltaba y trataba de mantenerme en equilibrio mirando al frente sin sujetarme. A los dos nos daba risa, los perros se alborotaban con aquella extravagancia y se ponían a ladrar como locos. Cuando el barullo era exagerado, él me decía que me bajara y yo saltaba al suelo sintiéndome tan viva y tan feliz como si hubiese saltado de un avión con un paracaídas. Era como un surf urbano en el asfalto , donde la tabla era el carrito de Miguel, él era la ola y los perros la espuma. Yo ni pensaba si era conveniente o qué podría pensar alguien que nos viera. Me gustaba aquella invitación y la acepté hasta los once años más o menos, cuando él decidió que yo era demasiado grande y podría caerme. Tal vez estaba demasiado pesada para sus músculos encanijados o le pareció que una mocita no debía hacer esas cosas. Tampoco aprobó mis primeros zapatos de tacón, me dijo que dejara la prisa por hacerme grande, que los tacones podían esperar, pero no le hice caso y lo evité unas semanas porque me enfadó su critica.

No sé que me hizo hoy recordarlo. Tal vez hay momentos especiales en los que necesitamos que un recuerdo perfecto y grato nos ilumine por dentro para reconocernos y estar seguros de quién somos. Y una parte de mí sin duda querría poder volver a ser por unos minutos aquella niña que tenía un amigo que la paseaba en su carro, risueña y sin miedo, escoltada por los ladridos de los apóstoles.

Isabel Salas